Durante el tiempo de Cuaresma cada año, la iglesia nos pide que practiquemos el ayuno y la abstinencia. La práctica del ayuno se remonta a los tiempos bíblicos y por ende lo encontramos en la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. El ayuno aparece primeramente en el libro de Génesis 2:17, cuando Adán y Eva rompen el ayuno proclamado por Dios de no comer del árbol de en medio del jardín, el árbol de conocimiento del bien y del mal. Adán y Eva rechazaron la vida verdadera dependiente de Dios y la cambiaron por una vida que dependía “solo de pan” es decir, de la comida fuera de Dios “serán como dioses” les dijo Satanás. Por eso Nuestro Señor Jesús reitera en Mateo capitulo cuatro, durante sus tentaciones en el desierto, que “No solo de pan vive el hombre” ayudándonos a entender así que nuestra dependencia debe basarse de una manera intencional en Dios y no en las cosas materiales de este mundo.
Cabe resaltar que nuestra aceptación de una vida con Dios no depende solo de nuestra decisión como punto de comienzo, sino que a nosotros se nos da a elegir entra una vida que ya la ofrece Dios, es decir se nos ofrece conectarnos con Dios, cosa que Adán y Eva rechazaron. Por “vida” se debe entender entonces comunicación con Dios. La tragedia no es tanto que Adán y Eva hayan comido, sino que hayan comido por comer, comer “aparte de Dios,” independientemente de Dios (“su dios es el vientre,” Fil 3:19), pusieron su fe en la comida, no en Dios.
Jesús, el nuevo Adán, paso cuarenta días y cuarenta noches en el desierto y al final sintió hambre. El hambre es un estado que nos lleva a darnos cuenta que dependemos de lo más importante, Dios, no solo de lo material, sino más bien de lo espiritual. Satanás les dijo a Adán y a Jesús que el hambre era signo de que lo único que necesitan realmente es la comida. Pero Jesús responde “No solo de pan vive el hombre” (Mt 4:4, Lc 4:4). Esto nos libera de la total dependencia de la comida, lo material, lo que nos separa de Dios.
Es por medio del ayuno y la abstinencia que el hombre recupera su verdadera naturaleza espiritual, por lo tanto, el ayuno acompaña a la oración y la hace más poderosa e inclusive facilita la oración sin distracción. Por eso la iglesia nos pide abstenernos de comida una hora antes de comulgar en la Misa, para tener hambre de Jesús. La iglesia pide que nosotros nos abstengamos de carne, bajo pena de pecado mortal, a partir de los 14 años, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo y a practicar el ayuno, bajo pena de pecado mortal, entre los 18 y 59 años, Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. La iglesia pide, no bajo pena de pecado mortal, la abstinencia de carne todos los viernes del año.
Este artículo ha sido escrito por el Padre Jorge Miramontes, sacerdote diocesano de Madison. El Padre Jorge es el párroco de la Parroquia La Sagrada Familia en Marshall y asiste fervientemente a la comunidad hispana en los pueblos cercanos de Watertown y Jefferson.
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