Esta columna es adaptada de la homilía del obispo Roberto C. Morlino de la Iglesia de San Patrick, del domingo 14 de diciembre.
El segundo domingo de Adviento, oímos hablar a Juan el Bautista como “una voz que exclamaba en el desierto” y nosotros lo oímos otra vez en las lecturas de este último domingo. Y oímos, durante esa segunda semana de Adviento, sobre nuestra Madre Santa. Oímos cómo enviaron esta mujer vestida de sol, el modelo de la Iglesia, enviada al desierto, en donde un lugar había sido preparado para ella; el significado del desierto, transitoriamente, épocas difíciles.
Este domingo pasado por la mañana una encuesta de americanos salió diciendo que el 2008, en gran parte por razones económicas, ha sido el peor año que recuerdan. La encuesta, en nuestros términos, dice que, en gran parte debido a la economía, el 2008 ha sido, para la mayoría de los americanos, un desierto. Esos resultados de la encuesta no sorprenden a nadie.
Por razones con las cuales muchos de ustedes están familiarizados, el 2008 ha sido un año difícil para mí personalmente. No ha sido el peor año que recuerde, sino que ha sido un año difícil. Ha sido uno de mis dos años más difíciles como obispo. Pero, todos tenemos días difíciles y todos tenemos años difíciles. ¡No admito que este año ha sido difícil en buscaba de compasión, pero lo digo porque, en el desierto, donde estaba San Juan el Bautista y donde enviaron a María el modelo de la Iglesia, el desierto, todavía se puede regocijar!
El amor perfecto está cerca
¡El mensaje de la Escritura del tercer domingo de Adviento es “¡Regocijen siempre! ¡Siempre regocijen!” ¡Si la economía va bien o mal, si estoy teniendo un gran año o un año difícil, si las circunstancias de mi vida son positivas o si son negativas, regocijen en el Señor siempre!
Y nuestro Santo Padre planteó la pregunta en la mañana de domingo, “¿y cuál es nuestro motivo para regocijarnos siempre?” San Pablo nos dice la razón: “el Señor está cerca.” Y el Santo Padre nos dijo que la gente veces toma esa declaración “el Señor está cerca” como si significara que el final del mundo está cerca, que Jesús iba a volver muy pronto. Sin embargo, la comunidad Cristiana vino a entender que esa declaración no decía necesariamente que el Señor estaba cerca porque el final de la historia y el juicio final iban a ser muy pronto, sino que el Señor estaba cerca porque el Señor es la plenitud del amor del Dios. Y la plenitud del amor de Dios – el Amor Perfecto – está siempre cerca.
El Amor Perfecto está siempre cerca, incluso en el desierto. El Amor Perfecto está cerca, incluso en épocas económicas duras. El Amor Perfecto está cerca cuando el obispo es azotado por la prensa pública. El amor perfecto está siempre cerca. Y ésa es nuestra razón de regocijarnos siempre, porque no puede haber alegría si no hay esperanza, y nunca podemos estar desesperados cuando el amor perfecto está cerca.
El señalar hacia el Mesías
¿Y qué significa regocijarse en Cristo, porque el amor perfecto está cerca? Está todo en las Escrituras del tercer domingo del Adviento. El primer punto sobre el regocijo es poder decir, con Juan el Bautista, “yo no soy Cristo, yo no soy el Mesías.” Si usted oyó las Escrituras, usted oyó que Juan lo dijo, él lo admitió, “yo no soy el Mesías.” Y eso es parte del regocijo, porque no me llaman a ser el Mesías. No tengo que ser el Mesías – todo lo que tengo que hacer es señalar hacia el Mesías.
Si intento ser el Mesías, haré un lío completo de cosas. Todo lo que tengo que hacer es decir, “miren, allí está el Cordero del Dios, yo no soy Él,” diciendo, “él debe aumentar, y yo debo disminuir.” ¡Y decir eso trae alegría! ¡La salvación no depende de mí, depende del Señor! Lo señalaré hacia ustedes. No llevo la carga de ser el Mesías, yo apenas llevo la carga de señalar al Mesías. Espero que le dé tanta alegría como me da a mí. Y ése es el primer aspecto de la alegría.
Recen constantemente
El segundo aspecto de la alegría, que San Pablo precisa el tercer domingo de Adviento es, “recen constantemente.” ¿Y qué significa eso? Eso significa, en la parte, vengan a Misa los domingos, significa recen en privado diariamente – recen sus oraciones de la mañana y sus oraciones de la tarde, por supuesto. Pero todos nosotros tenemos responsabilidades que nos llevan lejos de las iglesias o el rezar en privado de vez en cuando. Todos nosotros tenemos responsabilidades que nos alejan de nuestros libros de oración. Sin embargo, la alegría significa que recemos constantemente. Eso significa, que sea lo que hacemos, lo hacemos de una manera que podríamos ofrecerlo a Dios como sacrificio de alabanza.
El rezar constantemente significa, en el primer lugar, evitar el pecado, porque no podemos ofrecer pecado a Dios como sacrificio de alabanza. Pero entonces significa, lo que hacemos – en el trabajo, en la recreación, en nuestra familia, lo que hacemos – nosotros lo hacemos de una manera tal que si el Señor dijera, “déme un sacrificio apropiado en este momento,” nosotros podríamos darle lo que hacemos. Hacemos todo que lo hagamos de modo que, ahí mismo, pudiera ser ofrecido como sacrificio de alabanza al Señor. Eso es lo que significa el rezar constantemente, y eso es también lo que significa ser santo. Eso es lo que todos tenemos que esforzarnos.
¡Y si realizamos que no somos el Mesías, y no tenemos que serlo, si vivimos nuestros momentos durante el día, tales como si ellos podrían ser ofrecidos como sacrificio de alabanza a Dios, entonces nos regocijamos – incluso en el desierto! Incluso en días duros, incluso durante años duros, incluso en épocas económicas duras, podemos regocijarnos.
Da gracias a Dios
Por último, San Pablo nos dice que las Escrituras del tercer domingo de Adviento, “en todas las circunstancias den gracias a Dios,” porque esa es su voluntad para usted. En todas las circunstancias, en épocas económicas duras y buenas, si usted está siendo golpeado por la prensa pública o no, de gracias por cualquier circunstancia en la cual usted se encuentre, porque ésa es la voluntad de Dios para usted. Dios está permitiendo que algo le suceda, no sólo para su bien, sino por su bien.
En mi reflexión de esta mañana, pensé en Juan Pablo el Grande, de pie en su ventana, cuando él comenzaba a perder su capacidad de hablar, pero todavía lo hacía. Cuando aparecía en la ventana el domingo, él diría, “doy gracias a Cristo por el sufrimiento que tengo hoy, porque me dirige hacia al Señor Crucificado.”
Es fácil dar gracias en épocas buenas. Es muy duro dar gracias en el desierto, cuando los tiempos son duros. Juan Pablo era el gran ejemplo público de agradecimiento a Dios por los sufrimientos que entraron en su vida. Y un gran testigo hermoso que fue para todos nosotros. Juan Pablo fue un gran ejemplo de agradecimiento en el desierto – una voz que exclamaba en el desierto, dando gracias como San Juan Bautista y como nuestra Madre Santa, como la Iglesia.
Y como parte de la Iglesia, nos envían al desierto. Así pues, cuando nos encontremos en el desierto, no digamos, “¿que pasó, porqué estamos en el desierto?” Las Escrituras nos dicen que, Juan el Bautista con una voz que exclamaba en el desierto; Dios envió a nuestra Madre Santa, como modelo de la Iglesia, en el desierto, donde un lugar había sido preparado para ella. ¿Qué parte de la revelación del Dios a nosotros nos conduciría a pensar que no tenemos que estar en el desierto? ¿Qué en la revelación de Dios a nosotros nos conduciría a creer que no habría tiempos duros?
Es casi como si necesitáramos estar en el desierto, con San Juan Bautista, con María y como María, como la Iglesia. Así hoy realicemos que el regocijo verdadero significa, como Juan Pablo el Grande lo dijo, viviéndolo, a veces, la verdad del sufrimiento, porque, la verdad del sufrimiento prueba la verdad del amor. Y aquí es donde hay el gran regocijo – no de vez en cuando, no solamente en buenas épocas, pero siempre.
¡Bendito sea Jesucristo!