Esta columna es la comunicación del Obispo con los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia va más allá de la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
Hay un gran servicio a la humanidad que se está perdiendo. Se pierde en la sociedad y se trata con guantes de seda incluso en la Iglesia. Este servicio es ayudarse unos a otros para formar y seguir la conciencia.
Tan perdido está este servicio que rápidamente se ha convertido en ilegal. Me gustaría estar hablando exageradamente, pero tristemente no es así. Ayudar a otros a formar sus conciencias significa decir que esto o lo otro está mal. Y decir que ciertas cosas están mal se ha convertido en algo muy peligroso y de hecho, en algo casi ilegal en nuestro país, y ya es ilegal en Canadá.
Sin embargo, siempre y en todos lados está el derecho y la responsabilidad de la Iglesia, y de los padres, y de los buenos vecinos, de ser testimonio de la ley del Señor, hablar la Verdad como está escrita en nuestros corazones, y ayudar a otros a formar sus conciencias.
De hecho, hay pocas cosas que sean más importantes porque, como veremos, es el camino que debemos seguir para buscar y atraer las bendiciones en esta vida y en la vida por venir.
Mala interpretación de la enseñanza sobre la conciencia
En mi opinión, la interpretación errada más destructiva del Concilio Vaticano II (que ha sobrevivido por 50 años) es la mala interpretación de la enseñanza sobre la conciencia. Algunas fuerzas en la Iglesia aprovecharon la ocasión de tener esta nueva enseñanza sobre la conciencia, en la Declaración sobre Libertad religiosa, para guiar mal a la gente.
Ahora: lo que hicieron y lo que en realidad es algo entre ellos y el Señor… como la cita famosa de estos días: “¿Quién soy yo para juzgar?” (que ha sido tremendamente mal interpretada por los medios de comunicación, así como los funcionarios llamados “católicos”)
Pero fue hecho: la enseñanza de la Iglesia sobre la conciencia fue mal interpretada y la gente fue llevada por el mal camino en un asunto muy, muy importante: un asunto que está destruyendo vidas, generando una tremenda infelicidad, una gran “desbendición”.
El pensamiento filosófico actual que está en las raíces de toda esta confusión sobre la conciencia en el mundo y en Iglesia es que la existencia depende de la mente: “Pienso luego existo”. El conocimiento, de hecho, comienza con la realidad, que existe y que debe ser conocida por el conocedor.
El conocedor no inventa lo que él o ella que conoce, el conocedor necesita conocer en realidad. El conocedor necesita conocer la Verdad, que es presentar al conocedor como una opción, como dice la primera lectura del domingo pasado (Sir 15:15-20).
Dios presenta lo que es bueno y malo al conocedor, como se dice. Y el conocedor, con su conciencia de hombre o mujer, debe elegir el bien. El conocedor no debe escoger lo que a él o ella le gustaría, sino que debe escoger el bien.
Y la conciencia es ese radar que busca la verdad, que mira al horizonte de la realidad, que busca la Verdad, para ser poseído por ella, cambiado por ella, y ser hecho heroico.
Recordamos la historia que justo al comienzo, en el Paraíso, Dios les aclaró a Adán y a Eva que no debían comer del fruto del árbol de la sabiduría del bien y del mal. Es decir, Les dejó claro que ellos no eran la fuente de la verdad sobre lo bueno y lo malo.
Y ellos dijeron, con algo de ayuda de la serpiente, “Oh, somos importantes. Sabemos lo que es bueno y es malo como Dios, entonces tomaremos la decisión”.
“Decidiremos que lo que se nos ha presentado como malo es, de hecho, bueno”. Y en vez de un mundo sin dolor, sin sufrimiento, sin duelo, sin muerte, Adán y Eva – tan determinados a ser la fuente de la sabiduría sobre el bien y el mal – perdieron todo eso para nosotros.
Dios nos dice lo que es bueno y malo
La ley del Señor es la Verdad hacia la que nuestras conciencias deben apuntar como radar. Nos dice lo que es bueno y malo. “¡Benditos los que siguen la ley del Señor!” Hemos escuchado en el salmo responsorial del domingo pasado (Sal 119) “Benditos” – es decir, profundamente felices – compartiendo en la alegría del Señor. “Benditos los que siguen la ley del Señor”.
Por supuesto, ahora este pasaje ha sido traducido nuevamente por mucha gente, dada la mala comprensión de la conciencia. Y ahora dice “Son del ‘Pre-Vaticano II’ los que siguen la ley del Señor, porque ¿no oyeron del Vaticano II? Dice que nuestra conciencia es ahora la única ley. Podemos escoger lo que es bueno y malo”. Esta es la mala interpretación que se ha dado.
¡Estamos obligados a seguir nuestras conciencias, sí!
Pero, ¿qué son nuestras conciencias? Somos como radares buscadores de la verdad que debemos sintonizar y mantener en rumbo para seguir la ley del Señor.
En el Evangelio del domingo pasado, Jesús nos dijo, “no crean que he venido a abolir la ley de los profetas. No he venido a abolir sino a cumplir” (Mt 5:17)”. Él vino a darnos nuevamente una vida de Gracia, viviendo en su Iglesia y en Él, ¡podremos tener nuevamente nuestras conciencias calibradas para seguir la ley!
¡Benditos los que siguen la ley del Señor! La conciencia está hecha para la verdad de la ley del Señor. Y como dice al final de la primera lectura, “Dios no da permiso para pecar”. Y tanta gente trata su conciencia hoy como una máquina dispensadora, que les permite desobedecer la ley del Señor, porque después de todo, es mi conciencia, y yo soy importante, así como Adán y Eva pensaron que eran.
No podemos hacer lo que sea que queramos
Se repite hoy millones de veces: “Seguí mi conciencia”. Lo que la gente está diciendo es: “Soy la fuente de la verdad sobre lo bueno y lo malo… yo, yo y solo yo”.
Esta es la forma en la que mucha gente vive y es la razón por la que reclamamos el gran servicio de ayudar a la gente a formar y seguir sus conciencias. Hasta que resolvamos esto, nada más podrá ser resuelto.
Mientras la gente haga lo que quiera en el nombre de la conciencia, nada más podrá ser resuelto. Es un cambio que tiene que venir del corazón de la Iglesia, porque es un problema que ha llegado hasta el corazón de la Iglesia (incluso más allá de la vida moral, la gente ha seguido sus conciencias en los abusos litúrgicos por los últimos 50 años).
La gente sigue sus conciencias en cada pequeña cosa, desde plagiar en exámenes o robar un poco de tiempo a sus empleadores, hasta involucrarse en el asesinato de inocentes en el nombre de la opción o participar o justificar actos contrarios a la verdad del matrimonio y la sexualidad humana.
Todo es en nombre de la conciencia. De ese se trata todo: “soy la fuente de la ley moral para mí y tú eres la fuente de la ley moral para ti”. Es decir que hemos destronado a Dios Todopoderoso de Su lugar como dador de la ley del Señor.
Lo hemos lanzado de Su trono y nos hemos colocado nosotros en vez de Él, en nombre de la conciencia. Esto tiene que mostrársele a la gente porque la única manera de encontrar la felicidad en esta vida y en la siguiente es no permitir que nuestras conciencias sean la fuente de la verdad, sino que debemos formarlas como buscadoras de la verdad.
¿Qué hace en realidad la conciencia?
Ahora, ¿qué hace en realidad la conciencia? Jesús nos dice que Él ha venido a cumplir la ley, para dar un paso más, al permitir que nuestras conciencias busquen la Verdad. En la ley antigua, Él remarcó, “han oído decir, ‘no matarás’, pero yo les digo, no deben ni siquiera genera ira. Han escuchado que no deben cometer adulterio, pero yo les digo, no deben mirar lujuriosamente a otra”.
¿Por qué Jesús dice esto? La conciencia siempre llama a un individuo a lo que es más grande, a lo que es heroico. Para eso es.
Cuando alguien me dice “seguí mi conciencia”, espero escuchar una historia de heroísmo. Espero escuchar una historia “más allá del deber” y sin embargo lo que escucho con frecuencia es que “mi conciencia me dispensó para hacer lo mínimo”.
¡La conciencia eleva! La conciencia sube la vara: no la baja. Seguir la conciencia es una cosa grande, pero significa que uno va más allá de la ley. Uno hace eso porque se siente llamado por Dios a lo heroico y Dios les da la gracia para responder, esa es la verdad sobre lo que sí es la conciencia.
No es una gran tarjeta para salir libre de la cárcel de tener que obedecer la ley moral. La conciencia necesita a la ley moral, ama la ley moral. “Benditos los que siguen la ley del Señor”. Y la conciencia nunca dice que puedes hacer menos que seguir la ley.
Como decía la primera lectura del domingo pasado, “Dios no subsidia el pecado” Y la conciencia lo eleva a uno a las alturas de la bondad y la verdad y la virtud y la belleza. La conciencia es uno de los más grandes dones que el Creador nos ha dado a cada uno. Es un don… es una criatura. No crea la verdad moral. La conciencia se engancha en la verdad moral y va más allá, para llevar a la ley a su perfección y cumplimiento.
Entonces, no rechacemos el deber de formar y seguir nuestras propias conciencias por la gracia que Jesús nos da a través de su Iglesia y Su nueva vida: y no rechacemos servir a otros ayudándolos a formar y seguir sus conciencias. Decirle la verdad a otro no es juzgarlo, es invitarlo a una vida de bendición.
Gracias por darse el tiempo para leer esto. ¡Que Dios los llene a ustedes y sus seres queridos con toda gracia y bendición! ¡Alabado sea Jesucristo!