Esta columna es la comunicación del Obispo con los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia va más allá de la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
“Con el Señor hay misericordia y plenitud de redención (Salmo 130:7)”, nos recordaba el salmo responsorial del domingo pasado y estos son los pensamientos a los que debemos volcar nuestras mentes y corazones mientras llegamos a la Semana Santa, Pascua y a la celebración de Su Divina Misericordia.
Me gustaría darle una breve mirada a tres ideas principales reunidas en el versículo anterior: “con el Señor hay misericordia y plenitud de redención”.
¿Qué significa estar “con el Señor”?
“Con el Señor…” ¿Qué significa estar con el Señor?
Muy seguido queremos saltar a las partes sobre la “misericordia” y la “redención” sin primero ver que hay una frase anterior: con el Señor. “Con el Señor hay misericordia y plenitud de redención”. La primera lectura del domingo pasado del profeta Ezequiel (Ez 37:12-14) y la lectura del Evangelio (Jn 11:1-45) nos recuerdan que antes de la venida del Señor ya había la creencia de la redención de Dios. De hecho, algunas facciones del pueblo judío incluso creían en la resurrección de los muertos.
Ezequiel relaciona la promesa de Dios de que abrirá las tumbas de Su pueblo y los resucitará… que podrá su espíritu en ellos para que vivan. Este pasaje, junto con otros de Isaías y Daniel, hizo que muchos judíos creyeran en la resurrección del cuerpo. Y Martha, la hermana de Lázaro, parece haber compartido esta creencia. Cuando en el Evangelio Lázaro muere, Martha va hacia Jesús, le ruega que lo ayude y que interceda ante Dios para que hermano se quede con ellos.
Jesús le dice a Martha “tu hermano resucitará” y ella responde “sí, sé que resucitará, en la resurrección de los últimos tiempos”. ¿Y qué dice Jesús? “Yo soy la resurrección y la vida, quien crea en mí, incluso si muere, vivirá, y quien viva y crea en mí, nunca morirá”.
Jesús deja claro que lo que Él está haciendo es distinto a todo lo anterior. De un solo golpe, confirma la resurrección del cuerpo y establece que la Resurrección vendrá a través de Él. “YO SOY la resurrección y la vida”, proclama, “y quien quiera que crea en mí… ¡nunca morirá!”
Marta responde profesando su fe: “Sí, Señor, creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, aquel que viene al mundo”. Esta mujer de fe sabía lo que estaba haciendo. Corrió a Jesús para rogarle Su intercesión para salvar a su hermano. Corrió a Jesús para estar con Él. Profesó su fe en Él, atestiguando al mundo que ella sabía que Él estaba haciendo algo diferente. No era suficiente para Jesús que ella creyera en la resurrección como se entendía en ese tiempo; Jesús le pidió que profese su fe en que Él era el Cristo, el hijo de Dios… la resurrección y la vida.
Misericordia y redención
Hay una tendencia de muchos católicos de asumir algunas cosas sobre la base de la misericordia y la redención prometidas por Jesús. Piensan que “el amor de Dios” es incondicional “así que no importa lo que haga”. Desafortunadamente esto lleva a muchos a creer que ya no es importante permanecer “con el Señor”.
Martha no solo se sentó donde estaba, a pensar “conozco a Jesús… él se hará cargo cuando llegue la hora”. Ella corrió hacia Él, le rogó su ayuda, profesó su fe… y luego le dijo a su hermana María que hiciera lo mismo.
Estar “con el Señor” requiere algo de nosotros. Requiere que nos detengamos en lo que hacemos, para correr a Jesús, para rogar por su ayuda, para profesar nuestra fe e invitar a otros a hacer lo mismo.
Estar “con el Señor” no es algo que hacemos casualmente los domingos yendo a Misa. Requiere un cambio en nuestras vidas, requiere incomodarnos, correr hacia Jesús. Requiere una vida de oración y conversación con el Señor. Requiere nuestra profesión de fe en todo lo que Jesús es… incluso si eso no encaja con la actitud predominante a nuestro alrededor.
Recuerden que Martha podría no haber estado en la mayoría que proclamaba la creencia en la resurrección de la carne; ella ciertamente podría haber sido un bicho raro al profesar su fe de que Jesús era la resurrección.
Estar “con el Señor” significa dar el paso de invitar a otros a estar con Él. Estar “con el Señor” no es algo que hacemos casualmente.
No es que estar “con el Señor” signifique no sufrir. Jesús no preserva a Martha o a María del sufrimiento que experimentan al estar de luto por su hermano, eso se queda, pero Jesús sufre con ellas, y es un ejemplo de lo que Él desea para todos los que están con Él. Él resucita a Lázaro y lo libera de las ataduras de la muerte. Jesús ofrece la misericordia y la plenitud de la redención a los que se quedan con Él.
“Con el Señor hay misericordia…” ¿Cuál es la misericordia que se ha prometido a los que se quedan “con el Señor”? Con frecuencia, la misericordia de Dios se entiende mal, como una especie de “cheque” o barrera sobre el adecuado ejercicio de la justicia de Dios.
En otras palabras, se presume que no habrá juicio de Dios, porque la “misericordia de Dios” prevalecerá y Él no podrá juzgarnos… Simplemente nos dejará pasar. Esta comprensión no solo malentiende la misericordia de Dios, sino también su justicia.
Dios, que es perfecto en Su juicio, dejará claro que todo está balanceado al final de los tiempos y que los malos son corregidos. En Su juicio, Él tendrá un perfecto ejercicio de la justicia.
Sin embargo, también encontraremos una expresión perfecta de Su misericordia, su amor que no falla incluso en medio del sufrimiento. La voluntad de Dios no abandonará a los que desean estar con Él, su amor permanece.
En Su misericordia, Jesús permanece con Martha y María, Él sufre con ellas. En su misericordia Jesús se queda con Lázaro. El sufrimiento que se genera como resultado del pecado original, con la muerte, aún se queda y los afecta, pero el Señor se queda con aquellos que desean estar con el Señor. Su misericordia es un ejercicio de amor que no falla, incluso en el sufrimiento.
Y entonces debemos rogar a Dios por Su misericordia, por Su amor, para que pese a que lo rechazamos con frecuencia, Él se quede con nosotros… incluso en nuestro sufrimiento. Este es el testimonio que (el que será pronto Santo) Juan Pablo II el Grande nos ofreció, en su vida como en el don de la promoción de la Divina Misericordia.
Domingo de la Divina Misericordia
El Beato Juan Pablo el Grande, escuchando la revelación que vino de Santa Faustina Kowalska, y reconociendo las necesidades de nuestro tiempo, nos pidió volver a Jesús, especialmente en el Segundo Domingo de Pascua, para rogarle que se quede con nosotros. Por eso él pidió que la devoción sea celebrada en todo el mundo y por eso muchas de nuestras parroquias la celebran hermosamente.
Si no conocen la devoción de la Divina Misericordia, los aliento a conocerla, a correr y encontrarse con Jesús para pedirle que se quede con ustedes, incluso en el sufrimiento.
Si en su parroquia hay esta devoción, los aliento a tomar parte de ella. Si no lo hace en el Segundo Domingo de Pascua, tal vez pueden ofrecerse a organizarla el próximo año y ciertamente se pueden unir en ello al Bishop O’Connor Center esa tarde, en donde varios maravillosos organizadores han realizado para poder ofrecer por varios años.
“Con el Señor hay… plenitud de redención”. Rogamos por la misericordia del Señor, que se quede con nosotros y rogamos por su redención, rogamos para que sea Él el sentido de nuestra existencia y que nos dé la vida que Él desea para nosotros. En la redención de Cristo vemos la plenitud de todo lo que esperamos y todo lo que Dios quiere para nosotros. Vemos amor: ¡el amor para que el fuimos creados!
En su primera encíclica, que se centró enteramente en el tema de la redención, Redemptor Hominis, el Beato Juan Pablo el Grande expresa esta realidad sobre la redención y el amor, “el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”.
La redención de Cristo, que todos reflejaremos mejor en el tiempo de Pascua, es la plena expresión de Su amor y tiene sentido en todo lo demás de este mundo. De hecho, no hay sentido en nada sin ella. Pero para recibir Su amor, Su misericordia, Su redención, tenemos que permanecer con Él. “Con el Señor hay misericordia y plenitud de redención”.
Quedémonos con Él, mientras nos preparamos para las celebraciones de la Pasión de Cristo y de la Semana Santa. Seamos activos al correr hacia Jesús, al pedirle Su ayuda, para profesar nuestra fe en Él, y para invitar a otros a hacer lo mismo.
Gracias por darse el tiempo para leer esto. ¡Alabado sea Jesucristo!