Queridos amigos:
En los pasajes del Evangelio de las últimas semanas, hemos escuchado varias veces cuán real es la Resurrección. Jesús resucitó, no con el mismo cuerpo físico que tenía antes, sino con un cuerpo real que podía ser tocado. Su cuerpo real y glorificado que podía ser tocado de algún modo, con las marcas de los clavos en las manos y los pies, y la herida en el costado de la lanza del soldado. Todas esas heridas eran visibles y tangibles en el cuerpo glorioso de Jesús.
Eso es algo bueno por qué rezar: las heridas de Jesús que no habían sido sanadas en Su cuerpo resucitado. No desaparecieron, pero al mismo tiempo, no eran vistas como algo que lo desfiguraría. Sus heridas estaban allí para ser glorificadas en un cuerpo real e inmortal, uno que nunca muriera nuevamente, pero que de hecho pudiera ser tocado, y que al mismo tiempo traspasara puertas y que al mismo tiempo pudiera compartir la comida con los Apóstoles. Así de real es la Resurrección.
La alegre realidad de la Resurrección de Cristo
Esta Resurrección muy real cancela la finalidad de la pena, la tristeza, el estrés y el miedo allí donde pudieran encontrarse. Eso significa la realidad de la Resurrección, ya que nada podría ser más feliz. Pero es curioso, especialmente en las lecturas del último domingo, que en medio de nuestra alegría de Pascua, y al comienzo mismo del anuncio de los Apóstoles de la Buena Nueva de la Resurrección la principal palabra no sea ¡alégrense!. San Pedro, por ejemplo, comienza su testimonio de la Resurrección diciendo:
“El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y repudiasteis en presencia de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros repudiasteis al Santo y Justo, y pedisteis que se os concediera un asesino, y disteis muerte al Autor de la vida, al que Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos”. (Hechos 3:13-15).
Eso no parece el comienzo de una invitación a alegrarse, sino suena a que San Pedro está castigando a la gente: “repudiasteis al Santo y Justo y pedisteis que se os concediera un asesino, y disteis muerte al Autor de la vida”, dice Pedro y añade: “sé que actuaron por ignorancia. Arrepiéntanse, y por lo tanto, conviértanse, para que sus pecados sean perdonados”.
Para aceptar realmente en nuestros corazones la alegría de la verdadera Resurrección tenemos que comenzar con el hecho de que somos pecadores.
Y si ven la predicación de los Apóstoles en el libro de los Hechos, verán que siempre empiezan por reconocer que son pecadores y que la gente lo es; así como la necesidad de arrepentirse, porque la alegría de la Resurrección no significa nada para quien cree que no necesita redención.
La alegría de la Resurrección golpea el corazón de la persona al nivel más profundo, solo cuando reconoce que es pecadora. La conciencia de la Resurrección solo está disponible para aquellos que, con la asistencia del Espíritu, tienen una humilde consciencia en su propia tendencia al pecado.
Saber que somos pecadores y arrepentirnos
Han leído las palabras de San Pedro Apóstol, la Roca, no las he inventado. Y la predicación apostólica siempre tomó esa forma, porque sabían la verdad de la auténtica Resurrección y siguieron el ejemplo de Jesús.
Cuando Jesús aparece en el desierto, al comienzo del Evangelio de Marcos, estaba predicando el Evangelio del arrepentimiento. “Arrepiéntanse”, dijo Jesús, “el reino de Dios está a la mano”. Para arrepentirnos de los pecados, tenemos que saber que somos pecadores. Mientras más uno reconoce esta realidad, más profunda es la experiencia de paz y alegría de la Resurrección.
En la segunda lectura del domingo que pasó (el tercer domingo de Pascua), hemos escuchado otra vez: “hijos míos, le escribo esto para que no cometan pecado. Pero si alguien peca, tenemos un abogado con el Padre, Jesucristo, el justo”. Y Juan dice que la manera de evitar el pecado es seguir los mandamientos del Señor. Los que conocen a Dios, son conocidos por conocer sus Mandamientos. Si alguien dice “conozco a Dios”, pero no sigue sus Mandamientos, entonces es un mentiroso.
Negación de la consciencia de las personas
Actualmente tenemos una terrible situación en nuestro país y nuestra cultura en la que se niegan sus derechos a la sagrada consciencia de la persona humana.
La consciencia busca la Verdad, es como un radar de la Verdad, que escanea el horizonte hasta alcanzarla. La consciencia nunca inventa la Verdad. Sigo mi consciencia y mi consciencia sigue a la Verdad. La ley de Dios es la Verdad.
Entonces, si alguien no sigue los mandamientos, si usan la palabra “consciencia” como una excusa para no seguirlos, entonces están mintiendo. Puede ser ignorantes, como eran ignorantes las personas a las que predicaba Pedro, pero si no siguen los mandamientos de Dios, entonces realmente no están siguiendo sus consciencias, porque sus consciencias deben estar siempre de acuerdo con la Verdad.
“Que la paz sea con vosotros” permite gustar la paz del Cielo
En el Evangelio del último domingo, lo primero que dice Jesús, cuando se aparece a los Apóstoles luego de la Resurrección es: “que la paz sea con vosotros”
En la liturgia de la Iglesia, ese saludo está reservado al Obispo, indigno como es, dando a los otros la paz dada a él por un Apóstol. ¿A qué paz se refiere? Se refiere a la paz que el pueblo judío experimentó en el Sabbath, como adelanto de la paz del Sabbath eterno del Señor. Cuando el Obispo dice “la paz sea con vosotros”, significa la plenitud de la paz que es, “Shalom”. Esa paz es un adelanto de la paz del cielo que viene especialmente a través de la liturgia de la Iglesia, la Eucaristía.
La paz hoy no está fuera de nuestro alcance
En nuestras vidas, hay estrés en todos lados. El estrés es casi una forma de vida, el aire que respiramos, de modo tal que la paz que Jesús quiere para nosotros de alguna forma parece estar fuera de nuestro alcance, porque muchos están devastados por el estrés. Muchas personas, en su vida diaria, no experimentan ni siquiera algo muy pequeño de la paz del cielo. Si la Resurrección es real, entonces esa paz del cielo, ese Shalom, no está fuera de nuestro alcance.
Pero debemos recordar que la experiencia de la realidad de la Resurrección depende de la experiencia de nuestra necesidad de Redención para nuestro propio pecado. Hay una conversión, en el nivel más profundo, que debe darse, para que experimentemos la paz más grande posible.
Tenemos que darnos cuenta en realidad de nuestra pecaminosidad y de nuestra necesidad de arrepentimiento para llegar a darnos cuenta plenamente de la paz de la Resurrección en nuestras vidas. Que tú yo vivamos esa conversión todos y cada uno de nuestros días, que viene del amor de Jesucristo y el amor del Padre y del Espíritu.
Gracias por darse el tiempo para leer esto. ¡Muchas bendiciones de Pascua para ustedes y los suyos! ¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!