Queridos amigos:
Espero que este verano haya estado bendecido para cada uno de ustedes como lo fue para mí. Como si ya no hubiera sido bastante bueno al iniciar esta semana, me preparo para pasar algo de tiempo con nuestros sobresalientes seminaristas. Espero que muchos de ustedes tengan la oportunidad de conocer a algunos de los grandes hombres que estudian para dar sus vidas a su servicio, a través de Cristo y Su Iglesia. Por favor ténganlos en sus oraciones, junto con varias jóvenes mujeres de nuestra diócesis que están entrando a la vida religiosa este año.
Sobre nuestros seminaristas, les pediría también considerar especialmente ofrecer apoyo financiero a nuestro St. Joseph’s Fund para la educación de seminaristas. Cuando esté todo dicho y hecho, podremos tener 32 hombres estudiando para la diócesis de Madison. Con la bendición de estos hombres sobresalientes viene la responsabilidad de pagar su formación y educación.
Las bendiciones de Dios un matrimonio exitoso
En esta columna, sin embargo, no quiero concentrarme en la bendición del ministerio sacerdotal o la vida consagrada, sino en la bendición del matrimonio. El domingo pasado tuve la bendición, que tengo cada año, de celebrar con parejas de toda la diócesis que festejaron haber llegado a los 50 años de casados.
Les pregunté a esos hombres y mujeres maravillosos, que estaban celebrando 50 años de amor fiel, sin alguno de ellos podría decir que nunca tuvo la necesidad de ser perdonad por el esposo o la esposa. Sin sorpresas, ninguno de ellos levantó la mano. Sólo imaginen la montaña de perdón que había en esa capilla de matrimonios casados por 50 años. Ninguna montaña terrenal podría competir con la altura y la anchura de perdón que ha hecho posible la fidelidad de esas parejas que han vivido el uno por el otro.
La fidelidad es el trabajo de Dios, con la libre cooperación de un esposo y una esposa. En recientes semanas se ha dicho que, si tienes un negocio exitoso, “no construiste eso”. No voy a comentar sobre el asunto de la industria y el trabajo duro, pero voy a seguir en el marco de nuestras vidas en Cristo.
Cada una de las parejas, que celebraban conmigo este fin de semana pasado, podría decirles que si ustedes tienen un matrimonio exitoso en Cristo, en un sentido real, ¡no lo construyeron ustedes! Cristo mismo lo hizo: pero sólo con la libre cooperación de un hombre y una mujer, con la voluntad de perdonar por muchos años. Y esas parejas, casadas por 50 años, lo saben. Saben que Cristo es fundamental en su matrimonio exitoso.
Hay una crisis de entendimiento del matrimonio en nuestra sociedad actual. Y hay un temor creciente entre algunas personas para ponerse de pie y proclamar lo que se supone es el matrimonio, porque reconocen en dónde han fallado al vivir el matrimonio.
Algunas personas temen que ya no se puede decir lo que está bien, porque saben dónde han fallado. Pero entonces nosotros, como cristianos, reconocemos que es Cristo quien construye el matrimonio, entonces con confianza podemos decir cuál es la Verdad, y con confianza podemos decir “sí, puedo haber fallado al vivir el ideal, pero Cristo ha sanado eso y aportó lo que me faltaba”. Así nuestras fallas aquí o allá no pueden deshacer lo que el matrimonio debe ser, porque si vivo de acuerdo a la voluntad de Dios todas las cosas son posibles.
Amor es la persona de Jesucristo
En la lectura del Evangelio del domingo pasado (Jn 6:24-35), Jesús está tratando de hacer que los discípulos vean que Él es fundamental, que Él es la copia perfecta del Padre. Y dense cuenta de que los discípulos no lo quieren “entender”. Mientras más Jesús trata de explicar quién es Él, más intentan pedir algo. “Señor, danos siempre de ese pan”, le dicen. No saben realmente de lo que Jesús está hablando. Así que al final, Jesús dice claramente: “Yo soy el pan de vida”.
Los discípulos no deben buscar algo que Jesús les daría, sino que debería buscarlo a Jesús mismo, Aquel que llena sus vidas con el poder de la Resurrección, y alcanzar logros como un matrimonio de 50 años parece una carga ligera. “El yugo es suave y la carga es ligera”, porque como se dijo en la Iglesia en el día de la boda de la mayoría de esas parejas “el sacrificio siempre es difícil y molesto. Pero sólo el amor puede hacerlo fácil, y el amor perfecto lo convierte en alegría”. Y el amor perfecto no es una cosa: el amor perfecto es la persona de Jesucristo.
La segunda lectura del domingo pasado (Ef 4:17, 20-24) usaba una expresión interesante, San Pablo dijo, “no vivan como los gentiles, en la futilidad de sus mentes”. En otras palabras, las mentes de los gentiles estaban todas confundidas. ¿Por qué? Porque no ven que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. No ven que Jesús es todo lo que necesitan. Todo se resume a Jesús. No es sobre el pan terrenal que Él da, no se trata de las cosas que Él nos da en nuestras vidas, incluso en respuesta a nuestras oraciones. Todo se trata de Él. Quien sea que rechace ver la realidad está condenado a la “futilidad de la mente” como los gentiles.
Celebrar a Jesús en un matrimonio exitoso
En nuestro mundo hoy, hay gran cantidad de “futilidad de la mente”. Y el argumento más fuerte que puede hacerse sobre el matrimonio con don del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es la vida el ejemplo de parejas casadas fieles. La vida y el ejemplo de las parejas casadas fieles, bien vivido, es realmente todo lo que necesita decirse. Pero en la futilidad de las mentes, mucha gente no lo verá. En cambios muchos sólo quieren ver los errores.
Se ha llegado a un punto, en una cultura con cerca del 50 por ciento de divorcios, que el testimonio de parejas celebrando 50 años de matrimonio fiel es casi inexplicable. La gente debe pesar que esas parejas son ingenuas, dependientes y que no tienen una mente propia. (¡Esas parejas casadas pueden decirles qué errado es pensar eso!)
No hay explicación para la fidelidad en el matrimonio, excepto la existencia de Dios, que se muestra Él mismo completa y plenamente en aquel que es una perfecta copia de Él, Jesucristo Nuestro Señor. Y es Jesús por encima de todo a quien celebramos, cuando celebramos el maravilloso don de la gracia del matrimonio.
La gracia del matrimonio no se da una vez y para siempre en el día de la boda. La gracia del matrimonio realmente es un don que siempre se da. Cada mañana cuando un hombre y una mujer se levantan y se dicen “sí” el uno al otro, en el amor de Cristo, hay una nueva efusión de la gracia del matrimonio, y esa es la razón por la que esas parejas han sido fieles por 50 años.
Pero el hombre y la mujer tienen que querer esa gracia, no se fuerza en ellos. Y las estadísticas muestran que muchas personas no la aceptan. Pero muchas otras sí la aceptan. Y las parejas que se reunieron el domingo pasado, libremente aceptaron la gracia, día a día durante 50 años, con todos los problemas que pueden originarse en un matrimonio y una familia: ¡y miren lo que el Señor ha hecho!
Llegar a ser “expertos” con la eda
El punto final que quiero hacer es el de las parejas que se reunieron para la celebración de sus 50 años es el de la experiencia que han alcanzado ciertas personas (¡yo mismo incluido!) Mientras envejecemos, hay experiencias que tenemos, que son particulares a nosotros. Son experiencias –y tengo que decirlo de esta manera– que Dios no quiere desperdiciar en la gente más joven porque no están listos. Mi abuela me dijo muchas veces: “Bobby, la ancianidad no es para debiluchos” y ella vivió hasta los 96 con alegría y esperanza, un gran amor, y una inexplicable y maravillosa devoción por la buena Santa Ana, que era también abuela como lo fue ella.
La abuela solía decirme “sabes Bobby, podría escribirte un libro sobre cada doctor en este pueblo ya que parece que visitarlos es lo único que hago. Pero hay otro aspecto también. El Señor me deja verlo. Me deja ver a la Buena Santa Ana, y Él me permite ver el mundo de una forma más hermosa que cuando era joven. Hay una belleza que es parte de estar en estos años más viejos. Y es complicado vivir estos largos y muchos años. Pero te diré la verdad, no me lo hubiera querido perder. Porque sé, sólo ahora, cosas que nunca habría entendido incluso hace 5 años”.
Mi abuelita fue bendecida con nunca sentirse como una carga para nadie, porque había una belleza en su vida y ella quería compartirla. Y a todos los que están leyendo, que están haciéndose viejos, les digo, ninguno de ustedes es menos hermoso en su vida. Y, por el amor de Jesucristo, que nadie nunca los haga sentir como una carga, porque eso simplemente no es verdad. Por todo el amor y el perdón que han dado, por toda la sabiduría que han adquirido, ¿quién podría decir que son una carga? Tal vez algunos en nuestra cultura, y de repente nuestro gobierno, quieran declarar a los ancianos como una carga para sus propios intereses, pero no tienen cómo hacer eso, ni ningún otro. Entonces nunca lo crean. Jesucristo es todo para todos.
Y al hacernos viejos, uno de los dones que obtenemos es que no disfrutamos las cosas tanto como a Cristo. La gente dice “¿quieres hacer esto o aquello?” y algunas veces respondemos: “oh, es mucho problema. Déjame estar en casa y estar más tranquilo con lo que estaré más contento”. Cuando nos quedamos en casa y estamos calmados, no estamos solos. Estamos con Jesucristo, quien puede alcanzar más y más lo más profundo de nuestros cuerpos y nuestras almas, y hacer que sintamos Su hermosa presencia.
Eso es quiénes somos y cuál es la alegría que el mundo nunca puede dar, y lo más importante, que el mundo nunca nos podrá quitar. Entonces no pensemos nunca que el mundo puede quitarles lo que Cristo quiere que tengan. Tal vez no pueda hacer esto nunca más o no me sienta como con ganas para hacerlo, pero sin importar eso, Cristo es todavía todo para mí.
Las parejas casadas por 50 años, y tantas otras parejas más ancianas de hombres y mujeres, han testimoniado y siguen testimoniando la bondad de Dios en sus vidas. Y ese testimonio es tan importante en términos de testimonio del bien que es el matrimonio, y en términos del bien que son nuestras vidas: incluso en la ancianidad. ¡Que mucho más de nosotros podamos dar este alegre testimonio!
Gracias por darse el tiempo para leer esto. Que el Señor sigua bendiciéndolos en estas semanas restantes del verano. ¡Alabado sea Jesucristo!