Continuando con nuestra publicación de la serie del documento de la USCCB sobre “El misterio de la Eucaristía en la vida de la Iglesia” (2021), esta sección se enfoca en la Presencia Real de Cristo.
B) La Presencia Real de Cristo
18. Desde el principio, la Iglesia ha creído y celebrado según la enseñanza del mismo Jesús: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6, 54-56). No es “pan ordinario y bebida ordinaria” lo que recibimos en la Eucaristía, sino la carne y la sangre de Cristo, que vino a alimentarnos y transformarnos, para restaurar nuestra relación con Dios y entre nosotros.
19. En la Eucaristía, con los ojos de la fe vemos ante nosotros a Jesucristo, quien en la Encarnación se hizo hombre (Jn 1, 14) y quien en el Misterio Pascual se entregó por nosotros (Tit 2, 14), aceptando incluso una muerte de cruz (Flp 2, 8). San Juan Crisóstomo predicaba que cuando “veis [el cuerpo de Cristo en el altar] delante de vosotros, decíos a vosotros mismos: ‘en virtud de este cuerpo yo ya no soy tierra y ceniza, ya no soy prisionero, sino libre; en virtud de este cuerpo espero el paraíso, y espero recibir los bienes, la herencia de los ángeles, y conversar con Cristo’”.
20. ¿Cómo puede Jesucristo estar verdaderamente presente en lo que todavía parece ser pan y vino? En el acto litúrgico conocido como epíclesis, el obispo o sacerdote, hablando en la persona de Jesucristo, invoca al Padre que haga descender su Espíritu Santo para que convierta el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y este cambio se produce a través de la narración de la institución, por el poder de las palabras de Cristo pronunciadas por el celebrante.
21. La realidad de que, en la Eucaristía, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo sin dejar de aparecer como pan y vino a nuestros cinco sentidos, es uno de los misterios centrales de la fe católica. Esta fe es una puerta a través de la cual nosotros, como los santos y los místicos que nos precedieron, podemos entrar a una percepción más profunda de la misericordia y el amor manifestados en y a través de la presencia sacramental de Cristo entre nosotros. Aunque una cosa se ve con nuestros ojos corporales, otra realidad se percibe a través de los ojos de la fe. La presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en la Eucaristía es la realidad más profunda del sacramento. Esta “conversión misteriosa es llamada por la Santa Iglesia conveniente y propiamente transustanciación”. Aunque Cristo está presente para nosotros de muchas maneras en la liturgia, entre ellas en la asamblea reunida, el ministro que preside y la palabra proclamada, la Iglesia también afirma claramente que “el modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular”. Como escribió san Pablo VI, “Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y sustancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro”. En la re-presentación sacramental de su sacrificio, Cristo no retiene nada, ofreciéndose a sí mismo, enteramente y totalmente. El uso de la palabra “sustancial” para señalar la presencia singular de Cristo en la Eucaristía pretende transmitir la totalidad del don que él nos ofrece.
22. Cuando se distribuye la Eucaristía y el ministro dice: “El Cuerpo de Cristo”, debemos mirar no simplemente a lo que está visible ante nuestros ojos, sino a lo que se ha convertido por las palabras de Cristo y el don del Espíritu Santo: el Cuerpo de Cristo. La respuesta del comulgante, “Amén”, es una profesión de fe en la Presencia Real de Cristo y refleja el íntimo encuentro personal con él, con su don de sí mismo, que viene a través de la recepción de la Sagrada Comunión.
23. La firme creencia de la Iglesia en la Presencia Real de Cristo se refleja en el culto que ofrecemos al Santísimo Sacramento de diversas maneras, entre ellas la Exposición Eucarística, la Adoración y la Bendición; las procesiones eucarísticas y la devoción de las Cuarenta Horas. Además, las prácticas de hacer una genuflexión reverente ante el Santísimo Sacramento reservado en el tabernáculo, inclinar la cabeza antes de recibir la Sagrada Comunión y abstenerse de comer y beber durante al menos una hora antes de recibir la Comunión son manifestaciones claras de la fe eucarística de la Iglesia.