Hace unos veinticinco años san Juan Pablo II escribió que el Evangelio de la vida es el centro del mensaje salvífico de Jesús al mundo (Evangelium Vitae 1).
Al hacerse humano, viviendo entre nosotros y sacrificando su vida por nuestra redención, Cristo revela la profunda dignidad de cada persona humana. Esta dignidad dada por Dios no cambia durante las etapas de la vida, la capacidad, el grado de independencia o cualquiera otra circunstancia variable.
Más bien se fundamenta en el hecho permanente de que cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza del Creador, para compartir la vida de Dios mismo. La persona humana es una “manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria” (EV 34). Y tenemos que reflejar esta verdad en cómo actuamos y cómo nos tratamos unos a otros.
La verdad del Evangelio de la vida es el fundamento de quiénes somos como seguidores de Cristo. En su vida terrenal, Jesús nos proporcionó el modelo perfecto de cómo debemos amar a nuestro prójimo y vivir la llamada del Evangelio: “En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Mt 25,40).
Jesús nos llama cada uno de nosotros a “hacernos cargo del otro como persona confiada por Dios a nuestra responsabilidad” (EV 87).
El Evangelio de la vida es intrínseco a toda la vida cristiana y fundamental a las decisiones que tomamos diariamente. “
El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio” (EV 2, énfasis agregado).
En su encíclica sobre el Evangelio de la vida, san Juan Pablo II reconoce la gama completa de amenazas contra la vida humana, tales como la pobreza y la desnutrición hasta el asesinato y la guerra. Hace énfasis particular, sin embargo, en las amenazas a la vida en su inicio y al final, precisamente cuando más necesita protección.
En tiempos modernos, niños en el vientre materno y aquellos que se acercan al final de su vida están ciertamente entre los “más pequeños de estos” en la valoración que les damos. Las prácticas como el aborto y el suicidio asistido trágicamente rechazan la verdad de que la vida humana deberá siempre ser atesorada y defendida con amorosa atención.
Mientras la Iglesia reflexiona la profética encíclica de san Juan Pablo II, nosotros reflexionemos en cómo vivimos personalmente el Evangelio: ¿Hablo y actúo hacia otros como hablaría y trataría a Jesús? ¿Me informo acerca de las doctrinas de la Iglesia y participo en el ámbito cívico primero como seguidor de Cristo? ¿Apoyo e intercedo por las leyes y políticas que protegen y defienden la vida humana? ¿Ayudo a las embarazadas y a las madres que crían hijos que están necesitadas de ayuda? ¿Estoy preparado para apoyar a un ser querido en su lecho de muerte?
Que, por la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestro Señor nos conceda la gracia de vivir su Evangelio de vida de manera verdadera y valiente.