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Estimados hermanos y hermanas en Cristo:
En el transcurso de dos mil años, la Iglesia católica ha desarrollado una pericia especial en el campo de la inmigración. Nuestra Iglesia universal ha observado y participado en emigraciones a lo largo y ancho del planeta. Hemos ayudado a millones de inmigrantes — católicos y no católicos — a prosperar en tierras nuevas. Hemos hecho esto y lo seguiremos haciendo porque vemos la imagen y semejanza de Dios en cada ser humano. Empezando con los profetas hasta las recientes enseñanzas papales, el mensaje de la Iglesia ha sido consistente: acoge al forastero (Mt 25:35).
Reconocemos que los católicos, todos con recta conciencia, tienen diferentes puntos de vista sobre las políticas migratorias de EE.UU. También sabemos que muchas personas están descontentas con el statu quo y buscan una solución viable. Nuestras enseñanzas católicas nos proporcionan principios importantes que nos sirven como guía.
Nuestro Catecismo aborda directamente el deber de las naciones prósperas, como la nuestra, de acoger a los extranjeros que buscan una mejor vida y a respetar su derecho natural de emigrar. A su vez, reconoce el derecho de los gobiernos de regular la inmigración para beneficio del bien común (Catecismo de la Iglesia Católica, nda ed., n. 2241). Este deber y este derecho no son incompatibles; es posible respetar ambos.
La mayoría de los norteamericanos reconoce que somos una nación de inmigrantes. A su vez, a muchos les preocupa profundamente el que millones de inmigrantes vivan en EE.UU. sin la autorización legal. Nosotros también compartimos esta inquietud; el obedecer las leyes es fundamental para cualquier sociedad estable. Como norteamericanos, no obstante, debemos reconocer que algunas de nuestras políticas y prácticas exteriores e interiores han contribuido al ingreso ilegal de inmigrantes.
La incesante demanda de mercancías y servicios de bajo costo de nuestra nación es una de las fuerzas propulsoras tras la exportación de empleos norteamericanos y la contratación de obreros inmigrantes. Nuestra nación es un imán para los inmigrantes debido a que aquí hay empleos y por la disparidad internacional en los salarios. Nuestra población que va envejeciendo necesita trabajadores jóvenes. Hay sectores económicos completos — servicios, construcción, agricultura – que se tambalearían sin la mano de obra del inmigrante. Aquí en Wisconsin, nuestra industria lechera depende fuertemente de los inmigrantes.
La tremenda presión económica abruma a nuestro sistema migratorio inadecuado, y nuestra falta al no reformar el sistema eficazmente garantiza el ingreso ilegal. EE. UU. proporciona únicamente 5.000 visas permanentes y 66.000 visas temporales anualmente a trabajadores de bajos salarios que desean ingresar a este país, una cifra muy por debajo del número de trabajadores necesarios para los sectores claves de nuestra economía. Por consiguiente, los inmigrantes se arriesgan a trabajar aquí de manera ilegal.
Las inmigraciones numerosas siempre vienen acompañadas de tensiones culturales entre los ciudadanos e inmigrantes. A menudo hay un largo periodo de adaptación para ambos grupos. Esto sucede especialmente en tiempos económicos difíciles. Muchos que temen perder sus empleos ven a los inmigrantes como la competencia. A otros les preocupa que los inmigrantes representen una amenaza para nuestra cultura. Nuestra nación experimentó esta tensión antes cuando hubo oleadas de inmigrantes provenientes de Polonia, Alemania, Irlanda, Italia, y China, entre otros. A estos grupos de personas alguna vez se les consideró ser personas indeseables y enfrentaron discriminación manifiesta.
A pesar de todos los retos que enfrentaron, sin embargo, éstos y otros inmigrantes ayudaron en la construcción de nuestra nación. Una y otra vez, América ha demostrado que sus más elevados ideales — vida, libertad, y la búsqueda de la felicidad — pueden ser acogidos e intensificados por personas provenientes de alrededor del mundo que vienen a nuestro país buscando una mejor vida.
Como católicos, defendemos la santidad y la dignidad de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural. Afirmamos que cada ser humano ha sido creado a imagen de Dios mediante Su amor infinito. De la misma manera que trabajamos para proteger a los seres inocentes aún no nacidos, 40 millones de ellos que ya perdieron sus vidas, no podemos darle la espalda a los 12 millones de inmigrantes en medio de nosotros que anhelan vivir libre y plenamente.
Comprometámonos entonces a ayudar a resolver esta urgente crisis migratoria. Lo hacemos no solamente por el bien de nuestra nación, sino también por el bien de millones de niños y adultos que viven entre las sombras con temor, que son vulnerables a la explotación, cuyos familiares sufren la cruel separación, detención y deportación.
Por lo tanto, instamos a todos los católicos a que tomen los siguientes pasos para ayudar a resolver la crisis actual:
- Oren por los inmigrantes, legisladores, y el uno por el otro a la vez que abordamos este reto.
- Lean el material sobre las Preguntas y Respuestas acompañantes y visiten el portal de la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. (USCCB, por sus siglas en inglés) Justice for Immigrants (www.justiceforimmigrants.org) para obtener otros materiales.
- Informen a sus conciudadanos y a los legisladores sobre la necesidad de una reforma migratoria — una reforma que no sea una amnistía general, sino un camino a la ciudadanía que incluya resarcimientodonde corresponda.
- Rechacen legislaciones estatales y federales que injustamente señalen o discriminen contra los inmigrantes.
- Extiendan su mano a los inmigrantes y empiecen a construir comunidades de esperanza.
Por nuestra parte, como sus obispos, nos comprometemos a dar acogida a todos – ya sean documentados o indocumentados — en nuestras parroquias e instituciones de la Iglesia.
Nuestra fe católica puede y debe trascender la confusión política y cultural. Recordemos que al final de cuentas, todos somos inmigrantes en esta tierra, viajando unidos en la esperanza hacia nuestro Dios amoroso. Que Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de las Américas, nos proteja en nuestro caminar.
Atentamente suyos en Cristo,
Reverendísimo Jerome E. Listecki, Arzobispo de Milwaukee
Reverendísimo David L. Ricken, Obispo de Green Bay
Reverendísimo Robert C. Morlino, Obispo de Madison
Reverendísimo William P. Callahan, Obispo de La Crosse
Reverendísimo Peter F. Christensen, Obispo de Superior