Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
Esta semana comenzamos la Cuaresma y las lecturas del domingo pasado nos dirigen perfectamente al Miércoles de Ceniza.
La primera lectura (Dt 11:18, 26-28, 32) decía claramente que estamos para obedecer las reglas de Dios, sus mandamientos y decretos. Nos toca ser gente obediente: un duro trabajo para nuestra cultura. La autoridad siempre está bajo fuego, ya sea la autoridad civil en el gobierno o aquella sagrada de los Apóstoles. Incluso en la Iglesia, la autoridad siempre está bajo fuego. Y así es que los obispos estamos acostumbrados a esquivar las flechas disparadas hacia nosotros: y todo eso en el trabajo del día a día.
Pero la autoridad está simplemente dada por el amor de Dios Nuestro Padre para guiar a su pueblo a la salvación. Eso es lo que es: un servicio y es un servicio humilde. Algunas veces cuando la gente en la Iglesia tiene que ejercer esa autoridad lo hace humildemente, y así en realidad se hacen humildes. Pero eso está bien, porque la autoridad y la humildad deben ir de la mano.
Ir por lo máximo
En la segunda lectura (Rm 3:21-25, 28), San Pablo nos dice que la obediencia a la ley es buena, pero no suficiente. La Gracia de Dios nos permite cumplir la ley no simplemente de modo mínimo, sino en modo tal que lleguemos a lo máximo, a ser héroes, a ser santos.
Luego en la lectura del Evangelio (Mt 7:21-27) se nos dice más específicamente cómo hacer esto. Repetidamente en las lecturas tenemos estas palabras, “aquel que escuche”. Eso es lo mismo como decir “aquel que obedezca”. Las lecturas están llenas de la noción de escuchar con atención a Dios, con la noción de obediencia. Y así realmente ser obedientes a la Palabra de Dios involucra tener a los mandamientos como mínimo, pero luego, por el poder de la Gracia de Dios, ir hasta lo heroico, ir por el máximo.
Construir la casa sobre roca sólida
Estamos llamados, como dice el Evangelio, a ser personas cuya fe esté fundada en roca sólida –muy estable, muy durable, muy segura– y no a ser personas que construyan su fe en arena. El Papa Benedicto, esta semana, explicó lo que la Escritura quiere decir con esa afirmación. La arena, dijo el Santo Padre, es el poder de la tierra, el placer y el dinero. Y sabemos que muchísima gente construye su casa en las arenas cambiantes del poder terrenal, el dinero y el placer, que con frecuencia se pierden más rápidamente de lo que se consiguen.
La obediencia es una maravillosa receta para la Santa Cuaresma. La obediencia está puesta en términos de escuchar mucho a Dios, que nos dice “no construyas tu casa sobre el poder, el placer o el dinero. Construye tu casa sobre la roca sólida que es Cristo”.
Tratar con las cosas que nos irritan
Es una maravillosa receta y quiero darles un ejemplo específico de cómo uno debe construir su propia casa en roca sólida a través de la obediencia durante la Cuaresma. Todos nosotros tenemos cosas en nuestra vida cotidiana que nos molestan, nos fastidian y nos irritan. Tenemos de eso en casa y en el trabajo. Estas son cosas que sentimos en algunos momentos nos van a volver locos o van a ser nuestro fin. Dios no envía esas cosas para torturarnos, no son para eso. Pero Dios sí las permite para que podamos crecer en paciencia, sabiduría y santidad. Todas esas cosas que nos irritan están para ser revertidas, no por nosotros, sino por la gracia de Dios, que nos ayuda a ir más allá de la obediencia de la ley. Nuestras molestias están para ser revertidas y usadas para nuestro bien último.
La Cuaresma es un tiempo para pedirle a Dios la Gracia para afrontar esas irritaciones y problemas diarios con gratitud. Es tiempo para decir: “gracias Dios por esto, porque esto está mandado a hacer como por un sastre para ayudarme a crecer en la virtud, especialmente en la paciencia y la santidad”. Esa es nuestra receta para una buena Cuaresma y ese es nuestro plan de crecimiento. Dios permite que las irritaciones estén en nuestro camino para que podamos crecer en santidad. Esas irritaciones y esos problemas son nuestro plan de crecimiento, no causadas pero sí permitidas por Él.
Cuando somos capaces de agradecer esas irritaciones y problemas, eso se constituye en un hermoso acto de obediencia. Lo que el Señor permite que esté en mi camino, no está puesto para quejarme constantemente, sino para que acepte la manera de Dios para hacerme crecer en paciencia y santidad.
Y la gracia del Señor puede obrar un milagro en ti y en mí, y hacer que aquellas cosas que nos causan problemas e irritaciones cada día puedan, luego de un tiempo practicando la paciencia y la obediencia, convertirse en nuestra alegría. Eso muestra cuán poderosa es la obediencia. La obediencia no nos aprisiona, nos libera para ser los mejores en términos de paciencia y en términos de santidad, y en términos de cumplir la misión de Cristo en el mundo.
Nuestra sociedad ve cualquier llamado a la obediencia como una maldición. Así, en esta Cuaresma y en toda Cuaresma realmente tenemos un Evangelio que predicar, un Evangelio de obediencia. Recuerden la muerte en la cruz que nos trajo la salvación: fue un acto de amor porque fue un acto de obediencia. Un acto de obediencia nos salvó. Un acto de obediencia nos abrió las puertas del cielo. La obediencia nos libera el espíritu para la vida eterna. Nos libera de ser prisioneros de las cosas de este mundo.
¡Es un gran don! Y esas son las buenas noticias para nosotros en Cuaresma. Así que, mientras entramos a la Cuaresma, soportemos esas irritaciones y problemas de nuestras propias vidas que con frecuencia maldecimos. ¿No deberíamos aprender del Señor y escuchar atentamente para que podamos obedecer y lograr que las cosas que se nos presentan en la vida las acojamos con alegría? Si las cosas que irritan a la mayoría nos hacen felices, creo que muchos, muchos más corazones serán cambiados y creo que habrá mucha, mucha más gente atraída a Jesucristo. De eso se trata la Cuaresma. ¡Hagámoslo!
Una bendita Cuaresma para ustedes y los suyos. ¡Alabado sea Jesucristo!