Continuando con nuestra publicación de la serie del documento de la USCCB sobre “El misterio de la Eucaristía en la vida de la Iglesia” (2021), entramos a la segunda parte del documento.
II. NUESTRA RESPUESTA
29. En el Prefacio común IV del Misal Romano, el sacerdote reza lo siguiente: “Pues, aunque no necesitas de nuestra alabanza, es don tuyo que seamos agradecidos; y aunque nuestras bendiciones no aumentan tu gloria, nos aprovechan para nuestra salvación . . .”
Estas palabras hablan de la gracia de Dios, el don dado gratuitamente, que nos inspira a darle gracias y a adorarlo, obra nuestra transformación en la semejanza de Cristo, nos ayuda a buscar el perdón y a recibirlo cuando caemos en el pecado, y nos impulsa a avanzar y a dar testimonio de Cristo en el mundo.
A) Acción de gracias y adoración
30. Habiendo sido santificados por el don de la Eucaristía y llenos de fe, esperanza y caridad, los fieles están llamados a responder a este don. En efecto, es natural que demos gracias al Señor por todo lo que nos ha dado. ¿Cómo pagaré al Señor por todos sus favores? El cáliz alzaré de salvación invocando su nombre (Sal 115 [116], 12-13). La palabra “Eucaristía” significa literalmente “acción de gracias”. Incluso nuestra manera de dar gracias viene de Dios, pues lo hacemos siguiendo el mandato del Señor: Hagan esto en memoria mía (Lc 22, 19).
31. El Concilio Vaticano II enseñó que, para poder dar gracias adecuadamente en la celebración de la Misa, debemos tener una “participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas”. Necesitamos ser conscientes del don que hemos recibido, don que no es otro que el Señor mismo en su acto de entrega. Nos hacemos conscientes de este don cuando involucramos activamente nuestras mentes, corazones y cuerpos en cada parte de la liturgia, permitiendo que Dios nos hable a través de las palabras, acciones, gestos e incluso los momentos de silencio. Participamos activa y conscientemente prestando toda nuestra atención a las palabras que se pronuncian en las oraciones y las Escrituras, incluso si las hemos escuchado cientos de veces antes. Lo hacemos también escuchando la homilía y reflexionando sobre cómo puede el Señor estar hablándonos a través de su ministro ordenado. Damos gracias activamente cuando nos unimos al canto y a las respuestas; cuando nos arrodillamos, nos ponemos de pie y nos sentamos, y cuando prestamos atención a los tiempos litúrgicos donde se nos revela toda la historia de lo que Dios ha hecho por nosotros, en y a través de su Hijo.
32. La gratitud que nos inspira a dar gracias y adorar a Dios en la celebración de la Eucaristía debe ser alimentada y enriquecida por la belleza de la acción litúrgica misma. Los obispos y los sacerdotes tienen el deber particular de asegurar que la Misa se celebre de manera acorde con la santidad de lo que se lleva a cabo. Como el papa Francisco escribió recientemente a los obispos del mundo, “os pido que procuréis que cada liturgia se celebre con decoro y fidelidad a los libros litúrgicos promulgados tras el Concilio Vaticano II, sin excentricidades que fácilmente degeneran en abusos”. Los sacerdotes celebrantes de la Misa deben tener una comprensión orante de los libros litúrgicos, así como de las fiestas y los tiempos, y ser fieles a los textos y las rúbricas establecidos por la Iglesia. De esa manera, conducirán a la gente más profunda y reverentemente al intercambio que es el diálogo del Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.
33. Nuestra gratitud también se expresa en nuestra adoración del Santísimo Sacramento fuera de la Misa. Estas formas de adoración están todas intrínsecamente relacionadas con la celebración eucarística. “En la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial”.
Nos regocijamos por el número creciente de fieles que rezan en adoración ante el Santísimo Sacramento, un testimonio de fe en la Presencia Real del Señor en la Eucaristía. Alentamos esta devoción, que nos ayuda a todos a ser formados por el amor desinteresado que contemplamos en el don de sí mismo del Señor en la Eucaristía. Se dice que santa (Madre) Teresa de Calcuta dijo una vez: “Cuando miras el crucifijo, comprendes cuánto te amó Jesús entonces. Cuando miras la Sagrada Hostia, comprendes cuánto te ama Jesús ahora”.