La columna de esta semana es un elogio a nuestros sacerdotes. En nuestra diócesis tenemos la gran bendición de contar con los sacerdotes que tenemos.
¡Son hombres consagrados y santos que sirven generosamente al Señor y a la Iglesia a través de una vida sacrificada por la salvación del mundo!
El compromiso constante de predicar el Evangelio, enseñar la fe, celebrar los sacramentos, pastorear y cuidar al pueblo de Dios, administrar el personal de trabajo, ocuparse de los edificios y las propiedades, garantizar el equilibrio presupuestario, visitar a los enfermos y a los confinados en sus hogares, asistir a innumerables reuniones, escuchar las preocupaciones y quejas y estar listos para responder a la próxima emergencia que llegue a nuestra puerta es una vocación abrumadora que requiere mucha gracia de Dios y mucho amor de los sacerdotes.
Enfrentando retos
Además de todas las responsabilidades regulares y continuas del sacerdocio parroquial, también hemos entrado en Into the Deep, con los desafíos de unir múltiples parroquias, formar un nuevo equipo de sacerdotes, apoyar a nuestro heroico personal laico incluso mientras buscamos nuevos líderes, determinar los horarios de las Misas, aprender el carácter y la práctica de cada parroquia en el pastorado, reunir múltiples organizaciones y grupos, ocuparnos de las finanzas y responder a muchas preguntas e inquietudes.
Este esfuerzo heroico y de largo alcance requiere un nivel más profundo de paciencia, fortaleza y perseverancia que todo lo que nuestros sacerdotes han enfrentado antes.
Los esfuerzos de Vayan y Hagan Discípulos e Into the Deep ni siquiera serían posibles sin el apoyo, el sacrificio y el trabajo de nuestros sacerdotes, y por eso estoy profundamente agradecido.
Nuestro presbiterio es generoso, obediente, paciente y de buen carácter.
Sin duda, doy la bienvenida a las opiniones y pensamientos de nuestros sacerdotes mientras tomamos innumerables decisiones para el bien y el crecimiento de la diócesis, y sus respuestas a las preguntas son siempre reflexivas y perspicaces. Pero también encuentro que cuando todo está dicho y tomo una decisión, los sacerdotes la apoyan y trabajan duro para hacer realidad nuestras iniciativas y decisiones.
Una dinámica tan positiva no es necesariamente cierta en todas las diócesis.
Digo todo esto tanto para alabar y agradecer públicamente a nuestros sacerdotes, como para animarnos a todos a orar por ellos, apoyarlos y ayudarlos en sus difíciles tareas de liderazgo.
Nuestros sacerdotes, como la mayoría de nosotros, ciertamente reciben con agrado las críticas constructivas y las preguntas reflexivas cuando se ofrecen con un espíritu de caridad cristiana y preocupación positiva.
Muchos de los hermosos laicos de nuestras parroquias son muy buenos para dar una palabra amable de elogio, una nota de gratitud, una oferta de ayuda o un simple “¿Cómo está, Padre?” a nuestros amados sacerdotes.
Animo a todos a adoptar estas prácticas sencillas porque un gesto sincero de interés genuino siempre llega lejos.
Ayudando a nuestros sacerdotes
Otra manera de amar a los sacerdotes es ofrecerse como voluntarios para las tareas de la parroquia, como hacen heroicamente muchos de ustedes.
Cuando era párroco, siempre estuve muy agradecido por la multitud de voluntarios que hacían que todas las actividades de la parroquia funcionaran, desde la catequesis hasta la limpieza de la iglesia, pasando por el festival y la evangelización.
Involucrarse de manera práctica en la vida de la parroquia es convertirse en parte de la solución y hacer avanzar la visión de Vayan y Hagan Discípulos e Into the Deep.
El impacto de un sacerdote santo y entusiasta es incalculable.
El 4 de agosto fue la conmemoración litúrgica de San Juan Vianney, el santo patrono de los párrocos.
Habiéndose criado en las terribles persecuciones de la Revolución Francesa, se hizo sacerdote y se fue al pequeño y oscuro pueblo de Ars.
No había habido ningún sacerdote allí durante 20 años, el techo de la iglesia se había derrumbado y la gente se había olvidado de Dios. Poco a poco y con gran dificultad, el entusiasmo, la oración y el ejemplo del Padre Vianney los llevaron de nuevo a la fe.
Con el tiempo, escuchaba confesiones durante 16 horas al día a personas de toda Europa, predicaba sermones poderosos que todavía hoy tienen impacto, dirigía un orfanato y visitaba a los enfermos y sufrientes de todas partes.
Abrazó esta rutina aplastante durante décadas, sobreviviendo con dos horas de sueño por noche, que eran interrumpidas por el diablo, y una dieta escasa de papas y agua.
Su humilde y pequeña iglesia en Ars todavía sigue en pie, conectada a una magnífica basílica que alberga el cuerpo incorrupto de San Juan Vianney.
Oren por sus sacerdotes, amen y apóyenlos.
Ellos bautizan a sus hijos, los alimentan con la Eucaristía, absuelven sus pecados, les enseñan la fe, los confortan, los consuelan, los bendicen y los desafían, y finalmente los conducen al Cielo.
Cada uno de ellos es un icono viviente de Jesucristo, pero obviamente, también son humanos. Ellos necesitan nuestro amor y nuestra ayuda, como nosotros necesitamos las suyas.
¡Estamos agradecidos por cada uno de ellos!