El pasado 19 de junio mientras estuvimos celebrando la Solemnidad de Corpus Christi, también comenzamos con el Avivamiento Eucarístico — un esfuerzo nacional para invitar, inspirar, catequizar y renovar a nuestra gente en nuestro amor por el Señor en la Eucaristía, para comprender y creer más profundamente en el significado y el propósito de la Misa, para realizar de nuevo la profundidad del amor de Cristo por nosotros en el Santísimo Sacramento.
Estarán escuchando y viendo mucho acerca de la Eucaristía en los próximos años.
¿Qué es la Misa?
La Misa es verdaderamente la forma en que Dios está con nosotros, por la cual entramos en la muerte y resurrección de Cristo, escuchamos Su Palabra y recibimos el Cuerpo del Señor.
No hay mayor intimidad entre nosotros y Dios que cuando somos atraídos a la vida eucarística, que cuando estamos en absoluta comunión espiritual con nuestro Salvador y Redentor.
Nunca podemos olvidar que, en la última noche de su vida terrenal, horas antes de ser traicionado, arrestado, torturado y asesinado, Jesús no estaba pensando en sí mismo; ¡Estaba pensando en nosotros!
El Señor quiso proveer a todos los creyentes hasta el fin del mundo, de la manera más íntima, eficaz y personal para que Él pudiera permanecer en una unión amorosa y absoluta con nosotros. La Eucaristía nació del Sagrado Corazón del Señor en esa noche de Jueves Santo como la expresión más alta y más grande de Su abrumador deseo de amarnos, sanarnos y salvarnos a través de la Presencia Real permanente que encontramos en la Misa.
¡La Misa es nuestro anticipo y participación en la vida del Cielo!
Cuando la gente me pregunta cómo creo que será el cielo, respondo que será muy parecido a ir a Misa. Si no están entusiasmados con la Eucaristía, tampoco lo están con mi respuesta, pero el momento me da la oportunidad de explicar.
¿Qué hacemos en la Misa? Adoramos y alabamos al Señor en acción de gracias por el don inestimable de la salvación en Cristo Jesús; estamos unidos en una comunión de amor unos con otros y con los santos; el Señor nos alimenta en la Fiesta Pascual del Cordero.
¿Qué haremos perpetua y perfectamente en el Cielo? Adoraremos y alabaremos a Dios; disfrutaremos de la Comunión de los Santos; estaremos sentados en el banquete del Cordero en el Reino de Dios.
Jesús es el Pan de Vida, que nos alimenta en nuestro peregrinaje hacia la casa del Padre, tan ciertamente como Dios alimentó a los israelitas en el desierto en su camino hacia la Tierra Prometida.
La belleza de nuestras iglesias, la atracción mística de la liturgia, las estatuas de los santos, la oración de la música, la acritud del incienso y el colorido poder de las vestiduras, todo nos señala al misterio de Dios hecho presente en la plenitud de la Misa y Eucaristía.
La Eucaristía como Sacrificio
Un aspecto fundamental de la Eucaristía es el sacrificio; compartimos la completa entrega del Hijo al Padre a través de Su muerte en la cruz y Su resurrección de la tumba cada vez que participamos en oración en la Misa. Agradecemos continuamente a Dios por este precioso regalo de salvación que se nos ofrece en Cristo.
Otro componente de este sacrificio es nuestra contribución. Llevamos espiritualmente al altar nuestros dones: nuestro trabajo, sufrimiento, oración, amor, perdón e incluso nuestras fallas simbolizadas en el pan y el vino, y unimos nuestros esfuerzos para amar y servir a Dios con el sacrificio eucarístico de Jesús.
Esta verdad se aclara en la oración del sacerdote después de la Preparación de las Ofrendas: “Orad, hermanos y hermanas, para que mi sacrificio y el de ustedes sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso”.
La Eucaristía, por supuesto, se trata profundamente de recibir: aceptar la misericordia del Señor, escuchar la Palabra de Dios y consumir el Cuerpo de Cristo, pero también se trata de ofrecernos al Señor: reconocer nuestros pecados, hacer nuestras peticiones, colocando nuestras ofrendas en el altar, elevando nuestros corazones.
Si simplemente veo la Misa como un entretenimiento espiritual o un impulso moral semanal, muchas veces me quedaré con ganas. Si entiendo bien el significado del sacrificio eucarístico, siempre tendré algo que llevar al Señor y, por lo tanto, siempre recibiré una abundancia a cambio del Señor de la fiesta.
Estos años del Renacimiento Eucarístico nacional representan un precioso y oportuno tiempo de gracia para renovar nuestro amor por el Señor en la Misa y en Su Presencia Real, e invitar a otros a la gran fiesta de nuestra salvación en Cristo.