Hemos comenzado el año jubilar de la Esperanza, un año designado por el Papa Francisco no tan solo para fortalecer nuestra fe católica sino también para salir en misión con la esperanza de Cristo. La esperanza, una de las tres virtudes teologales, es dada por Cristo mismo para ayudarnos a vivir una vida centrada en Él. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 1840, “las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto, a Dios conocido por la fe, esperado y amado por Él mismo”. Y continúa, “por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y las gracias para merecerla” (CIC 1843). Lo que significa que la esperanza en sí no debe ser algo pasajero sino constante en nuestras vidas y como proviene de Dios sirve para obtener la fortaleza y otras virtudes que solo nos dirigen a Cristo mismo.
Ahora, ya que hemos pasado el tiempo de espera de Adviento y la llegada de Cristo en la Navidad, comenzamos nuevamente un tiempo ordinario litúrgico que nos invita, de cierta espera, a la espera del Reino, a la espera de que Cristo transformará nuestras vidas si se las entregamos completamente, y a la espera paciente de ver a otros tener un encuentro con Dios, aquellos con quienes hemos caminado, llevándolos de la mano en las últimas semanas, meses o años.
La esperanza y la misión
Esta misión de ir y hacer discípulos, encomendada por Cristo, no se puede realizar si no vivimos nosotros mismos la esperanza de que existe una vida eterna en Dios, si no vivimos sabiendo que el Señor, nuestro Salvador, es la respuesta a todas nuestras necesidades y deseos humanos. Cuando estamos centrados en esta realidad y vivimos con la esperanza de Cristo, entonces podemos compartirla con cada persona que encontramos, personas que muchas veces se encuentran en desesperación, confusión y depresión por su realidad mundana. Y como dice el Diácono Todd Burud, “la esperanza nos mueve a la misión”, es decir nos mueve a la acción.
Por eso durante este año de la esperanza, también miramos hacia la misión evangelizadora, la cual ha sido un llamado nacional en nuestro país. Después de un año eucarístico, estamos siendo invitados a vivir en misión, la misión de llevar a Cristo a quienes lo necesitan más y a quienes todavía no lo conocen.
Con esperanza, ¡salgamos!
Este año 2025, los invitamos a que vivamos la misión con esperanza, siendo pacientes en como Cristo trabaja en nosotros y en nuestros hermanos y hermanas. De manera especial pensemos en alguien cercano a nosotros que todavía necesita crecer en su fe, tener un encuentro con Jesús, y tener un cambio radical en sus vidas. Es por alguna razón que Dios nos ha puesto delante de alguien en nuestro tiempo y espacio. Esa razón es para crear una amistad sincera y auténtica que lleva a la persona y a nosotros mismos a un crecimiento más profundo de la fe.
Así que salgamos como personas de esperanza a ser testigos de la fe, testigos del amor de Dios, y testigos de las maravillas que el Padre ha hecho en nuestras vidas. Salgamos y caminemos con ese “alguien” este año, seamos instrumentos de Dios para transformar, una persona a la vez, este mundo que tanto lo necesita. Salgamos y seamos discípulos misioneros con la esperanza de que Cristo volverá y llegaremos al reino prometido de Dios.