Estamos ya habituados al término “adviento”, sabemos qué significa: pero precisamente por el hecho de estar tan familiarizados con él, quizá no llegamos a captar toda la riqueza que encierra dicho concepto.
Adviento quiere decir “venida”. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién es el que viene?, y ¿para qué viene?
Enseguida encontramos la respuesta a esta pregunta. Hasta los niños saben que es Jesús quien viene para ellos y para todos los hombres. Viene una noche en Belén, nace en una gruta, que se utilizaba como establo para el ganado.
Esto lo saben los niños, lo saben también los hombres que participan de la alegría de los niños y parece que se hacen niños ellos también la noche de Navidad. Sin embargo, muchos son los interrogantes que se plantean. El hombre tiene el derecho e incluso el deber de preguntar para saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad, aunque participen de su alegría.
Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo.
Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico. La Iglesia retoma su camino y nos invita a reflexionar más intensamente en el misterio de Cristo, misterio siempre nuevo que el tiempo no puede agotar. Cristo es la alfa y la omega, el principio y el fin. Gracias a Él, la historia de la humanidad avanza como una peregrinación hacia el cumplimiento del Reino, que él mismo inauguró con su encarnación y su victoria sobre el pecado y la muerte.
Por eso, Adviento es sinónimo de esperanza: no es la espera vana de un dios sin rostro, sino la confianza concreta y cierta del regreso de Aquél que ya nos ha visitado, del «Esposo» que con su sangre ha sellado con la humanidad y pacto de eterna alianza. Es una esperanza que estimula la vigilancia, virtud característica de este singular tiempo litúrgico. Vigilancia en la oración, alentada por una expectativa amorosa; vigilancia en el dinamismo de la caridad concreta, consciente de que el Reino de Dios se acerca allí donde los hombres a prenden a vivir como hermanos.
El Tiempo de Adviento se caracteriza por inaugurar el año litúrgico, “en él la Iglesia marca el curso del tiempo con la celebración de los principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la salvación” (Papa Francisco, Ángelus 29-XI-2020). Tiene una duración de cuatro semanas y comienza con las primeras vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre hasta las primeras vísperas del 25 de diciembre. En este periodo se comprenden los cuatro domingos previos a la Navidad. “Durante estas cuatro semanas, estamos llamados a despojarnos de una forma de vida resignada y rutinaria y a salir alimentando esperanzas, alimentando sueños para un futuro nuevo” (Papa Francisco Ángelus, 2-XII-2018).
El periodo está dividido en dos partes que subrayan una verdad de fe importante cada una. La primera se extiende hasta el 16 de diciembre y se centra en evocar la segunda venida del Mesías. La segunda parte se desarrolla entre el 17 y el 24 de diciembre y se ordena a preparar la Navidad de modo más próximo. De este modo la Iglesia ayuda a sus fieles a recordar y reflexionar en “Quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanza.
La preparación que nos propone la Iglesia durante el Adviento se concreta en un itinerario de conversión personal. La Liturgia nos hace presente este camino a través de la figura de Juan Bautista. De la mano del Precursor comenzamos un camino de desapego del pecado y la mundanidad, “esta conversión implica el dolor de los pecados cometidos, el deseo de liberarse de ellos, el propósito de excluirlos para siempre de la propia vida” (Papa Francisco, Ángelus 6-XII-2020). Solo así estaremos en condiciones de dirigirnos a la búsqueda de Dios y de su reino, a la amistad y comunión con Dios, que es el verdadero fin de la conversión de cada uno.
¿Cuál es el papel de Santa María en el Adviento?
La Virgen Santísima “brilla en nuestro camino como signo de consuelo y de firme esperanza” para hacer del Adviento una verdadera preparación para recibir al Niño Jesús.
No es una coincidencia que la conmemoración de la Inmaculada Concepción, que se celebra el 8 de diciembre, sea durante la segunda semana de Adviento. Esta fiesta nos recuerda que la Santísima Virgen es imagen de lo que estamos llamados a ser: “santos e inmaculados” (Ef 1, 4). Al ser concebida sin pecado original, María refleja la belleza de una vida en gracia, de unión con Dios, libre de pecado. Esa belleza es un atractivo que nos mueve a llevar una vida limpia, desprendida del pecado y abierta a la gracia. Como expresó el Papa Francisco, “lo que para María fue al inicio, para nosotros será al final” (Papa Francisco, Ángelus 8-XII-2020). De este modo la Virgen asiste a sus hijos en la Iglesia a recorrer su camino de conversión al que invita el Adviento.
En definitiva, el Adviento es un tiempo de preparación e impulso para el encuentro con Cristo. “Nuestro caminar hacia Belén tiene que ser un buscar a Jesús en todas las dimensiones de nuestra vida ordinaria. Pero para eso hay que “enderezar sus sendas”. ¿Qué significa “enderezar sus sendas”? Significa, para nosotros, quitar obstáculos a la venida del Señor a nosotros, a nuestras almas, a nuestra vida”.
El Padre José Luis Vazquez es el párroco asociado de la Parroquia San Rafael de la Catedral en Madison.