Queridos amigos:
¡Ha sido una gran alegría la celebración del Sagrado Triduo así como es una gran alegría esta Pascua para mí, y espero que haya sido igual para cada uno de ustedes!
Entre las alegrías que he tenido en esta Pascua estuvo pasar un tiempo con muchos de nuestros seminaristas diocesanos, que siempre me inspiran alegría y esperanza para el futuro.
El futuro es muy brillante en nuestra diócesis y en nuestra Iglesia, y nuestros grandes y jóvenes seminaristas son un signo de eso: estos hombres que siguen mirando a Jesucristo para convertirse en Él, para que puedan estar en la persona de Jesucristo, por el bien de todas las demás vocaciones y por el bien del pueblo de Dios. Pese a las dificultades que enfrentamos, hay una gran esperanza, porque efectivamente el futuro está garantizado y la gracia de Dios perdurará, especialmente a través de los sacramentos que los sacerdotes de Dios proporcionan.
Otra gran alegría en nuestra celebración de Pascua que experimenté y que ustedes experimentaron en muchas de nuestras parroquias, fue la bienvenida de nuevos hombres y mujeres a la plena comunión en nuestra Iglesia Católica durante la Vigilia Pascual.
Tuve la oportunidad de estar con algunos de ellos en el Rito de la Elección, pero quiero hacer extensivo mi saludo de corazón a todos nuestros neófitos de cada parroquia así como mi promesa de oraciones por ellos. Estamos muy orgullosos de la formación que tuvieron estos hombres y mujeres para la recepción de los Sacramentos, y esperamos con gran alegría y orgullo, que sean maravillosos instrumentos en las manos de Jesucristo en los días por venir.
Pasar de la esclavitud a la libertad
En la recepción de los Sacramentos, lo que nuestros neófitos han testimoniado es la libertad que Cristo da. Es una historia de libertad que tiene sus orígenes en las raíces de nuestros ancestros judíos. En la Vigilia Pascual recordamos la Pascua del Señor, recordamos el pasado de la antigua creación a la nueva, y recordamos el paso de la esclavitud de Egipto a la libertad en la Tierra Prometida.
¿Cómo era la antigua creación? Bueno, se suponía que fuera hermosa, pero Adán y Eva vieron su voluntad torcida por la antigua serpiente, el demonio. Y así con Adán y Eva llegó el pecado al mundo, y con el pecado, la muerte y todo lo que eso conlleva. Esa es la antigua creación de la que estamos pasando.
También pasamos de la esclavitud a la libertad. El pueblo judío era tratado de maneras inhumanas mientras trabajaban en Egipto. No tenían una alimentación básica ni mucho menos un salario. No tenían nada. Y de esa terrible esclavitud, pasaron a la libertad en la Tierra Prometida.
¿Y de qué se trataba esa libertad? Cuando llegaron a la Tierra Prometida de la libertad, ¿cómo celebraron eso los judíos? Construyeron un templo: para lo que querían, en lo más profundo, que era su libertad religiosa. Por eso la Pascua sigue siendo una celebración central de la fe judía, porque el pueblo judío escapó de la esclavitud para ser lo que Dios los estaba llamando a ser.
El pueblo de Israel quería la libertad religiosa, la libertad de seguir la Ley que el Dios de Isaac, Abraham y Jacob escribió en sus corazones, la ley que era natural para ellos: que nosotros llamamos el lenguaje de la creación. Querían la libertad de ser fieles a sí mismos, al ser creados por Dios: libertad para seguir sus consciencias. Así que pasaron de la antigua creación, del pecado y de la muerte, a la nueva creación anticipando la Resurrección.
Pasaron de las ataduras y el lastre de la esclavitud a la verdadera libertad, especialmente para poder rendir culto a Dios y encontrar su salvación. Eso es lo que la Pascua era para el pueblo israelita.
Lo que es la nueva creación para nosotros
Ahora, ¿cómo se ve la nueva creación hoy para nosotros? ¿Cómo se ve la libertad a la que estamos llamados? Lo escuchamos hermosamente proclamado al comienzo de la Vigilia Pascual:
“Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero… Ésta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos.” (Pregón Pascual o Exultet).
La libertad a la que estamos llamados es la libertad “de la tiniebla” y de la esclavitud del pecado. Quienes recibieron los dones de los sacramentos en la Vigilia Pascual, y cada uno de nosotros cuando participamos en los sacramentos de la Iglesia de la Reconciliación y la Eucaristía, por nuestro Bautismo, nuevamente nos hacemos de Cristo y nos liberamos del pecado, para alcanzar la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres. Y en la Confirmación recibimos los siete dones del Espíritu Santo, junto con la fuerza, para que podamos vivir esa libertad.
Nueva vida a través de los sacramentos
A través de los sacramentos somos renovados al nivel más profundo de nuestras almas, y nos hacemos más fuertes para que, efectivamente, podamos mantener nuestra libertad religiosa, nuestra libertad de consciencia así como el culto al único y verdadero Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo en el Espíritu Santo. Esa es la nueva vida que recibimos a través de los sacramentos. Es una nueva vida de libertad.
¿Y qué significa eso? ¿Qué significa pasar de una naturaleza caída a una naturaleza redimida?
El pecado original tomó las profundidades de la persona humana y la dirigió hacia el mal, generándonos una fuerte inclinación hacia el mal. Como dice San Pablo: las cosas que no quiero hacer las hago, y las cosas que en realidad quiero hacer, las evito.
Este misterio de la iniquidad, el misterio del pecado, este pecado original vive en mí. Pero a todos los que hemos sido inclinados en dirección al pecado y la muerte del pecado de Adán, Cristo otorga la libertad por los dones del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Estos sacramentos orientan nuestra voluntad nuevamente en dirección del Señor Jesucristo y el bien que Él desea para nosotros.
En Cristo, por la gracia de Dios, mientras crecemos en virtud por un largo periodo de tiempo, se hace más fácil hacer el bien, porque el Espíritu Santo nos fortalece con sus siete dones por desplegar, para que tengamos el valor de construir el hábito de decir “no” a lo que se opone a Cristo y decirle “sí” a su voluntad.
Cada día debemos rezar por nuestro Bautismo, nuestra Confirmación y nuestra Eucaristía: los cambios que ya se han dado en las profundidades de nuestro ser, para que de acuerdo a la voluntad de Dios tengamos todo trabajando a nuestro favor.
Cristo ha puesto las cartas a nuestro favor
En la Resurrección de Jesucristo, Él puso las cartas a nuestro favor, porque cuando queremos crecer en virtud y hacer el bien, ya tenemos la gracia de Cristo que nos ayuda a hacerlo.
El único que quiere ayudarnos a que hagamos el mal es el demonio y tenemos que rechazarlo todos los días: nunca se rendirá y es más inteligente y fuerte de lo que somos nosotros, con la inteligencia y el poder de un ángel caído.
Pero no estamos con las manos vacías ni estamos desarmados, tenemos las armas de la gracia del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Tenemos la libertad con la Cristo nos hizo libres, una libertad que está orientada hacia todo lo que Jesús quiere para nosotros.
Tenemos una ayuda especial llamada gracia, a tiempo y a destiempo, para hacer Su voluntad. ¡Y el demonio no tiene nada comparado a la gracia de la Resurrección de Jesucristo! Y por eso debemos rezar cuando somos tentados: comparado al poder de Jesús Resucitado, el demonio no tiene nada. La próxima vez que los ponga contra las cuerdas, recuerden eso: él no tiene nada. Jesús ya ha ganado esta batalla con su Resurrección. Que al darse cuenta de eso en la oración estén llenos de ella.
Una voluntad libre, fortalecida por la gracia, está orientada a la voluntad de Jesús. De eso se trata el Bautismo, la Confirmación y la Santa Eucaristía: ¡y que no se atreva ningún poder terrenal a tratar de quitarnos esa libertad! ¡Los atentados contra nuestra libertad religiosa y de consciencia no van a prevalecer, porque no pueden hacerlo en el mundo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!
La celebración de la Pascua es la celebración de la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres. La libertad en la que el pueblo judío pasó, la libertad a la que pasamos, por el poder de la Resurrección de Jesucristo, resucitado de entre los muertos. Dejemos que esa libertad y la lucha por esa libertad resuenen en cada uno de ustedes bendecidos.
Esa es la alegría de la Pascua, esa es la esperanza de la Pascua. Esa es la paz de la Pascua, esos son el amor y la caridad de la Pascua. ¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad, ha resucitado!