Dado en la Fiesta de la Sagrada Familia, el día 29 de diciembre del año de Nuestro Señor 2024.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, el domingo 29 de diciembre de 2024, Fiesta de la Sagrada Familia, en unión con el Santo Padre, los Obispos y toda la Iglesia universal, entramos en el Año Jubilar de 2025. Retomando las Escrituras hebreas y la práctica judía del jubileo, la Iglesia católica ha adoptado esta celebración cada 25 años, llamándonos a todos nosotros a la renovación espiritual, a una práctica más profunda de la fe, a una experiencia más rica de la misericordia y el amor de Dios y a un crecimiento en el discipulado cristiano. Para el pueblo judío, el jubileo era un momento para perdonar deudas, sanar relaciones rotas y renovar la fidelidad a la Alianza. Pensemos en este Jubileo como un reinicio espiritual, para revitalizar nuestra comprensión y aceptación del catolicismo mientras hacemos nuestro peregrinaje hacia la casa del Padre.
El Papa Francisco ha elegido la esperanza como el lente teológico por el cual podemos ver este tiempo especial de gracia. Utilizando una cita de la carta de San Pablo a los Romanos, “La esperanza no desilusiona”, el Santo Padre nos llama a ser signos de esperanza en un mundo que la necesita desesperadamente en este momento actual. La raza humana está desgarrada por los sangrientos conflictos que están ocurriendo en Ucrania, Gaza y Siria; y 500 millones de personas sufren insuficiencia alimentaria debido a la violencia en lugares como Sudán, Haití y Etiopía. Un número cada vez mayor de personas huyen de sus países de origen para escapar de la pobreza y la violencia. Nuestro país está dividido por un profundo conflicto político y desequilibrio económico. Cada vez hay menos personas que practican la fe religiosa y un número cada vez mayor de personas ha perdido su anclaje moral en el orden trascendente de Dios. Las tasas de suicidio y los problemas de salud mental están en un nivel récord, especialmente entre nuestros jóvenes amados. Además de esta oscuridad, se encuentran nuestras propias luchas, sufrimientos y penas personales. Podemos caer fácilmente en la desesperación y la tristeza cuando contemplamos las tragedias que tenemos ante nosotros. ¡Necesitamos la esperanza ahora más que nunca!
La esperanza es mucho más auténtica y resistente que el optimismo. El optimismo es a menudo un sentimiento ingenuo al pensar que las cosas mejorarán de alguna manera, sin saber cómo. El optimismo también se desmorona ante la tragedia y el dolor, porque no tiene su raíz en nada más allá de sí mismo. La esperanza cristiana, en cambio, encuentra su fuente en Cristo mismo, en la victoria sobre el poder del pecado y de la muerte, en la promesa de vida eterna y en la efusión de la Divina Misericordia en nuestros corazones. La esperanza puede afrontar con realismo todas las tinieblas y sufrimientos de este mundo y no desanimarse, porque conocemos y creemos en Aquel que ya ha obtenido la victoria por nosotros en su muerte y resurrección.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (n. 1818).
En su documento pontifico de convocación que anuncia el Año Jubilar, Spes non confundit, el Papa Francisco escribe: “Por su presencia perenne en la vida de la Iglesia, el Espíritu Santo ilumina a todos los creyentes con la luz de la esperanza. Él mantiene esa luz encendida, como una lámpara siempre encendida, para sostener y vigorizar nuestras vidas. La esperanza cristiana no engaña ni decepciona porque se basa en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos jamás del amor de Dios” (3).
Poniendo toda nuestra esperanza en Cristo, que es el único que nos perdona, salva y redime, entramos en este Año Jubilar con alabanza y acción de gracias a Dios por el don de la vida, nuestra identidad de hijos amados del Padre, la promesa de misericordia y vida eterna, y por las muchas bendiciones que ha derramado sobre nuestra diócesis, nuestras parroquias y nuestras familias. Este tiempo Jubilar converge maravillosamente con Vayan y Hagan Discípulos, Into the Deep y el Avivamiento Eucarístico Nacional. Todos estos esfuerzos buscan una profunda renovación en Cristo a través de la evangelización, la catequesis, la oración, los sacramentos y una vida de virtud. El Señor nos invita a enamorarnos de Él y a darlo todo al servicio de Su santa Iglesia y de la verdad del Evangelio, así como Él lo ha dado todo por nosotros.
A la luz de la reciente encíclica del Santo Padre sobre el Sagrado Corazón de Jesús, Dilexit nos, invito a todos en nuestra diócesis a embarcar este Año Jubilar a través de una devoción más profunda al Sagrado Corazón de Jesús, porque es en el Corazón del Señor donde descubrimos el extraordinario amor hacia Dios y nuestra propia identidad como sus hijos amados. En el Sagrado Corazón reflexionamos tanto sobre la gravedad de nuestros pecados como sobre el valor de nuestras almas para Dios. Este Corazón llameante, sangrante y coronado de espinas y de la Cruz, muestra el dolor y la muerte de los que hemos sido salvados por la sagrada Pasión de Cristo y manifiesta cuán preciosos somos cada uno de nosotros para Dios. En el Corazón del Señor, que late por la eternidad en la gloria del Cielo, encontramos nuestra esperanza. Cuando yo era niño, una imagen del Sagrado Corazón colgaba encima de nuestro televisor en la sala, lo cual era un signo de la consagración de mi familia a ese Corazón. Incluso antes de darme cuenta plenamente de quién era Jesús, instintivamente supe que este hombre con un Corazón ardiente me amaba de alguna manera absoluta y que vivía en nuestra casa, aunque nunca pudiera verlo.
En Dilexit nos, el Santo Padre escribe: “Es esencial comprender que nuestra relación con la Persona de Jesucristo es de amistad y adoración, atraída por el amor representado bajo la imagen de su corazón. Veneramos esa imagen, pero nuestra adoración se dirige únicamente a Cristo vivo, en su divinidad y humanidad plena, para que seamos abrazados por su amor humano y divino” (49).
Mientras el Santo Padre anima a todos los católicos a acercarse al Señor con esperanza, buscamos vivir el significado y la gracia de este Año Jubilar de manera práctica y específica. La Iglesia del Inmaculado Corazón de María en Monona, donde celebraré la Misa de Apertura del Jubileo el domingo, 29 de diciembre a las 2:00 de la tarde, servirá como uno de los lugares de peregrinación en nuestra diócesis durante todo el Año Jubilar. Se anunciarán y publicarán sitios adicionales en la página web del Jubileo:
madisondiocese.org/jubilee Habrán varias opciones de indulgencias para el Jubileo y también podrán encontrar información sobre estas indulgencias en la página web del Jubileo. La práctica de la Iglesia de ofrecer indulgencias manifiesta el gran deseo del Señor de perdonar nuestros pecados y llevarnos a una vida de santidad en Cristo de manera extraordinaria. Animo a todos este próximo año a asistir a la Santa Misa con más frecuencia, diariamente, si es posible, a confesar regularmente nuestros pecados en el Sacramento de la Confesión y a pasar más tiempo en la Adoración Eucarística. En estos caminos sagrados, entraremos más profundamente en el Corazón de Cristo y descubriremos la esperanza gozosa que Él comparte con nosotros en Su unión con nuestras almas. También celebrando la devoción del Primer Viernes con Misa, recibir la Sagrada Comunión, Confesión y rezar la Letanía del Sagrado Corazón es una hermosa manera de intensificar nuestra amistad con el Señor en este tiempo de gracia.
Este Año Jubilar nos invita a mayores y más numerosos actos de misericordia, caridad y servicio. Cuando nos acercamos a los pobres, los enfermos, los ancianos y los que sufren en el amor de Jesús, Dios desata el gran poder del Misterio Pascual para derramar fe, esperanza y alegría en los corazones de aquellos cuyas vidas a menudo están destrozadas. por una terrible soledad y una desesperación aplastante. ¿Quiénes son las personas en nuestras vidas que lloran por tener esperanza, significado y propósito? ¿Cómo podemos llevar a esas personas a Jesús a través de nuestra atención y servicio compasivo? ¿Cómo podemos ser ministros de esperanza para ellos?
La Iglesia dirige su atención y su corazón especialmente a las profundas injusticias que sufren millones de personas en todo el mundo que viven en la miseria, la pobreza y la violencia. Es por eso que me gustaría que hiciéramos un regalo jubilar al Obispo y a la gente de la Diócesis de Jacmel, Haití, con quienes disfrutamos de una relación de hermandad. Nuestra celebración de este Santo Año no estaría completa sin esa caridad práctica hacia el Lázaro sufrido que yace a nuestra puerta, buscando esperanza y amor.
Este año de gracia es también un tiempo para buscar la paz y la reconciliación en nuestras relaciones, para pedir perdón a quienes hemos hecho daño y para perdonar a quienes nos han hecho daño. ¿Hay heridas y fracturas de mucho tiempo en nuestros círculos familiares y amistades a las que podemos llevar sanación y paz? La reconciliación es el fruto profundo del sacrificio de Cristo en la cruz con Dios, con la Iglesia, entre nosotros y dentro de nosotros. El Señor desea que nos convirtamos en ministros de su reconciliación mientras buscamos construir la paz y el entendimiento entre sus amados hijos.
Ruego que este Año Jubilar sea un tiempo sagrado de renovación espiritual y caridad activa para cada católico en la Diócesis de Madison. Al vivir las enseñanzas de Cristo, al proclamar el Evangelio con palabras y hechos, al hacer discípulos y al servir a la misión de la Iglesia, seremos testigos de la esperanza que no desilusiona, y así serviremos como instrumentos de la salvación misericordiosa del Señor manifestada en Cristo. La Iglesia primitiva fue notablemente fructífera en su apostolado por tres razones. Aquellos primeros cristianos proclamaron con valentía la Resurrección de Cristo como la fuente de la salvación y el significado de la historia humana. Se amaron con sacrificio y devoción unos a otros, así como a los pobres, los enfermos y los marginados. Estuvieron dispuestos a sufrir torturas y soportar el martirio antes que renunciar a su fe en Cristo. ¡Que lo mismo se diga de nosotros, al poner toda nuestra esperanza en el Señor resucitado!
Con esperanza, permanezco,
+Donald J. Hying
Obispo de Madison