¡El Señor es bueno, todo el tiempo! Cuando somos transformados por la gracia divina de Dios, solo hay una palabra que expresa esa experiencia: Gratitud.
Cuando vemos a Cristo en acción, derramando Su gracia, Su poder, Su amor, solo podemos dar gracias. Cuando somos perdonados en el sacramento de la confesión y nuestra carga es ahora liviana y nuestra oscuridad es iluminada, solo podemos dar gracias.
Y cuando fijamos nuestra mirada en Cristo, somos transformados y convertidos en una persona nueva. Es por eso que damos gracias, y es por eso, que debemos vivir una vida diaria de agradecimiento.
Acción de Gracias: La Eucaristía
La Iglesia nos ofrece una gran oportunidad cada día para agradecer y vivir la gratitud que proviene de un corazón arrepentido y transformado. Esa oportunidad se llama acción de gracias, la Eucaristía. Es en la Santa Misa que nos reunimos en comunidad y ofrecemos nuestra gratitud al consumir el Cuerpo y la Sangre de Cristo ofrecidos por nosotros en la Primera Cena del Jueves Santo.
El sacrificio de Cristo es en sí mismo una acción de gracias, porque aquellos que purifican su cuerpo y su alma reciben la grandeza de la Eucaristía y obtienen bendiciones que solo fortalecen su vida como cristiano.
La vida de una persona convertida y transformada se desprende de la realidad de su identidad humana como hijos amados de Dios, de su encuentro con Cristo, del reconocimiento de sus faltas y la búsqueda del perdón, y de sus vivencias en la vida sacramental como la confesión y la eucaristía. Más aún, la persona transformada es fortalecida por el agradecimiento y ciertos hábitos espirituales.
Los hábitos espirituales que fortalecen la vida de conversión y nos dirigen hacia la santidad son estos cuatro: la Misa dominical, la Confesión mensual, la oración diaria y la ofrenda o sacrificio los viernes (día que sufrimos con Cristo crucificado).
Hábitos espirituales de santidad
¿Por qué insistir en las prácticas o hábitos espirituales de santidad? La razón es porque solo una persona que practica estos cuatros hábitos puede mantener un desprendimiento de su vida pasada fortificando su nuevo ser transformado y convertido.
La conversión de una persona se basa en varios momentos en su vida cuando Cristo se hace presente de una manera transformadora. Y mientras más somos convertidos más deseamos vivir los hábitos espirituales.
Pero de la misma manera, mientras más vivimos los hábitos de santidad, más somos convertidos y transformados; es decir, más momentos de conversión experimentamos.
Hemos hablado un poco sobre la importancia de la Confesión y la Eucaristía. La semana pasada miramos profundamente nuestra necesidad de arrepentimiento y del perdón, y esta semana exploramos la Eucaristía como una acción de gracias. La Iglesia nos exhorta a practicar estos dos hábitos regularmente por el poder y la gracia victoriosa y salvífica que ofrecen.
La Confesión mensual 1) nos mantiene puros, listos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en estado de gracia, 2) nos fortalece para que seamos más capaces de enfrentar el mal y las tentaciones, y 3) nos ofrece sanación emocional y espiritual de las cargas dolorosas y los momentos oscuros que vivimos por nuestros pecados.
La Misa dominical, e incluso la Misa diaria 1) nos anima a amar a Dios y a los demás, 2) nos ofrece una oportunidad de gratitud y agradecimiento por todo lo que Dios nos ha dado, y 3) nos alimenta con Cristo mismo para que Él habite en nosotros y podamos compartirlo con los demás.
La oración diaria y la ofrenda o sacrifico de los viernes son prácticas que no tan solo crean en nosotros una disciplina sana, sino que también fortalecen nuestra relación con Cristo o nos unen más a Él.
Cuando hablamos de la oración diaria, nos referimos a tomar tiempo de nuestro día, cada día, y dedicárselo a Dios en oración — pueden ser 15 minutos, 30 minutos o dos horas diarias, lo importante es hacerlo. Muchas veces practicando devociones como el rosario o una novena nos encaminan hacia Dios y nos ayudan a crear el hábito de separar tiempo para la oración.
Existen también otras maneras de utilizar el tiempo de oración, como leyendo la Biblia o estudiando el Catecismo, o sentado en silencio frente al Santísimo, rezando el Evangelio del próximo domingo, o leyendo las lecturas del día, y mucho más. Lo importante es dedicar de manera intencional ese tiempo a la oración.
Las ofrendas o sacrificios de los viernes son oportunidades para unir nuestro sufrimiento al sufrimiento de Cristo en la Cruz el viernes santo.
De la misma manera que todos los domingos recordamos y celebramos la Resurrección de Cristo, los viernes son días de recordar su muerte, de ofrecer en gratitud todo lo que Dios nos ha dado, y de unirnos a Él de una manera más íntima, como dejar un placer o algo que disfrutamos a un lado, para hacer más espacio en nuestro corazón para Dios. Durante la Cuaresma usualmente practicamos el ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y además practicamos la abstinencia esos dos días más todos los viernes de la Cuaresma.
La Iglesia nos invita a que cada viernes, todo el año, ofrezcamos algo a Dios, puede ser ofrecer menos tiempo a la televisión, o el teléfono o a las redes sociales, o no comer carne, o tratar de ofrecer un tiempo adicional de oración como la Misa diaria u ofrecer tiempo frente al Santísimo.
Todos estos hábitos espirituales de santidad forman parte de quienes somos como cristianos católicos y son necesarios mientras vivimos una vida transformada de conversión.
Y más aún al ser transformados continuamente podemos salir y aceptar nuestro llamado a la misión evangelizadora de la Iglesia.
Para reflexiones, y recursos para esta cuaresma e información de eventos diocesanos y parroquiales, visite la página de Ministerio Hispano: madisondiocese.org/ministerio-hispano o síganos en Facebook “Oficina de Ministerio Hispano — Diócesis de Madison”.