Serie Eucarística # 2
Continuando con nuestra publicación de la serie del documento de la USCCB sobre “El misterio de la Eucaristía en la vida de la Iglesia” (2021), retomamos la primera parte importante del documento, sobre la Eucaristía entendida como el don de Cristo de sí mismo, dado a nosotros.
5. El Señor nos acompaña de muchas maneras, pero ninguna es tan profunda como cuando lo encontramos en la Eucaristía. En nuestro camino hacia la vida eterna, Cristo nos nutre consigo mismo. Cierta vez, cuando alguien le dijo que ya no veía el sentido de ir a Misa todos los días, la sierva de Dios Dorotea Day reflexionó: “Vamos a comer de este fruto del árbol de la vida porque Jesús nos lo dijo . . . Él tomó sobre sí nuestra humanidad para que pudiéramos compartir su divinidad. Somos alimentados por su carne para que podamos crecer y ser otros Cristos. Yo creo esto literalmente, tal como creo que el niño se alimenta de la leche del pecho de su madre”.
6. Sin embargo, también sabemos que él está presente en nosotros de una manera que nos une como un solo cuerpo, lo cual proclamamos con nuestro “Amén” al responder a la invitación: el Cuerpo de Cristo. Nuevamente, invocamos las palabras del amado papa polaco: “Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón, la muerte y resurrección de Cristo. En efecto, los que han recibido la gracia del bautismo no han sido salvados sólo a título personal, sino como miembros del Cuerpo místico, que han pasado a formar parte del Pueblo de Dios”.
7. A medida que acogemos de nuevo a la gente en la celebración comunitaria de la Misa, se debe reconocer que ningún documento puede agotar el misterio del don de la Eucaristía. Sin embargo, en diversos momentos, es deseable reflexionar sobre ciertas facetas del misterio que son relevantes para los problemas y desafíos contemporáneos y que nos ayudan a apreciar más profundamente el don de la gracia que nos ha sido dado. En este momento particular de la Iglesia en los Estados Unidos, con sus muchos desafíos, nos gustaría reflexionar sobre el don de Cristo de sí mismo en la Eucaristía y nuestra respuesta a ese don.
El Don
8. En la Misa de la Cena del Señor celebrada el Jueves Santo, el sacerdote reza estas palabras:
El cual, verdadero y eterno Sacerdote, al instituir el sacrificio de la eterna alianza, se ofreció primero a ti como víctima salvadora, y nos mandó que lo ofreciéramos como memorial suyo. Cuando comemos su carne, inmolada por nosotros, quedamos fortalecidos; y cuando bebemos su Sangre, derramada por nosotros, quedamos limpios de nuestros pecados.
Las palabras de la liturgia en la noche en que la Iglesia conmemora la institución de la Eucaristía nos hablan de la Misa como la re-presentación del sacrificio único de Cristo en la Cruz, la recepción de Cristo verdaderamente presente en el Sacramento de la Eucaristía, y los maravillosos efectos de comunión en quienes reciben este don.
0. La misión de toda la vida del Señor en la tierra fue glorificar al Padre trayéndonos la salvación. En el Credo Niceno recitado en la Misa, profesamos “Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”. La salvación ofrecida en la Vida, Muerte y Resurrección de Cristo es nada menos que participar en la vida misma de Dios, en la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No hay mayor don que Dios pueda darnos. En Cristo somos partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1, 4). Los Padres de la Iglesia se refirieron a esta participación en la vida divina como “divinización”. El Hijo eterno de Dios lo hizo posible haciéndose hombre y uniendo la humanidad a su divina Persona. San Agustín explicó, “el hacedor del hombre se ha hecho hombre, para que el hombre fuese hecho receptor de Dios”. De hecho, el papa Francisco nos recuerda que “en el Pan eucarístico, ‘la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo’”.