Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
El domingo pasado hubo una celebración maravillosa en muchas formas. Y el Evangelio del domingo –el segundo domingo de Pascua– fue simplemente espectacular.
En Juan 20:19-31 vemos a Jesús aparecer ante los Apóstoles en Su cuerpo resucitado y usando el saludo “La paz sea con vosotros”. La paz a la que Jesús se refiere, por supuesto, es la paz del cielo, ese “Shalom”, ese bienestar total, es parte de la alegría celestial y del descanso en el paraíso. La paz a la que Jesús se refiere es la paz del cielo mismo.
Jesús murió para que los pecados sean perdonados
¿Y qué dice Jesús luego de eso? “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen sus pecados les sean perdonados, y a quienes se los aten queden atados”. Una parte esencial de la paz celestial y la alegría, y la razón de la muerte de Jesús y su resurrección, ¡es el perdón de los pecados! El cuerpo de Jesús fue quebrado y Su sangre fue derramada para que nuestros pecados sean perdonados, para que así haya misericordia. Esencial para el “Shalom” celestial contenido en el saludo de Jesús, es que Su misericordia es derramada sobre nosotros, que los pecados son perdonados.
Está ampliamente difundido a partir del pasaje de las escrituras el contexto de la tradición litúrgica desarrollada cuando el obispo saluda a la gente, en el nombre de Cristo, diciendo “¡La paz sea con ustedes!” Ese saludo está reservado al Obispo porque, en la persona de Cristo, el Obispo también lo dice a los sacerdotes en su ordenación “recibe el Espíritu Santo. A quien perdones sus pecados les sean perdonados y a quienes los retengas les sean retenidos”. El Obispo, como sucesor de los Apóstoles, tiene el privilegio de otorgar un gran poder a la infinita misericordia de Dios que toma forma concreta en el sacramento de la Penitencia y en el perdón de los pecados.
El corazón del pecado manifestado en Tomás
Hay una riqueza incluso en las primeras líneas del pasaje del domingo pasado del Evangelio de Juan. Trataré uno en particular, que es, ¿cuál es el corazón del pecado? A través de Juan relatando la historia del Evangelio del domingo vemos un ejemplo del corazón del pecado manifestado en Tomás.
Tomás dice básicamente, “a menos que estas condiciones sean satisfechas, ¡no creeré!” De alguna forma la Palabra de Dios no es suficiente para Tomás en ese momento. “Cumple estas condiciones, Dios”, dice él “y entonces creeré”. En ese momento, Tomás está tratando de colocarse a cargo y no se está concentrando en el hecho de que la fe es un don gratuito. La fe para Tomás es algo que aceptará, cuando esté listo, dependiendo del cumplimiento de ciertas condiciones.
San Pablo dice, “lo que no proviene de la fe es pecado (Rom. 14:23)” y nos da una muy clara definición del corazón del pecado. Vemos ese corazón del pecado hecho carne en la historia del “dudoso Tomás” (que se convirtió en un gran santo, un gran creyente, un gran misionero).
Así, el domingo pasado aprendimos sobre la paz de Cristo y lo que significa, aprendimos que un elemento esencial de esa paz es la experiencia de la Misericordia de Dios en el Sacramento de la Penitencia, y aprendimos que el corazón del pecado es, de hecho, anteponer mis propias condiciones para ofrecer una respuesta de fe.
Importancia del Domingo de la Misericordia
Debe estar muy claro, entonces, por qué el domingo pasado fue también el Domingo de la divina Misericordia. El Sacramento de la Penitencia se refiere todo a la misericordia, y es tan esencial para nosotros como esa paz celestial que Cristo quiere que tengamos. La divina misericordia no es una distracción del Segundo domingo de Pascua. No, la Divina Misericordia suma a la historia de la Cuaresma y la Pascua.
A través de la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua, celebramos la Misericordia en todas las formas, y el último día de la Octava de Pascua esa noción aparece en primer plano. Todos nosotros tenemos una necesidad desesperada de misericordia. Una devoción a la Divina Misericordia no es de modo alguno una devoción de esta u otra área o de esa u otra parroquia. Es una devoción esencial basada en el mismo corazón de nuestra fe, para la Iglesia Universal, y necesita extenderse a través de nuestras parroquias, y con la ayuda de Dios, se hará.
Beato Juan Pablo y la Misericordia
Y, por supuesto, aquel que hizo que la Iglesia Universal entendiera la necesidad de la devoción a la Divina Misericordia, fue el Papa Juan Pablo el Grande, quien ha sido proclamado “Beato” también el domingo pasado. La segunda carta encíclica del Beato Juan Pablo el Grande estuvo dedicada toda a la misericordia de Dios Padre, a la necesidad de vivir el dar y recibir la misericordia como una guía para nuestro camino completo como seguidores de Jesucristo.
La Misericordia lo era todo para el Beato Papa Juan Pablo. Él no hizo política cuando trabajó junto al Presidente Regan para generar el colapso del comunismo de manera no violenta. El Papa Juan Pablo sabía por su experiencia que los pueblos bajo el régimen comunista no habían visto misericordia en 40 años y lo que necesitaban era un gran baño de misericordia.
Y si alguna vez fue necesario un baño de misericordia, fue en el mundo de aquellos oprimidos, particularmente por regímenes comunistas. El Santo Padre no estaba haciendo política; era el generoso ministro de la superabundancia de la misericordia de Jesucristo. Él vivió para eso, ahora es Beato por eso.
Así que, mientras rezamos hoy por la Divina Misericordia para que nos ayude en formas que necesitamos mucho, roguemos por la intercesión del Beato Juan Pablo II, para que encontremos verdaderamente para nosotros el camino de la vida que recibe y da misericordia como nuestra más alta prioridad.
Corazón de Jesús, fuente de inagotable misericordia, ¡ten misericordia de nosotros! Beato Papa Juan Pablo, ¡ruega por nosotros! ¡Alabado sea Jesucristo! ¡Él ha resucitado! ¡Aleluya!