La conducta del Señor no deja de ser extraña: Por mucho que pensemos en la docilidad de Jesús, en el Evangelio del Señor perdido en el Templo [Lc 2:41 ss.] aparece como una faena para sus padres (angustia de ambos: “¿por qué nos has hecho esto?”).
¿Cuáles fueron los motivos del Señor para darles a sus padres este disgusto? “Tenía que ocuparse de las cosas de su Padre,” tampoco da suficiente claridad. Pero los hechos son indudables: El Señor era modelo de obediencia (“les estaba sujeto”).
Pero se va al Templo. Tal vez una explicación: La obediencia no tiene que ver con la excesiva dependencia de los hijos con respecto a los padres.
El Señor mantenía la independencia de criterios. Es la experiencia de nuestra propia infancia: Una sana independencia (se nos educaba primero como hijos de Dios, y luego como hijos de una familia).
En la sociedad degradada de hoy la obediencia se ha trucado en un fenómeno de la excesiva dependencia de los padres. La cosa se hace peor cuando los niños quedan desamparados por padres divorciados (los padres los malcrían en los períodos que los tienen, los abuelos intervienen y para peor). Los críos pasan de un servilismo total a una libertad total, en que no saben comportarse porque no han sido educados.
He aquí que en el Evangelio el Niño-Jesús tiene una independencia de criterio. Aquí se ve la yuxtaposición de la familia natural y sobrenatural (familia de los hijos de Dios).
La obediencia cristiana es virtud muy difícil. El educador tiene que aprender a respetar a sus subordinados, el respeto a su personalidad, el darle criterios pero que los subordinados actúen por su cuenta.
No se trata de ‘andar’ por el niño. Hay que fomentar la personalidad del niño sin aniquilarlo. Para ello es necesario amar a Dios, a los niños y haber vivido la vida de la obediencia.
La educación no es otra cosa que la enseñanza de la vivencia de las virtudes cristianas. Pero los educadores cada vez viven peor las virtudes.
¿Cómo los van a educar? No puede mandar aquél que nunca supo obedecer. No se trata de enseñar obediencia a ovejas, no somos borregos. Nadie fue más obediente que el niño Dios, y sin embargo, tenía criterios propios.
Los padres no comprenderán al niño. Los padres podrán ser todo lo buenos que quieran (aun el caso de la Virgen o san José), pero no entenderán la vocación sobrenatural de sus hijos. Los niños deben amar y obedecer: Respetarlos.
Pero no dejar que se interfiera en su vocación sobrenatural (“el que ama a su padre . . .”). Esto es la yuxtaposición de dos órdenes: el natural y el sobrenatural.
De ahí la importancia de la familia sobrenatural. A veces se nos escapa que Dios al elevarnos al orden sobrenatural, lo que hizo fue hacernos miembros de su familia más cercana: Somos realmente ‘sus hijos’.
En el cielo existirá la familia perfecta: Viviremos de verdad como verdaderos hijos de Dios con un auténtico Padre Dios y un hermano Cristo (como verdadero hombre que es).
Y allí comprenderemos la verdadera fraternidad, paternidad y unidad. A veces, al pensar en el cielo nos centramos en la alegría del cielo, que da la impresión de ser una masa . . . y no es así, sino la vivencia de la familia perfecta. En nuestras familias naturales y sobrenaturales podemos hacernos una idea de lo que podrá ser la familia del cielo.
El Padre Osvaldo Briones, SJS es coordinador del Ministerio Hispano en la región del vicariato de Sauk.