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San León Magno — 10 de noviembre
En el año 452 d.C. la Península itálica tiembla frente a los Hunos, capitaneadas por Atila. Gran parte del norte de Italia ya ha caído en manos del invasor. Las ciudades de Aquilea, Padua y Milán han sido conquistadas, saqueadas y rasadas al suelo. Ahora Atila prosigue su avance, está cerca de Mantua, sobre el río Mincio. Allí la Historia se detiene y se forma: León Magno, elegido Papa doce años antes, quién encabeza una delegación de Roma, se encuentra con Atila y lo disuade de proseguir la guerra de invasión. La leyenda narra que el rey de los Hunos se retira tras haber visto aparecer, detrás de León, a los Apóstoles Pedro y Pablo, armados con espadas. Tres años después, en el 455, una vez más el “Papa Magno”, si bien desarmado, detiene a las puertas de Roma a los Vándalos de África, guiados por el rey Genserico. Gracias a su intervención, la ciudad sí es saqueada, pero no incendiada. Permanecen de pie las Basílicas de San Pedro, San Pablo y San Juan, en las que encuentra refugio gran parte de la población, que así ha salvado su vida.
La vida de León no se explicita sólo en el empeño por la paz, llevando adelante con coraje y sin detenerse. El Pontífice también se dedicaba mucho a la tutela de la doctrina: es él, en efecto, el que inspira el Concilio ecuménico de Calcedonia en Turquía, que reconoce y afirma la unión en Cristo de las dos naturalezas – humana y divina – rechazando la herejía de Eutiquio, que niega la esencia humana del Hijo de Dios. La intervención de León en el Concilio se produce a través de un texto doctrinal fundamental: el “Tomo a Flaviano”, Obispo de Constantinopla. Este documento es leído públicamente a los 350 Padres conciliares que lo acogen por aclamación afirmando: “Pedro ha hablado por boca de León, León ha enseñado según la piedad y la verdad”.
Como defensor y promotor del Primado de Roma, el “Pontífice Magno” (San León Magno) deja a la historia casi 100 sermones y casi 150 cartas, demostrándose así tanto teólogo cuanto pastor, atento a la comunión entre las diversas Iglesias, sin olvidarse de las necesidades de los fieles. En efecto para ellos anima las obras de caridad en una Roma doblegada por las carestías, la pobreza, las injusticias y las supersticiones paganas. Lleva adelante todas las acciones indispensables para “tener justicia con constancia” y “ofrecer amorosamente la clemencia”, puesto que “sin Cristo no podemos nada, pero con Él, podemos todo”.
Él fue nacido en la Tuscia y convertido en diácono de la Iglesia de Roma alrededor del año 430. Al morir el Papa Sixto III, le sucede León, su consejero. La consagración como Pontífice – el 45° de la historia de la Iglesia – se produce el 29 de septiembre del 440.
Su Pontificado, que duró 21 años, reúne diversos récords: primer Obispo de Roma que lleva el nombre de León; primer Sucesor de Pedro en ser llamado “Magno”; primer Papa de quien nos ha llegado la predicación, también es uno de los dos únicos Pontífices (el otro es Gregorio Magno) que ha recibido, en 1754, por voluntad de Benedicto XIV, el título de “Doctor de la Iglesia”. Su muerte se produjo el 10 de noviembre del 461 y, según algunos historiadores, León Magno también fue el primer Papa en ser sepultado dentro de la Basílica Vaticana. Aún hoy, sus reliquias se conservan en San Pedro, concretamente en la Capilla de la “Virgen de la Columna”.
San Alberto Magno — 15 de noviembre
El 15 de noviembre la Iglesia celebra a San Alberto Magno, doctor de la Iglesia. [Sabemos que el nombre] Alberto significa: “de buena familia” y en su tiempo la gente lo llamaba ‘El Magno’, el grande, el magnífico, por la sabiduría tan admirable que había logrado conseguir. Lo llamaban también “El Doctor Universal” porque sabía de todo: de ciencias religiosas, de ciencias naturales, de filosofía, etc. Era geógrafo, astrónomo, físico, químico y teólogo. La gente decía “Sabe todo lo que se puede saber” y le daban el título de “milagro de la época”, “maravilla de conocimientos” y otros más. San Alberto tuvo el honor de haber sido el maestro del más grande sabio que ha tenido la Iglesia Católica, Santo Tomás de Aquino, y esto le aumentó su celebridad. Él descubrió el genio que había en el joven Tomás.
Nació en Alemania en 1206. Era de familia rica y de importancia en el gobierno y en la alta sociedad. Su padre era Conde, o sea gobernador de la región. Estudió en la Universidad de Padua. Allí se encontró con el más grande pescador de vocaciones, el beato Jordán de Sajonia, sucesor de Santo Domingo, y aunque el papá de Alberto se oponía a que su hijo se hiciera religioso, sin embargo, la personalidad de Jordán fue tan impresionante para él, que dejó todo su futuro de hacendado, político y hombre de mundo, y entró de religioso con los Padres Dominicos.
Él mismo contaba que de joven le costaban los estudios y por eso una noche dispuso huir del colegio donde estudiaba. Pero al tratar de huir por una escalera colgada de una pared, en la parte de arriba, le pareció ver a Nuestra Señora la Virgen María que le dijo: “Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a Mí que soy ‘Trono de la Sabiduría?’. Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa. Y para que sepas que sí fui yo quien te la concedí, cuando ya te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías”. Y así sucedió. Y al final de su vida, un día en un sermón se le olvidó todo lo que sabía, y dijo: “Es señal de que ya me voy a morir, porque así me lo anunció la Virgen Santísima”. Y se retiró de sus labores y se dedicó a orar y a prepararse para morir, y a los pocos meses murió.
En Colonia, en París y en varias otras universidades fue profesor brillantísimo y de muchas naciones iban estudiantes a escuchar sus clases. Él tuvo el mérito de haber separado la teología de la filosofía, y de haber descubierto que el filósofo Aristóteles tiene un gran parecido con las ideas cristianas (lo cual perfeccionará luego su discípulo Santo Tomás). Escribió 38 volúmenes, de todos los temas. Teología, filosofía, geografía, química, astronomía, entre otros. Era una verdadera enciclopedia viviente.
Fue nombrado superior provincial de su comunidad de Dominicos. Y el Sumo Pontífice lo nombró Arzobispo de Ratisbona, pero a los dos años renunció a ese cargo para dedicarse a dar clases y escribir, que eran sus oficios preferidos. Habiendo sido de familia muy rica y de alta posición social, recorrió Alemania predicando, y viajando de limosna y hospedándose donde le dieran posada como a un limosnero. Era una buena práctica para aumentar la virtud de la humildad.
El 15 de noviembre de 1280, mientras charlaba tranquilamente con unos religiosos de su comunidad, quedó muerto plácidamente. Tenía 74 años. Dejaba fama de haber sido más sabio que todos los sabios de su tiempo. Todas las enseñanzas tenían por fin llevar el alma hacia Dios que es amor.