Artículo en español publicado en catholiceducation.org
Nunca olvidaré las últimas palabras del instructor: “Si llegan a caerse del kayak, no intenten ponerse de pie en el río”.
Unos años atrás, fuimos con mi esposa a navegar en kayak por el Río Arkansas en las Montañas Rocallosas de Colorado. Como nunca habíamos navegado en kayak, fuimos en grupo con un guía que nos dio algunas lecciones — entre las que se incluyó la advertencia de no intentar ponernos de pie en el agua. “El río no es tan profundo”, dijo, “pero es muy poderoso. Si se caen del kayak, no intenten pararse porque el río los derribará. Lo único que tienen que hacer es sujetarse al chaleco salvavidas y vadear el río hacia la orilla”.
Nuestra aventura comenzó en aguas parejas y tranquilas, conmigo al frente del kayak y mi esposa en la parte trasera. Al principio todo fue excelente, disfrutábamos bajo un cielo celeste descubierto, en un escenario hermoso a nuestro alrededor y con los picos nevados más arriba. Sabíamos que en algún momento llegarían los rápidos, y que sería nuestra primera prueba como kayakistas primerizos.
De repente, los escuchamos: el rugido de los rápidos. La adrenalina comenzó a correr por nuestras venas y nos preparamos. Cuando nos adentramos en los rápidos, el kayak se inclinó hacia la izquierda y entró una gran cantidad de agua. Saltamos hacia atrás a la derecha y nos empapamos nuevamente. De una sacudida caímos a la izquierda y luego volvimos a enderezarnos justo a tiempo para lograr superar ese tramo. Llegamos hacia el otro lado de los rápidos y regresamos a las aguas seguras y parejas. ¡Pasamos la primera prueba!
Me di vuelta, con una sonrisa de oreja a oreja, y le dije a mi esposa: “¡Lo logramos!” Pero Beth me miraba horrorizada. Me señalaba desesperadamente hacia adelante y gritaba “¡Mantente derecho! ¡Derecho!”. Ella se había dado cuenta de que al darme vuelta para festejar — antes de tiempo — el kayak giró conmigo. En una cuestión de segundos, hicimos un giro completo de completo de 180 grados y ¡terminamos flotando en sentido contrario por el Río Arkansas!
Ir en contra de la corriente
Al final logré enderezar el kayak de nuevo, pero era demasiado tarde. Había un tronco enorme en medio del río. Mientras el resto del grupo seguía al guía y pasaba alrededor del tronco, nosotros nos dirigíamos directamente hacia el mismo. El kayak rozó el tronco y el río se lo tragó de inmediato. Quedamos agarrados al tronco con desesperación mientras la corriente intentaba arrastrarnos. Pronto, el río también nos tragó y la corriente nos barrió.
Iba arrastrándome sumergido entre aguas abajo, ahogándome, y sentía que mi trasero se golpeaba con todo y con cada una de las rocas que había en el río. No me gustaba esa sensación, entonces adivinen que intenté hacer. Claro, intenté ponerme de pie. Y en ese preciso instante, ¡boom! El río me tiró de nuevo. Preso del pánico, intenté pararme otra vez y al instante el río volvió a tirarme y a arrastrarme. Fue recién cuando fracasé por tercera vez en mi intento de ponerme de pie que recordé las palabras del instructor: “No intenten ponerse de pie en el río”. Me sujeté al chaleco salvavidas, salí a la superficie y finalmente logré llegar a salvo a la orilla del río. Mi esposa también sobrevivió. La encontré con vida media milla corriente abajo y ¡desde entonces nunca más volvimos a subirnos a un kayak!
Es difícil pararse contra un río poderoso. Del mismo modo que resulta difícil pararse contra la corriente de nuestra cultura. No sentimos demasiado respaldo de este mundo secular y relativista para vivir una buena vida como católicos. En los medios sociales, en el lugar de trabajo y muchas veces incluso en nuestras familias, no nos sentimos demasiado alentados para profundizar nuestra fe católica, para construir un matrimonio sólido y para criar hijos piadosos para nuestro Señor. Todo lo contrario. Hay muchas fuerzas que operan constantemente contra nosotros, que nos distraen de lo más importante de nuestras vidas y que intentan derribarnos en nuestra lucha por seguir a Cristo.
Virtud: Herramientas para la vida
Si queremos nadar contra la corriente de nuestra cultura, necesitamos sólo una cosa, que por cierto es absolutamente crítica. Si deseamos una confianza e intimidad profunda en nuestros matrimonios, si deseamos construir una vida familiar sólida para nuestros hijos, si deseamos tener una verdadera amistad cristiana con los demás -en suma, si deseamos vivir nuestra fe católica con profundidad y no dejarnos influenciar por la forma en que el mundo intenta hacernos vivir — hay una sola cosa que necesitamos, que es prácticamente indispensable. La virtud.
No importa cuánto desee sinceramente vivir mi fe católica y crecer en mi relación con Cristo, no importa cuánto desee sinceramente ser un buen marido para mi esposa, un buen padre para mis hijos y un buen amigo para la gente que me rodea, sin virtudes, fracasaré en mi intento de vivir esas relaciones como corresponde. La corriente de la cultura y mis deseos egoístas me arrastrarán, a menos que nade en forma proactiva aguas arriba para cultivar la virtud en mi vida. El Catecismo de la Iglesia Católica define a la virtud como una “disposición habitual y firme a hacer el bien” (CIC 1803). Piensen en la virtud como una herramienta que nos permite hacer el bien fácilmente y amar a Dios y al prójimo como si fuera un acto reflejo. Del mismo modo que diversos oficios y destrezas requieren ciertas herramientas, el arte de vivir necesita de las virtudes. Las virtudes son herramientas cruciales de la vida que necesitamos para vivir excelentes relaciones con Dios y con nuestro prójimo.
La próxima edición del periódico ofrecerá la segunda parte de este artículo sobre la virtud.