Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
El domingo pasado celebramos la Fiesta de la Ascensión cuando, nos dice el Evangelio, Jesús tomó su lugar a la derecha del Padre. Tomó su lugar como el Eterno y Sumo Sacerdote. Esto significa algo muy poderoso y muy real para nosotros hoy en día, porque Jesús asciende y convierte en el Eterno y Sumo Sacerdote que lleva a la creación en la Eterna y Divina Liturgia de adoración de Dios Padre, en comunión con el Espíritu Santo.
En nuestro Evangelio de la Ascensión, escuchamos a Jesús que les dice claramente a los 11 Apóstoles que quedan, lo que significa su partida para ellos. Les dice que van a recibir un poder de lo alto, refiriéndose al Espíritu Santo (y el domingo que viene celebramos la venida del Espíritu Santo en Pentecostés). Jesús les dice a los 11 que van a recibir el Espíritu Santo de lo alto, con el poder, el poder de “manejar serpientes”.
Conocemos, claro está, la imagen de la serpiente por las Escrituras, incluso desde el mismo comienzo –la antigua serpiente que hizo caer a Adán y Eva– y así sabemos que los Apóstoles de Jesús recibieron el poder para “manejar”, en efecto, las fuerzas del mal. Y aún estamos llamados a hacer esto, especialmente cuando se necesita en el rito del Exorcismo. Pero de manera general, incluso hasta nuestros días estamos llamados a manejar esas serpientes mortales, los demonios que buscan arruinar las vidas de las personas para ser testigos en la cultura de muerte
Estamos llamados a vencer el mal
Estamos llamados a vencer el mal que desgasta sus energías causando la muerte, a la que Cristo, por supuesto, ha vencido con su Resurrección. Cuando Jesús asciende, el Espíritu Santo viene, y se nos da un tremendo poder de lo alto, que no es nuestro, sino de Cristo Resucitado, para “manejar” la cultura de muerte y “manejar” las fuerzas del mal. Jesús obtuvo ese poder para nosotros, al morir y resucitar, y nos lo da en su ascensión.
Algunas veces las fuerzas del mal y la cultura de muerte nos rodean tan poderosamente que las vemos como si hubiéramos olvidado el poder que tenemos. Algunas veces las fuerzas del mal y la cultura de muerte parecen tan envolventes que nos sentimos “vencidos”, y algunas veces la fe de la Resurrección, que nos garantiza la derrota de las fuerzas del mal y la cultura de muerte, no brilla ante nosotros como la Verdadera luz que ilumina al mundo. Como la luz parece ser débil, comenzamos a preguntarnos “¿qué tan malo va a ser esto?”
Tal pensamiento es razonable, pero ¡no es lo suficientemente fiel! Lo que a veces es razonable a veces no es lo suficientemente fiel. Y, si realmente tememos al enfrentarnos a las fuerzas del mal y a la cultura de muerte, tenemos que recordar y vivir –en nuestros corazones y en nuestras vidas– que Jesucristo está aún Resucitado, aún está en el Cielo como el Sumo Sacerdote, aún nos ha dado el poder su victoria, ¡y no nos pueden quitar eso de nosotros! Tenemos que seguir, llenos de esa esperanza que es la fuente de nuestra felicidad.
Ese momento de la Ascensión y luego la Fiesta de Pentecostés, cuando Cristo el Sumo Sacerdote asciende a la derecha del Padre y cuando nos envía el poder del Espíritu Santo, está representado en cada vez que venimos a Misa. Cada vez que venimos a Misa estamos llamados a ingresar al santuario celestial, con Cristo tomándonos de la mano. Y de la Misa necesitamos recordar que tenemos el pode de lo alto, del santuario celestial, para manejar y conquistar las fuerzas del mal y la cultura de muerte.
Y así tenemos que estar llenos de esperanza y alegría, incluso cuando todo el mundo parece estar en nuestra contra. Incluso cuando todos parecen estar fuertemente en nuestra contra –como en el momento actual– ¡nada puede acallar la Resurrección de Jesucristo, y allí reside nuestra esperanza! Y Dios nos ayuda si bebemos de esa fuente de esperanza cada día bendito.
Cuando Jesús asciende al Cielo, nuestra humanidad (excepto por el pecado) es elevada con Él. Toda nuestra humanidad es “celestizada” (todo el mundo inventa palabras hoy en día, así que me les uno). Con la resurrección y la ascensión de Jesús, nuestra humanidad es hecha nuevamente y recreada de manera celestial. Esa “celestización” de nuestra humanidad era una preocupación central del Beato Juan Pablo II, quien vio que, en nuestros días y en nuestro tiempo, la humanidad necesitaba que le recuerden eso una vez más para que la humanidad encontrara la verdadera libertad.
El Beato Juan Pablo II enfatizaba, y el Papa Benedicto XVI lo ha reiterado, la conexión esencial entre la verdad y libertad. El Beato Juan Pablo vio la transformación de nuestra libertad, por la resurrección y la ascensión de Cristo, de la libertad humana ordinaria que llamamos autonomía, que nuestra cultura venera como la libertad para hacer lo que sea, a algo mucho más alto.
La libertad ordinaria de elección puede ser tan simple como la libertad de llevar a casa plátanos o peras de la tienda de abarrotes, o puede ser algo tan poderosos que uno la puede usar para hacer algo que llevará a la pérdida de la propia alma. La libertad de elección que nuestra cultura venera puede ser vista claramente en esta temporada de graduaciones, cuando los oradores alientan a los jóvenes a “¡salir y vivir su libertad, vivir sus vidas al máximo!”
“Celestizando” nuestra libertad
El Beato Juan Pablo II estaba concentrado en “celestizar” nuestra libertad, en donde la libertad no solo escogiese esto o aquello, sino donde nuestra libertad se convirtiera en lo último sobre el poder para expresar toda nuestra humanidad (¡viviendo nuestra vida verdaderamente al máximo!) del modo en que Cristo define nuestra humanidad mientras Él resucita y asciende. Jesucristo define nuestra humanidad dándole un potencial totalmente nuevo, y ese potencial es actualizado no en la elección de plátanos o peras, o ambos, y no en alcanzar cosas que son al final de cuentas destructivas de nuestras almas (de las cuales hay tantas cosas, siendo la violencia la más reciente y la peor de todas).
La plenitud de nuestra humanidad vivida mira todas las opciones de esta vida en el contexto de nuestra humanidad que corre hacia el cielo y hacia Dios. La “celestización” de nuestra humanidad en la resurrección y ascensión de Jesucristo, muestra que es verdaderamente humano buscar lo que está arriba en cada ocasión, y alcanzar aquella humanidad maravillosa de uno mismo, modelado por la unión con Dios, en Cristo y en la Iglesia.
Las opciones de este mundo, tomadas fuera de este contexto, son al final de cuenta una tremenda desfiguración de nuestra libertad, ya que las opciones que hacemos que nos apartan del camino al cielo nos llevan a la muerte y a la esclavitud total. Nuestra libertad en este mundo nos permite hacer opciones inmediatas porque aparecen como buenas ante nosotros, pero nunca nos quedamos satisfechos, queremos obtener más bien. Siempre queremos más, pero no hay nada en este mundo limitado que satisfaga nuestro deseo último por más bien. Nuestro deseo por más bien es al final de cuentas un deseo de Dios, que es el bien absoluto. Cualquier opción que hagamos por los bienes aparentes de esta vida, y que no nos llevan a Dios, nos dejarán al final vacíos, insatisfechos y en la desesperanza. Cada vez que realizamos un acto libre, reconocemos que tal vez algo de bien proviene de un acto libre… pero no es suficiente, y estamos listos para recibir más.
Cada acto de libre elección debe recordarnos la más grande libertad que tenemos, que viene de Dios y termina en Dios, con Cristo. La única libertad en la que encuentro verdadera libertad y verdadera realización es la libertad “celestizada” que Cristo ofrece. Escapar con el alcohol, las drogas, el placer sexual, la violencia, el dinero, el poder o más placer, se convierten el final en un pobre sustituto para llegar a la completa humanidad en Cristo para la que estamos hechos, y están aparte de nuestra libertad humana que nunca estará satisfecha, y aparte del hecho de que así nunca encontraremos la felicidad.
El pleno potencial de nuestra libertad puede verse cuando se logra la unión de la libertad y la verdad, que es la razón para la que Dios la creó. Estamos llamados, en el Cristo resucitado y ascendente, a alcanzar el pináculo de la libertad en unión con la Verdad. Y al alcanzar el pináculo de la libertad en unión con la verdad, estamos entonces en presencia del verdadero amor y como manifestación de ese auténtico amor, la altura de nuestra humanidad, su “celestización”.
Nuestra cultura no ve la libertad de esta manera, ya que es impopular y políticamente incorrecto afirmar que hay una Verdad que nuestra libertad debe buscar. Mucha gente quiere alcanzar rápidamente esta verdad, pero tienen miedo. A ellos y a todo el mundo, Jesucristo y si Iglesia a través del poder del Espíritu Santo, dice estas palabras: “¡No tengan miedo!” En Pentecostés, el Espíritu Santo se posa sobre su Iglesia para darle el poder de “manejar” el mal y la cultura de muerte, y ese mismo Espíritu Santo nos dice a cada uno de nosotros que ¡no tengamos miedo de buscar la verdadera libertad, para buscar tu felicidad y para invitar a otros a hacer lo mismo! ¡Es para esta misión que fuimos creados y la razón por la que Cristo ha resucitado!
¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!