En mi artículo anterior, escribí sobre lo bueno de la creación. Sin embargo, aunque todos lo hemos experimentado de una forma u otra, no podemos evitar la gran pregunta que surge como respuesta: ¿Por qué está todo tan desordenado? Sólo hace falta cinco minutos de mirar las noticias para ver la terrible cantidad de violencia, sufrimiento, egoísmo, enfermedad y muerte que azotan al mundo entero.
Como señala el Obispo Hying en su librito, Proclamando Valientemente el Evangelio, se podría decir que hubo un tiempo en el que, tal vez, pusimos demasiado énfasis en el pecado y el fuego del infierno, pero hoy el péndulo se ha inclinado demasiado en la otra dirección, hacia la autoafirmación, la satisfacción y el negativismo en reconocer el pecado y la culpa.
Estas actitudes caracterizan la cosmovisión moderna, a pesar de toda la evidencia de lo contrario. De hecho, no necesitamos mirar más allá de nuestro propio corazón. San Pablo lo dijo mejor que nadie: “Porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco” (Romanos 7:15). ¡Con qué facilidad perdemos el control de nuestra lengua y cedemos a la calumnia y al chisme cuando esa persona que no nos agrada aparece en una conversación! O cuán rápido somos para racionalizar nuestra decisión de comprar más posesiones o evitar darle dinero (o incluso hablar con) al mendigo en la intersección. Todos nosotros no logramos amar como nos gustaría.
Esto no era parte del plan
¿Entonces qué pasó? Ya conoces la historia: nuestros padres originales, Adán y Eva, cayeron en el pecado del orgullo y se aferraron al control. El diablo, con unas pocas palabras astutas, les hizo dudar de la providencia de Dios, hacerles creer que Él no proveería para ellos y que, en cambio, necesitaban tomar las cosas en sus propias manos.
De hecho, esto es lo que hace hasta el día de hoy, como revelan sus numerosos títulos bíblicos: el padre de la mentira; el acusador de los hermanos; el diábolo (literalmente, “lanzar en diferentes direcciones”). Y nosotros, como nuestros padres antes que nosotros, seguimos cayendo en el mismo pecado de orgullo y afán de control.
Éste es el misterio del Pecado Original. Antes de continuar, aclaremos qué significa esa palabra. Cuando hablamos de fe, un misterio es algo inteligible pero inagotable. En ese sentido, cada persona humana es un misterio. Siempre hay más que aprender sobre nuestro cónyuge, nuestros amigos y las personas que nos rodean.
Aunque podamos crecer en nuestra comprensión del pecado original, nunca llegaremos al fondo del mismo, por así decirlo. Pero podemos utilizar analogías para aportar claridad. Un ejemplo sería el alcoholismo. Si usted o alguien que conoce creció con un padre alcohólico, toda su vida estuvo marcada por esa realidad. Esta persona no fue cómplice del acto en sí, pero nació en ese estado. De la misma manera, el Pecado Original no es algo que tú y yo cometamos. Más bien, es un “pecado contraído,” un estado en el que todos nacimos y que colorea toda nuestra experiencia.
Para ser un poco más específicos, los efectos del pecado original son cuatro: desequilibrio de Dios, de modo que lo vemos como a través de un velo; desequilibrio de nosotros mismos, es decir, que no amamos como deseamos ni controlamos siempre nuestros apetitos; desequilibrio mutuo, que se manifiesta en el matrimonio, en la política, etc.; y el desequilibrio del mundo creado, donde el trabajo está marcado por el esfuerzo y el quebrantamiento de la creación se manifiesta en cosas como la violencia y los desastres naturales.
Salvado de . . . y Salvado para . . .
Esta es la realidad de la que necesitamos ser salvados. Pero entonces deberíamos preguntarnos . . . ¿Se trata sólo de huir de algo? ¿O también estamos corriendo hacia algo? En otras palabras, ¿para qué estamos salvados? Bueno, es sobre lo que escribí la semana pasada: Vivir como hijos e hijas de Dios en esta vida, para que seamos uno en Él y con Él por toda la eternidad.
En cierto sentido, se trata de volver a la vida, o al menos encontrar una nueva vida en Cristo. La conocida canción “Amazing Grace” dice: “Una vez estuve perdido, pero ahora he sido encontrado”. Cuando nos alejamos de Dios, nos perdimos a nosotros mismos y a nuestra identidad. Y Dios quiere devolvérnoslo.
O miremos la parábola del hijo pródigo: “Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”. Sin Dios, enfrentamos la oscuridad, el vacío y el pecado. Con Dios encontramos salvación y significado, nueva vida y transformación en Él, quien es el único que puede salvarnos de este estado.
Si desea obtener una copia del librito del Obispo Hying, comuníquese con Lorianne en la Oficina de Ministerio Hispano: Lorianne.aubut@madisondiocese.org or 608-821-3178.
Plan de acción de Adviento:
Ya hayan pasado 5 meses o 5 años desde que te confesaste, ve este Adviento. Tómate el tiempo para hacer un buen examen de conciencia, reflexionando sobre Romanos 7 y cómo has dejado de amar. Pídele al Espíritu Santo que ilumine tu corazón para que puedas ver el problema más profundo, la herida en tu corazón que te llevó al pecado. A partir de ahí, reflexiona sobre tu propio caminar desde el momento donde “estuviste perdido” hasta cuando fuiste encontrado gracias a la misericordia de Dios.