Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
La Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo es un día muy hermoso e importante para nosotros, y la realidad que celebramos ese día tiene tal impacto e nuestras vidas que el tema parece ser repetitivo. Espero me sepan perdonar si miro un poco hacia atrás a la gran Fiesta del Corpus Christi que celebramos el 26 de junio, y reitere algunos pensamientos que compartí en mi homilía de la Misa ese día.
De hecho, fui bendecido este año con la experiencia de la fiesta del Corpus Christi dos veces. Habiendo estado en Roma para dar unas conferencias a los seminaristas de nuestra diócesis y de todo Estados Unidos, pude estar en la celebración que presidió el Santo Padre en el día tradicional del jueves. Luego, tres días después, puede estar de nuevo en casa, en Madison, en donde la conferencia de nuestros obispos decidió mover la fiesta al domingo.
Mi estadía en Roma fue muy fructífera y los recordé a todos ustedes en mis oraciones, pero especialmente en los lugares santos. El Papa Benedicto me pidió asegurar que trajera a casa su bendición a todos ustedes, a todos los fieles, sacerdotes y diáconos y a los religiosos de la diócesis de Madison. Estando en Roma, alguien me recordó –pese a que con frecuencia lo pienso– que nada es aburrido en Madison. Es cierto y el mundo lo sabe.
Pero volvamos al tema en cuestión… En la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, con frecuencia escuchamos el himno “Oh Sacrum Convivium,” o “Oh Santo Banquete (Holy Banquet)” que fueron escritos por Santo Tomás de Aquino.
Sobre la Misa y la real y sustancial presencia de Cristo, la oración dice: “Oh Santo Banquete, en el que Cristo es recibido, y se celebra la memoria de su pasión…”. Entonces, cuando estamos en la Eucaristía, estamos unidos en la memoria de la pasión de Jesús, especialmente con el Jueves Santo y la Última Cena. Y Corpus Christi realmente nos conduce al pasado, al Jueves Santo, a la Última Cena, pero con un énfasis diferente.
El Jueves Santo celebramos la Pasión del Señor, su sufrimiento y muerte, el derramamiento de su Sangre, la agresión a Su cuerpo para el perdón de los pecados de todos. El Jueves Santo somos orientados, primariamente, hacia la Pasión de Jesús.
En Corpus Christi somos orientados primeramente a la verdad de que la Eucaristía merece la adoración y tiene que ser adorada. En Corpus Christi podemos “retirar todos los límites” (figurativa y literalmente) en la celebración del maravilloso don de lo que la Eucaristía es para la Iglesia: un don irremplazable. Podemos expresar nuestra infinita gratitud por el don de la Eucaristía y podemos darnos tiempo para adorarla.
Podemos recordar lo importante que es la adoración a la Eucaristía en la vida cotidiana de cada cristiano. Hay muchos de ustedes quienes diariamente adoran la Eucaristía y le agradezco a Dios por darnos tan maravillosa gracia. (De hecho en algunas semanas estaré celebrando con los fieles de Fennimore y alrededores, ¡quienes han conservado la adoración eucarística perpetua por 15 años!)
‘Llenos de gracia’
“La memoria de su pasión es conservada”, prosigue el himno, “la mente está llena de gracia…”. Y eso es lo que se hace en cada Misa, nos volvemos llenos de gracia hasta donde la generosidad de nuestros corazones lo permita. No nos estamos haciendo perfectamente llenos de gracia, como María, porque ella tuvo un privilegio de ser la llena de gracia, pero nos llenamos con una gracia hasta donde estemos dispuestos a aceptarla. Cuando recibimos la Comunión, nos hacemos otros Cristos.
El Santo Padre resaltó un punto en la celebración del Corpus Christi que debemos recordar: cuando recibimos la Santa Comunión, Cristo no se asimila través de nuestro sistema digestivo, al cuerpo humano; sino que ¡en vez de ello en la Eucaristía somos asimilados a Cristo! Eso es lo que escuchamos en la Carta de Pablo a los Corintios: “nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo, todos los que comemos el pan eucarístico”. La Eucaristía es el signo y la causa de la unidad y es algo que sucede en el presente, en cada Misa.
Banquete de la fiesta matrimonial
“Oh banquete sagrado en el que…se nos da probar el futuro de gloria”, concluye el himno de Santo Tomás ¿Qué es este banquete en el que recordamos la pasión de Cristo, recibimos Su gracia y miramos hacia delante la futura gloria?”. Sí, como ya mencioné líneas arriba, este es el banquete de la Última Cena, pero es también el banquete celestial, el gran regalo de bodas a la Iglesia como novia, con el Cordero de Dios, su Esposo, Jesucristo.
La Eucaristía, al señalarnos el futuro, es una fiesta matrimonial, que celebra la realidad del matrimonio entre Cristo y Su Iglesia. Y, por supuesto, el signo más poderoso de ese matrimonio que tenemos en este mundo, además de la Eucaristía, es el sagrado sacramento y la vida sacramental del mismo matrimonio.
Entonces, esta hermosa oración, “Oh Sacrum Convivium”, se concentra en el pasado, se concentra en el presente y también lo hace en el futuro. Reflexionamos en la pasión y muerte de Cristo por nosotros, vemos la unidad a la que estamos llamados, pero esto no parece unirnos, y vemos que es esencial para el entendimiento de la futura dimensión de la Eucaristía es el entendimiento del banquete de bodas y el entendimiento del matrimonio.
Como ya he mencionado en el pasado, hay una verdadera falta de fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Una de las razones sobre las que he hablado con respecto a esta falta de fe es la falta de verdadera “conducta Eucarística” en el resto de nuestras vidas. No podemos esperar que la gente reconozca a Jesucristo en Su presencia en la Eucaristía, si no hacemos presente, a través de nuestras acciones y palabras, a Jesucristo, presente en el mundo.
Así también, dado que vemos la fiesta Eucarística como un banquete de bodas, no podemos esperar que el mundo entienda el significado de esto, cuando el mundo está perdiendo el sentido de lo que verdaderamente es el matrimonio. Cuando no comprendemos la institución del matrimonio, somos nosotros mismos un obstáculo al entendimiento de la realidad de la Eucaristía.
Defendiendo el lazo matrimonial
Tengo que decir que es una terrible tragedia lo que ha sucedido en el estado de Nueva York el viernes anterior a Corpus Christi (el viernes que fue la fiesta de San Juan Bautista, que no hizo otra cosa que entregar su vida por el vínculo matrimonial. ¡Imaginen que cuando celebramos a un hombre que fue el primer mártir del matrimonio, el estado de Nueva York decidió redefinir el matrimonio!)
Con la continua redefinición de matrimonio aparece la confusión para nuestro mundo sobre quiénes somos, quién es Dios, y quién es Jesucristo. Una idea confusa del matrimonio refuerza un confuso entendimiento de la real presencia de Cristo en la Eucaristía. Ambos permiten llegar al corazón del entendimiento sobre quién es Dios, que sin embargo sigue siendo misterioso, y ambos están unidos en la Verdad.
Podemos estar seguros de que nada es aburrido en Madison, lo que hará que nos visiten una vez más. El matrimonio es un estado humano natural, el bien humano más alto, que tiene su cimiento propio, fuerte y natural, pero para nosotros personas de fe, el matrimonio llega hasta el mismo corazón de Dios que desea la unión con nosotros.
Y así tenemos que hacer lo que podamos para enseñar la Verdad, siempre en el amor. Enseñamos a través de nuestro testimonio de vidas matrimoniales llenas de fe, con Cristo al centro y en la apertura a los hijos. La mejor prueba de la verdad sobre el matrimonio es el matrimonio bien vivido, de la manera en que muchos de ustedes lo hacen.
Pero también tenemos que darnos cuenta sobre lo que enseñamos al vivir eucarísticamente, al testimoniar la realidad de la presencia de Cristo en la Eucaristía, y llevar al Señor con nosotros en todo momento de todos los días. Es con la presencia de Jesús que viene la victoria sobre el pecado y la muerte, sobre el sin sentido y la confusión en el mundo.
La presencia de Jesucristo es todo lo que necesitamos para lograr la victoria, por su Gracia, que supera al mundo. Este no es tiempo para perder la esperanza. Es un tiempo para llegar a ser más determinados. Los que de ustedes viven el matrimonio, aprovechen este tiempo para vivirlo con fuerza, para vivirlo como lugar eucarístico, lleno de la presencia de Cristo.
Y recemos ante el Señor, presente en la Eucaristía, “quédate con nosotros Señor. Quédate con nosotros Señor, porque se hace tarde en la historia humana y las cosas no están muy bien. Quédate con nosotros”.Y sin importar lo mal que se vea, con Cristo presente, especialmente en la Eucaristía, venceremos, por el poder de la Resurrección lograremos esa victoria que vence todo pecado en este mundo atribulado, porque en la Eucaristía tenemos la promesa de la gloria futura que se nos ha dado.
Gracias por darse el tiempo de leer esto. Que Dios bendiga a cada uno. ¡Alabado sea Jesucristo!