Continuando con nuestra publicación de la serie del documento de la USCCB sobre “El misterio de la Eucaristía en la vida de la Iglesia” (2021), continuamos con la segunda parte del documento.
B) Transformación en Cristo
34. La persona que participa dignamente de la Eucaristía mejora cada vez más su capacidad para vivir la nueva ley del amor dada por Cristo precisamente porque Cristo se comunica a sí mismo en el sacramento del altar. El fundamento de nuestra transformación personal y moral es la comunión con Cristo, que él establece en el Bautismo y profundiza en la Eucaristía. En la celebración de la Misa, se nos muestra lo que es verdaderamente el amor, y recibimos la gracia que nos permite imitar el amor que Cristo nos muestra. San Juan Pablo II señaló que la vida moral del cristiano nace y se alimenta de “aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios” que se encuentra en los sacramentos, especialmente la Eucaristía: “participando en el sacrificio de la cruz, el cristiano comulga con el amor de entrega de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida”.
35. La transformación personal y moral que se sostiene por la Eucaristía alcanza todos los ámbitos de la vida humana. El amor de Cristo puede impregnar todas nuestras relaciones: con nuestras familias, con nuestros amigos y con nuestro prójimo. También puede reformar la vida de nuestra sociedad en su conjunto. Nuestra relación con Cristo no se restringe al ámbito privado; no es sólo para nosotros. La misma solidaridad o comunión en el amor de entrega de Cristo que hace la Iglesia y nos hace miembros de la Iglesia nos ordena más allá de la comunidad visible de fe a todos los seres humanos, a quienes debemos amar con ese mismo amor que forma nuestra comunión con el Señor. De lo contrario, si no amamos a todos los seres humanos de esta manera, nuestra comunión con el Señor se ve impedida o incluso contradicha. Este amor se extiende particular y “preferentemente” a los pobres y los más vulnerables. Todos debemos ser coherentes al llevar el amor de Cristo no sólo a nuestra vida personal, sino también a todas las dimensiones de nuestra vida pública.
36. Corresponde a los laicos en particular transformar las relaciones sociales conforme al amor de Cristo, que se realiza concretamente en acciones que obran por el bien común objetivo. Los laicos, “conscientes de su llamada a la santidad en virtud de su vocación bautismal, tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina social de la Iglesia”. Los laicos que ejercen alguna forma de autoridad pública tienen la responsabilidad especial de formar su conciencia de acuerdo con la fe de la Iglesia y la ley moral, y de servir a la familia humana defendiendo la vida y la dignidad humana.
37. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que la “Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos”. Predicando sobre Mateo 25, san Juan Crisóstomo observó: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre y no me disteis de comer”. Santa Teresa de Calcuta es un ejemplo sobresaliente en tiempos más recientes de alguien que aprendió a reconocer a Cristo en los pobres. Fue su profunda fe en la Eucaristía y su recepción de la Sagrada Comunión lo que motivaba su cuidado amoroso de los más pobres entre los pobres y su compromiso con la santidad de toda vida humana. Al contemplar el rostro de Cristo en la Eucaristía, aprendió a reconocer su rostro en los pobres y en los que sufren. Se dice que la Madre Teresa afirmó: “Debemos orar a Jesús para que nos dé esa ternura de la Eucaristía. A menos que creamos y veamos a Jesús en la apariencia del pan sobre el altar, no podremos verlo en el angustioso disfraz de los pobres”.