Queridos amigos:
La semana pasada, el viernes, tuvimos una liturgia muy concurrida y me gustaría recordar las tres áreas que cubrimos, porque cada una está ligada a la otra y cada una es digna de atención para ustedes.
Antes que nada, celebramos la gran fiesta de los Santos Pedro y San Pablo, una importante celebración de la Iglesia y luego tuvimos la alegre ordenación de dos grandes y jóvenes hombres, un momento de tremenda felicidad para nuestra diócesis, y finalmente, tuvimos las actividades de la “Quincena por la Libertad” en la que rezamos por la preservación de la libertad religiosa y la libertad en general, con la ayuda de Dios.
Primeramente me he referido a la fiesta de los Santos Pedro y Pablo. El Papa Benedicto XVI resaltó en su homilía de ese día que la fraternidad de Pedro y Pablo era algo verdaderamente notable. Era interesante ver lo bien que se relacionaban las lecturas de esa fiesta mientras celebrábamos la Quincena por la Libertad, dado que las primeras dos lecturas tenían afirmaciones sobre la libertad de estos dos grandes apóstoles. La primera lectura (Hechos 12:1-11) se refería a cómo Pedro fue liberado para su ministerio apostólico por la directa intervención del ángel del Señor. En la segunda lectura (2 Tim 4, 6-8; 17-18) Pablo agradece a Dios porque se le ha dado la libertad para “pelear la buena pelea” y porque “el Señor lo rescató de la boca del león”.
Unidos
El Señor mantuvo a ambos libres para testimoniar el Evangelio, incluso hasta la muerte. Pedro y Pablo eran hermanos en libertad, en el amor y en la gracia apostólica de Jesucristo. Estaban unidos por un don espiritual, más fuerte que cualquier otro lazo espiritual en la tierra porque estaban unidos a Cristo, en Su Persona, y estaban llenos del Espíritu para gobernar, y estaban unidos el uno al otro.
Y en la misma noche de su ordenación, el Padre Mark y el Padre David recibieron el sello ontológico en sus almas, al más profundo nivel, de Cristo Sacerdote. Entonces ahora comparten, a través de los obispos, el lazo espiritual que Pedro y Pablo experimentaron y que es la base de su fraternidad. Pedro y Pablo no tenían personalidades similares, no eran “amigos del alma” naturales, incluso estaban uno aquí y el otro allá, pero el lazo profundo que Cristo mismo creó no puede romperse por ninguna falla humana o cualquier desacuerdo entre seres humanos.
Pedro y Pablo se unieron a Cristo por el Espíritu Santo, y están unidos el uno al otro. Y todos aquellos que han sido sacerdotes luego de ellos han sido unidos unos a otros y a Cristo, a través de los apóstoles. Así que lo que sucedió con Pedro y Pablo fue exactamente lo mismo que ocurrió en nuestra ordenación, aquí mismo en Madison, Wisconsin, en 2012: ellos ingresaron al más profundo nivel espiritual que existe para los sacerdotes, a través de su obispo.
Fraternidad en la Iglesia
Así como Pedro y Pablo pudieron no haber estado siempre de acuerdo, el Señor sabe que hay mucho desacuerdo en la Iglesia de hoy. Sin embargo, al final, ese lazo espiritual que une a todos los sacerdotes a través del sagrado sello de las Santas Órdenes, supera todo obstáculo. Y tenemos que recordar que nunca podemos alejar a un sacerdote: eso es parte de la fraternidad, de la comunión del sacerdocio. Todos los sacerdotes tiene que recordar además nunca alejar al Obispo, y el Obispo tiene que recordar que nunca puede alejar a un sacerdote.
A veces no es fácil, pero todos nosotros los sacerdotes tenemos que superar cualquier cosa que pruebe profundamente nuestra fe en ese sello sagrado, ¡que nos convierte en la persona de Jesucristo! Todos nosotros, especialmente los recientemente ordenados, tenemos que recordar que el sello que nos une a Cristo es la cosa más importante de nuestras vidas. Es una nueva identidad, le dice al sacerdote quién es al más profundo de todos los niveles. Conociendo a los padres Mark y David, sé que serán fieles a ese hermoso sello sacramental.
En la fiesta de San Pedro y San Pablo también recordamos a nuestro Santo Padre, el sucesor del Apóstol Pedro. El Papa es aquel que, por encima de todos, recibe esa autoridad para atar o desatar que también recibió Pedro mismo al final del Evangelio que leemos durante nuestra celebración (Mt 16, 13-19). El Santo Padre es aquel con quien todos los obispos y sacerdotes ejercemos nuestro ministerio: y nunca nos apartamos de él. “¡Dónde está Pedro, allí está la Iglesia!” No es posible amar a la Iglesia y no amar al Santo Padre, por lo que debemos comprometer nuevamente nuestra obediencia y nuestro amor filial al Papa Benedicto XVI, quien verdaderamente es el padre amoroso de todos nosotros y quien merece a su vez nada menos que el amor de todos nosotros.
En segundo lugar, la fiesta que hemos celebrado el viernes también una fiesta de ordenación. Fue algo maravilloso que esos dos hombres fueran llamados a los ministerios de la predicación y la enseñanza, a tiempo y a destiempo. Es algo hermoso que esos hombres hayan sido llamados a ofrecer, en la persona de Jesucristo, el sacrificio del Calvario. Como dijo recientemente otro excelente predicador: “cuando entramos al santuario como sacerdotes, no estamos en nuestro espacio, estamos caminando hacia el Monte Calvario”. Esa es la vocación del sacerdote, y sin el Calvario, sin saber qué significa ofrecer el sacrificio, simplemente no hay verdadero sacerdocio.
Verdadera libertad
Fue en el contexto de la “Quincena por la Libertad” que los padres David y Mark fueron ordenados, y esa noche dieron un paso adelante e hicieron una promesa muy pero muy importante ante el Señor y el pueblo de Dios. Estos dos hombres estuvieron de pie ante mí (indigno como soy de ser un sucesor de los Apóstoles) e hicieron su promesa de obediencia y respeto a mí y mis sucesores. Ser testigo de esa promesa de obediencia fue la mejor forma de celebrar la “Quincena por la Libertad” en oración, porque lo que estos nuevos sacerdotes estaban haciendo era realizar un acto de verdadera libertad en Cristo.
Esa verdadera libertad no es la libertad de hacer lo que quiera que desee hacer, es la libertad que alienta a toda la persona, de modo que el cuerpo y el alma no están en caminos separados uno del otro. En su ordenación, el Señor les dio a David y a Mark la gracia para lograr la unidad y la integridad necesarias para luego decir “Aquí estoy Señor. ¡Soy completamente yo, cuerpo y alma, y soy completamente tuyo!”
El Padre David y el Padre Mark recibieron la gracia del Señor para que ellos libremente escogieran pertenecerle a Dios completamente. Cuando optaron por decirle “sí” al Señor, se dieron cuenta que dijeron al mismo tiempo “no” a un millón de cosas, pero aún así eligieron ser totalmente de Dios. Es precisamente este tipo de opción lo que la libertad religiosa permite en nuestro país. La libertad religiosa, a nivel del estado, sirve para crear un ambiente en el que aquellos a quien el Señor les da la gracia puedan entregarse total y libremente a Dios. Y así, ha sido maravilloso contemplar este ejercicio de esa libertad mientras rezamos por la libertad de todos los hombres y mujeres de fe.
Muerte a uno mismo
Luego de la promesa de obediencia, nosotros como congregación cantamos la letanía de los Santos, y David y Mark se postraron en el suelo, como si estuvieran muertos, como sigo de morían a su antiguo “ser”, muertos para la clase de libertad que nuestra cultura idolatra: la libertad de hacer lo que sea que quiera en cualquier momento. David y Mark hicieron un acto que significa la muerte a la licencia desenfrenada, y así ganaron la vida plena en Jesucristo. Con ese acto le dijeron al Señor: “Soy completamente tuyo” y luego se levantaron y se aproximaron para la imposición de las manos. Allí el Obispo coloca sus manos sobre ellos en completo silencio, sin decir nada, porque Cristo era el que decía, de la manera más personal que solo cada uno de ellos individualmente podía comprender, que “¡eres completamente mío! El Padre David y el Padre Mark se ofrecieron ellos mismos completamente al Señor, y en la silenciosa imposición de las manos, pudieron escucharlo decir, como solo Él podría decirles, y de una manera que irán aprendiendo a escuchar desde ahora hasta el final de los tiempos “eres completamente mío”. Entonces, a semejanza de Jesús, ese valiente y buen pastor, ellos se tornaron valientes.
Necesitamos que nuestros sacerdotes sean valientes porque el mundo no es un sitio amigable para los católicos ni para los sacerdotes y tampoco para los obispos en estos días. Y con ese maravilloso intercambio, en el que los sacerdotes le dicen a Jesús “soy completamente tuyo” y en el que el Señor contesta “eres completamente mío” son hechos en la persona de Jesucristo y la valentía del buen pastor se hace suya. Esa unidad permanece a través de la comunión con su obispo y con el Santo Padre.
En la oración de la ordenación de nuevos sacerdotes, escuchamos decir una y otra vez la frase “juntos con el obispo”, nosotros, los sacerdotes y el obispo no podemos vernos aparte uno de los otros nunca más. En la comunión de unos con otros y con Él, encontramos la valentía para la misión que se nos ha encomendado. Las dos dimensiones esenciales del sacerdocio, ha dicho el Papa Benedicto, son la comunión y la misión.
Responsabilidad de defender la libertad
Examinar la parte principal de esa misión me lleva al tercer punto: la Quincena por la Libertad. La noche de las ordenación recibida por el Padre Mark y el Padre David recibimos la responsabilidad que cada sacerdote tiene, no solo durante la “Quincena por la Libertad” sino a diario, de enseñar sobre el hecho que la libertad religiosa es nuestra libertad más básica y más preciada. Tenemos la responsabilidad y la especial urgencia de hablar a la luz de lo que ha sucedido hace unos días en la Corte Suprema.
Me llamó mucho la atención que el juez principal Roberts dijera en el fallo de la Corte Suprema que “los miembros de esta corte están investidos con la autoridad para interpretar la ley, no poseemos ni la experiencia ni la prerrogativa para hacer juicios de políticas. Esas decisiones son confiadas a los líderes electos de nuestra nación, que pueden ser removidos de sus oficinas si la gente no está de acuerdo con ellos. No es nuestro trabajo proteger a la gente de las consecuencias de sus opciones políticas”.
No es trabajo de la corte, afirmaba, reparar rápidamente los malos resultados de lo que hacen nuestros líderes elegidos. La solución a los malos resultados de lo que hacen nuestros líderes elegidos es cambiarlos, dijo. El Juez principal está recordando al pueblo estadounidense que deben ser responsables para evitar los malos resultados que ellos mismos quieren evitar. La pregunta para cada uno de nosotros es “¿estamos listos para aceptar nuestra responsabilidad en el electorado de Estados Unidos?”
Lo que debemos hacer ahora como Iglesia en Estados Unidos y lo que nuestros nuevos sacerdotes tienen que hacer rápidamente es comenzar a catequizar sobre cómo cada persona debe buscar la experiencia de la libertad que los padres David y Mark experimentaron al hacer sus promesas sagradas.
El clima de la libertad religiosa en nuestro país debería ser uno que permita a toda persona de buena voluntad ser íntegro y actuar con la libertad con la que nuestros sacerdotes actuaron en su ordenación. El Señor, de modo particular en este tiempo de la historia, le está diciendo a todos los sacerdotes y a todos lo que recién se ordenan “¡salgan y trabajen duro, recen mucho también, para que la suya siga siendo la tierra de los libres y el hogar de los valientes!”
¡Alabado sea Jesucristo!