Al celebrar la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María [la semana pasada el 15 de agosto], nos alegramos de que ella [María], que nunca conoció el pecado, tampoco sufrió corrupción corporal.
En la Madre del Señor, vemos la intención y el propósito original de Dios para nosotros antes de la caída del Pecado Original: Una integridad santa de cuerpo, alma, mente y corazón, libres de pecado y muerte.
La Asunción nos da la esperanza de que nosotros, que hemos pecado y experimentaremos corrupción corporal, resucitaremos en gloria gracias a la victoria del Hijo de María sobre el mal.
Aunque la Iglesia sostuvo el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María desde los inicios de la fe, recién en 1950 fue declarado como enseñanza infalible por el Papa Pío XII.
Los comentaristas teológicos han reflexionado desde entonces sobre el momento de esta proclamación, que se produjo sólo cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial, por parte del Papa que había dirigido a la Iglesia y sufrido con el mundo a través de ese cataclismo maligno que cobró 73 millones de vidas.
¿Podría ser que Pío XII quisiera exaltar la dignidad del cuerpo humano y de la persona humana a la luz de tan horrendo genocidio, para recordar a un mundo literalmente sembrado de millones de cadáveres, la gloria de nuestra humanidad creada por el Padre y redimida en Cristo?
A la luz de toda la confusión y el mal que nos rodea hoy con respecto a la dignidad de la vida humana, el don de la sexualidad y la verdad de nuestra identidad, podemos mirar a María como un signo de esperanza luminosa y una fuente de intercesión poderosa.
La Mujer vestida de sol, la Santísima Virgen, reina como Reina del Cielo, orando por nosotros, llamándonos a la santidad y a la obediencia, señalándonos a su Hijo como nuestro Redentor y Salvador.
No somos simplemente espíritus atrapados en una forma material, como afirmó el antiguo filósofo griego Platón.
Somos hijos de Dios encarnados con cuerpo y alma, destinados a estar en última instancia en la gloria de la Trinidad en toda nuestra integridad y belleza humana.
Esa convicción es la razón por la que creemos en la resurrección del cuerpo.
Deja que María te guíe
Animo a todos a rezar el Rosario todos los días, por la Iglesia, nuestro país y nuestro mundo.
En estos tiempos turbulentos y desafiantes, sabemos que sólo el amor del Señor Jesús puede sanarnos, bendecirnos y salvarnos.
Al reflexionar sobre los misterios de la vida, el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús, somos atraídos al Evangelio vivo de su verdad y amor.
Cuando rezamos el Rosario, le pedimos a la Santísima Virgen María que abra el tesoro de su Inmaculado Corazón y que comparta con nosotros sus experiencias de vida de Jesús.
El Rosario diario puede desafiarnos en la repetición de los Misterios y sus oraciones; y podemos distraernos fácilmente con la rutina.
Debido a ese desafío es la razón por la que utilizo un pequeño libro llamado “Rosario de las Escrituras”, que ofrece un breve versículo de los Evangelios para cada cuenta del “Ave María”.
Esta fusión del Rosario y las Escrituras me ayuda a mantener mi mente y mi corazón enfocados en el Misterio que tenemos entre manos y me lleva a una apreciación más profunda del Señor, a quien busco contemplar en mi mente y mi corazón.
¡Invita a María a tu corazón, a tu matrimonio, a tu familia y a tu hogar!
Su presencia consoladora, dulce y amorosa transformará nuestras vidas y nos llevará a una mayor adhesión a Jesús y a una capacidad más profunda de vivir el Evangelio.
Ella fue la primera en escuchar la asombrosa Buena Noticia de la Encarnación del Señor, de que ella daría a luz al Hijo de Dios y daría su humanidad a la Segunda Persona de la Trinidad invisible, inmortal, tres veces santa y bendita.
Su maternidad brota de su fe; su papel como Theotokos, la “portadora de Dios”, surge de su discipulado.
San Agustín nos dice de manera bastante sorprendente que nosotros también estamos llamados a dar a luz al Señor a través de una vida de fe, santidad, oración y servicio; encarnar a Jesucristo aquí y ahora a través de nuestro discipulado.
Piense en cómo nuestra participación y recepción de la Eucaristía nos une al Señor y nos convierte en extensiones de Su Cuerpo a través del tiempo y el espacio.
Ciertamente todos los santos nos muestran el camino en este camino espiritual de evangelización y testimonio, pero la Santísima Virgen María es el modelo y guía principal y perfecto para nosotros en nuestro servicio al Rey del Cielo.