Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo. “Leamos en un texto límpido y denso de significado del Concilio Vaticano II: ‘Como partícipes del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey, los laicos tienen su parte activa en la vida y en la acción de la Iglesia (. . .). Alimentados por la activa participación en la vida litúrgica de la propia comunidad, participan con diligencia en las obras apostólicas de la misma; conducen a la Iglesia a los hombres que quizás viven alejados de Ella; cooperan con empeño en comunicar la palabra de Dios, especialmente mediante la enseñanza del catecismo; poniendo a disposición su competencia, hacen más eficaz la cura de almas y también la administración de los bienes de la Iglesia. Es en la evangelización donde se concentra y se despliega la entera misión de la Iglesia, cuyo caminar en la historia avanza movido por la gracia y el mandato de Jesucristo: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación’ (Mc 16, 15); ‘Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’ (Mt 28, 20). ‘Evangelizar’ — ha escrito Pablo VI — ‘es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda . . .’” – Papa San Juan Pablo II, Christifideles laici, no. 33