Continuando con nuestra publicación de la serie del documento de la USCCB sobre “El misterio de la Eucaristía en la vida de la Iglesia” (2021), en la sección del Don, nos continuamos enfocando en el Sacrificio de Cristo.
14. ¿Por qué es tan importante que entendamos la Eucaristía como un sacrificio? Lo es porque todo lo que Jesús hizo por la salvación de la humanidad se hace presente en la celebración de la Eucaristía, incluidas su Muerte sacrificial y su Resurrección. El sacrificio de Cristo de sí mismo al Padre fue eficaz y salvífico por el amor supremo con que derramó su sangre, el precio de nuestra salvación, y se ofreció a sí mismo al Padre por nosotros. Su sangre, derramada por nosotros, es el signo eterno de ese amor. Como memorial, la Eucaristía no es un sacrificio más, sino la representación del sacrificio de Cristo por el cual somos reconciliados con el Padre. Es el camino por el cual somos atraídos a la perfecta ofrenda de amor de Jesús, para que su sacrificio se convierta en el sacrificio de la Iglesia. Como escribió el papa Benedicto XVI,
“El memorial de su total entrega no consiste en la simple repetición de la última Cena, sino propiamente en la Eucaristía, es decir, en la novedad radical del culto cristiano. Jesús nos ha encomendado así la tarea de participar en su ‘hora’. ‘La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega’”.
15. La Eucaristía es una comida sacrificial, “el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor”. Su patrón fundamental se encuentra en la celebración judía de la Pascua, que implica tanto una comida como un sacrificio. La Cena pascual se celebra en recuerdo del Éxodo, cuando se les dijo a los israelitas que sacrificaran un cordero al Señor y que marcaran con la sangre los dinteles de sus casas, para que el ángel de la muerte pasara por encima de sus casas y dejara indemnes a los israelitas. Esto marcó a un pueblo apartado y escogido por Dios como su posesión especial. Cada familia debía entonces comer el cordero con pan sin levadura como recordatorio de la prisa con la que los israelitas tuvieron que prepararse para su salida de Egipto y con hierbas amargas como recordatorio de su liberación de la esclavitud. En la Última Cena, Jesús se revela como el Cordero Pascual (“He aquí el Cordero de Dios”) cuyo sacrificio trae la liberación de la esclavitud del pecado y cuya sangre marca a un nuevo pueblo perteneciente a Dios. Todos los sacrificios del Antiguo Testamento prefiguran y encuentran su cumplimiento en el único y perfecto sacrificio de Jesús.
16. La obra salvífica de Jesucristo, que ha llevado a su cumplimiento lo anunciado en figura de la Pascua, se re-presenta ahora en la celebración de la Eucaristía. La Eucaristía “actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador”. Como enseñó el papa san Juan Pablo II: “La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado”.
17. Finalmente, este gran sacramento es también una participación en el culto ofrecido en el cielo, en y a través de Cristo, por los ángeles y los santos. El papa Benedicto XVI explicó que “en cada Celebración eucarística se realiza sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios. El banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25, 6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como ‘las bodas del cordero’ (Ap 19, 7-9), que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos”.