Esta columna está tomada de la homilía de Monseñor Morlino en una Misa de Bodas de Oro matrimoniales celebrada el 16 de agosto.
Queridos amigos:
Tengo tres puntos de las lecturas (Ex 16:2-4, 12-15; Salmo 78:3-4, 23-24, 25, 54; Ef 4:17, 20-24; Jn 6:24-35) y luego algunas conclusiones. Hemos escuchado en las primeras dos lecturas de este domingo muchas cosas sobre la sabiduría y la necedad.
Resulta interesante que el autor de la Escritura indique que la necedad es lo opuesto a la sabiduría. Pudo haber dicho que lo es la ignorancia o incluso que la estupidez es lo opuesto a la sabiduría. ¿Por qué dice entonces que la necedad es lo opuesto a la sabiduría?
Muchos de nosotros somos ignorantes de muchas cosas y estúpidos con respecto a algunas otras. Pero es raro que escojamos ser ignorantes o que elijamos ser estúpidos. No solemos decir cosas como: “Sé que es estúpido, pero quiero defender eso de todas maneras”. Cuando las personas no son conscientes o cuando las personas son estúpidas en alguna área, con frecuencia no eligen serlo. Pero, en cambio, uno sí tiene que elegir ser necio. Por eso la necedad es lo opuesto a la sabiduría: ha de elegirse y uno tiene que hacerse responsable de ello. Por ejemplo, las Escrituras nos recuerdan que “el necio dice para sí en su corazón: ‘no hay Dios'” (Salmo 14:1).