Esta columna es la comunicación del Obispo con los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia va más allá de la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
El Adviento ya está con nosotros. Hemos concluido el Año de la Fe con gusto y ahora estamos llamados a iniciar, nuevamente, el camino de un nuevo año litúrgico.
Este camino comienza, como siempre, con nuestra preparación para ingresar al momento más importante de la historia: cuando Dios se hizo hombre.
Que el Creador eterno del universo haya venido entre nosotros, no solo para morar, sino para llamarnos a la vida con y como Él, significa un completo reordenamiento de todo, de cada pequeña cosa.
La realidad profunda de la Encarnación y sus implicancias para nuestra vida es la razón por la que tenemos un tiempo de Adviento cada año: nos damos el tiempo para considerar cómo cada uno responde a la presencia de Dios en nuestra vida y lo que eso significa para nosotros.
Navidad: Un anhelo por Cristo
Que necesitamos darnos un tiempo para prepararnos para esa realidad no es sorpresa, pero sin embargo se olvida con frecuencia.
Estamos tan emocionados por celebrar Navidad que no podemos esperar hasta el día después de Acción de Gracias para comenzar las compras de “Navidad” (que parece ser un día muy popular para comprarnos regalos también).
Las compras de Navidad ahora comienzan el Día de Acción de Gracias. Además he visto algunas decoraciones navideñas hacia finales de octubre este año.
Este “arranque” de Navidad puede ser problemático porque tiende a trivializar el verdadero sentido de la Navidad, y ante esto tengo que ofrecer un punto positivo de esperanza.
El hecho de que muchos anhelen la Navidad es, por sí mismo, algo bueno. Creo que en lo profundo es el anhelo de Cristo lo que hace que la gente se mueva, aunque lo admitan o no o se den cuenta de ello o no. Es Cristo a quien todo corazón humano anhela en lo profundo.
Es solo Cristo en quien la humanidad encuentra sentido. En realidad, Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Este deseo por Cristo tiene su efecto residual en lo que venimos a llamar Navidad.
Aún por mucho, la Navidad es un momento para las familias y para los buenos sentimientos, para las buenas intenciones. La Navidad aún está marcada por esto y por los regalos que se dan y se reciben.
Todo esto es bueno. Es un quiebre con lo que comúnmente experimentamos durante el año, y esta es otra razón por la que la gente están tan desesperada. La Navidad aún es muy bonita.
Navidad significa mucho más que “bueno”
De hecho la Navidad es muy bonita y lo bondad es una de las virtudes reconocidas por la sociedad. ¿Pero es la bondad, entendida como una sonrisa o decir cosas felices a la gente, e incluso hacer algo por ella (cuando nos conviene), en realidad una virtud?
¿Dios se hizo hombre solo ayudarnos a ser Buenos? ¿Jesús vivió su vida tan intensamente para que, al final, las autoridades dijeran: ‘este muchacho es demasiado bueno, hace que todos se sientan cómodos y felices, será mejor crucificarlo?
¿O podría ser – tal vez – que estamos llamados a algo mucho mayor que solo la bondad?
Por supuesto, la respuesta es “sí”.
Estamos llamados a algo mucho mayor que solo la bondad. Estamos llamados al amor y, nuevamente, no solo el amor entendido como el de las tarjetas o las canciones… ¡ni siquiera las canciones pop de Navidad!
El amor al que estamos llamados es el amor por el que nos preparamos durante el Adviento.
Es el amor que se nos da sin considerar el precio, el amor que siempre está para “el otro”. Es el amor que dice “yo no”.
Siempre deberíamos decir “yo no”
El amor de Dios por la humanidad, que se hizo manifiesto en la Encarnación, fue una expresión de “yo no” incluso desde el mismo comienzo. Tomemos un momento para considerar como el “yo no” marcó cada paso de la vida de Cristo.
La respuesta de María a la invitación de Dios a participar en el plan divino fue “hágase según tu Palabra (Lc 1:38)”. Yo no.
María, portando a Cristo en ella, va a visitar a su prima. ¿Cuál es respuesta de Isabel a la presencia de María (y Jesús)? “¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a mí? (Lc1:43)”. Yo no.
José, al conocer el plan de Dios, y pese a la extraña y escandalosa realidad de su amada con un niño, inmediatamente hizo lo que Dios deseaba y la llevó a su casa (Mt 1:24). Yo no.
Todos los que se enteraban del nacimiento de Cristo niño – desde pastores hasta sabios – dejaban todo lo que estaban haciendo e iban a adorarlo (Lc 2:8-20, Mt 2:1-12). Yo no.
Juan el Bautista pasó toda su vida llamando a la gente al arrepentimiento – a perdonarse a ellos mismos – y reunió a un grupo de seguidores. ¿Pero cuál era su mensaje? “Uno más poderoso que yo viene detrás de mí. No soy digno de desatarle las cuerdas de sus sandalias (Mc 1:7)”. Yo no.
Y podemos mirar en los Evangelio para encontrar, una y otra vez, el mensaje de Jesús: no es solo mi voluntad, sino la voluntad de mi Padre que me ha enviado… Este fue Su mensaje de autodonación, su mensaje de “yo no” que culminó con Su muerte en la Cruz.
La autodonación de Jesús fue ofrecida de acuerdo a la voluntad del Padre, por el bien de toda la humanidad.
Entonces, ¿cuál es el mensaje que deben cumplir sus seguidores? Es un mensaje en el que siempre queda claro “yo no”.
Viviendo el “yo no”
Y vivir el “yo no” es bastante más que simplemente ser bueno.
Ser bueno con frecuencia significa dar de nuestro exceso para hacer a otros felices.
Y la bondad suele realizarse luego de ver que obtendremos algo a cambio.
Incluso la buena costumbre de Navidad de dar regales es típicamente realizada de modo recíproco.
Entonces con frecuencia damos regalos sabiendo que vamos a recibir otros de otras personas.
E incluso si no recibimos un regalo físico de la otra persona, al menos recibiremos su gratitud y/o algún tipo de satisfacción.
Aquí nuevamente, esto no es malo en sí mismo: es muy bueno. Pero estamos llamados a mucho más.
Estamos llamados a encontrar formas de dar que no puedan ser devueltas. Estamos llamados a encontrar maneras de dar no solo de lo que nos sobre, sino del mismo sustento, para que se derrame el “yo”.
Someterse a la voluntad de Dios
Además, vivir como “yo no” significa someter nuestra propia voluntad a la de Cristo y su Iglesia.
Vivir como “yo no” significa reconocer que Cristo se ha hecho uno de nosotros y nos dado una manera real y tangible de seguirlo que exige sacrificio.
Es un llamado a ser servidores de la Verdad y hablar esa verdad con amor: incluso cuando haga que la gente se sienta incómoda (Aquí la idea secular de bondad entra en conflicto con la virtud de la auténtica caridad).
Vivir de acuerdo al “yo no” tiene que ser puesto en práctica en cada momento de cada día, y puede ser ciertamente difícil.
Incluso los que son muy abiertamente devotos a vivir una vida con-y-como Cristo puede ser tentados a la complacencia y la comodidad.
Seguimos a Cristo, nos sacrificamos… pero lo hacemos a nuestro modo.
Le damos a los pobres y la Iglesia de modo tal que nos sentimos siempre cómodos.
Las parejas casadas y las familias asumen una rutina (de forma individual y como pareja/familia) de sacrificarse por el otro del modo que ellos quieren.
Los sacerdotes, obispos y religiosos pueden ser tentados a acomodar sus vidas por la gente a la que sirven, por sus comunidades, en la forma en que nosotros queremos.
Y cuando alguna nueva o inesperada oportunidad de vivir el “yo no” aparece, tendemos a evitarla. Decimos, “ya hago suficiente”.
El discípulo de Jesucristo nunca puede decir “ya hago suficiente”.
El discípulo de Jesucristo debe preguntarse, cada día, “¿Cómo vivo mejor para ‘el otro’ hoy, cómo Le dejo hacer en mí hoy?”
Entonces, examinemos nuestras vidas este Adviento y consideremos cómo podemos ser más que buenos. Consideremos cómo podemos vivir más y más este “yo no” al que Cristo nos llama.
Gracias por darse el tiempo de leer esto. ¡Tengan una bendita primera semana de Adviento! ¡Alabado sea Jesucristo!