Imagínate encontrarte a solas en un bosque, escuchando en la distancia el sonido del agua que corre en un río que termina en una gran y fuerte cascada.
Solo ese sonido de la creación es lo que detiene el silencio, y claro, también tus pensamientos sobre ti mismo, sobre tu vida, sobre quien eres, sobre lo que has hecho, y sobre quien eres llamado a ser llenan el vacío y detienen el silencio.
Es ahí, mientras miras la hermosa naturaleza creada por el Creador, que te preguntas sobre quien eres.
Sabes que has sido creado como hijo o hija de Dios con amor, por amor y para amar.
Pero también reconoces que no has sido perfecto con tus palabras, acciones, y pensamientos.
Mientras caminas por el bosque y al fondo se escucha el fluir del agua, entras en una conversación mental y espiritual con el Creador, con el Padre Celestial que tanto te ama y Quien todo lo sabe.
“Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes mi sufrimiento, mi necesidad de Ti, mi deseo de cambiar y de ser transformado”.
Dejas que el silencio calme tu alma, y continúas diciendo: “Señor, enséñame el camino. Dime que quieres de mí, que debo hacer.” Y continúas: “Señor, yo te he dado todo de mí, ¿qué más quieres que haga?”
En el silencio te quedas agobiado de no poder escuchar a Dios contestar y te preguntas si Dios te está escuchado.
“Detente, para y reconoce, yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida. Soy el aire que respiras y el agua que te limpia y sana, soy todo lo que necesitas, soy parte de ti y vivo en ti”.
La voz silenciosa sentida fuertemente en tu corazón, te llena de pura paz y alegría.
Esa voz te detiene en tu camino, y solo quieres descansar en esa presencia de Jesús.
Cierras tus ojos y sabes dentro de tu corazón que Jesús está contigo, presente en ti y abrazándote con su gran amor y compasión.
Reconoces su presencia y lágrimas bajan al escuchar las palabras uno y otra vez, “detente y reconoce”.
Este llamado a detenerte corre en todo tu ser y no mueves ni un dedo al descansar en la presencia de Jesús.
Por un par de minutos solo dejas tu mente y alma descansar en la verdad de Cristo y de tu identidad como un ser amado.
Este encuentro con Jesús es único, es real, es tuyo y de Cristo.
Nada ni nadie puede apartar este momento de ti.
Quieres decir más, pero Jesús te ha pedido que descanses en Él y derrames todo tu peso sobre Él.
Sentimientos de arrepentimiento y perdón consumen tu mente y tu ser.
Sabes que los brazos de Cristo están abiertos en la Cruz y que Él l te está esperando en un lugar muy especial para darte el mayor regalo de amor y misericordia: la Reconciliación.
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