Queridos amigos:
Estamos justo en medio del Año de la Fe y a punto de emprender lo que el Beato Juan Pablo Magno y el Papa Emérito Benedicto han alentado que hagamos, es decir, la “Nueva Evangelización”. Y no sólo eso, sino que nos encontramos en la era de un nuevo Papa. Mientras escribo esta columna, el Cónclave aún debe empezar, pero al momento en que la lean, es posible que ya tengamos un nuevo Papa.
A diferencia de las noticias en los medios (considerando su interés en el escándalo) una de las cosas claves en que los Cardenales en el Cónclave se concentrarán o en que se han concentrado, por inspiración del Espíritu Santo, es la elección de un Papa que seguirá en la realización de esa Nueva Evangelización.
De hecho, ha habido y hay gente pecadora en la Iglesia, y de hecho hay pecaminosidad “desde abajo hasta lo más alto” porque hay pecadores en todos los ámbitos de la Iglesia aquí en la tierra, pero nuestro primer pecado es y ha sido siempre alejarnos de Dios y de lo que Él nos llama. Volver a Dios es precisamente de lo que se trata la Nueva Evangelización y allí es donde cualquier reforma de la Iglesia tiene que empezar. Todo hombre, mujer y niño en la Iglesia – desde el Papa hasta el último – tiene que ser llamado nuevamente a encontrarse con la persona auténtica de Jesucristo de modo que transforme la vida y debe ser cambiado por Él. Toca ser sacudidos de la somnolencia que golpea a Pedro y los Apóstoles en el huerto de Getsemaní y que nos acecha cada vez que puede. Por medio de su Vicario, Cristo tiene que volver a nosotros, una y otra vez, para decirnos “¡Levántense… recen… la hora está cerca!”(ver Mt 26:36-46, y ss).