Queridos amigos:
Parece como si hace muchísimo tiempo hubiéramos visto la película El Exorcista (y parece muy vieja porque fue en los años 70s) pero había una escena y una línea que se me quedaron grabadas. No fue ninguna de las imágenes sobre la atronadora presencia del demonio, aunque sí eran lo principal en algunas instancias de la película, y le atribuían al demonio algunas cosas que no puede hacer, sólo para hacerla más sensacionalista.
Pero hubo también mucha sabiduría en la película. La escena que recuerdo muy claramente fue la parte en la que el santo y anciano exorcista, el Padre Merrin, llega a la casa en donde la pequeña niña estaba poseída por el demonio y el sacerdote y psicólogo más joven le hace un resumen al Padre Merrin sobre la situación de la posesión. Luego de mucha conversación, estudio, mucha reflexión, el joven sacerdote le dijo al Padre Merrin que “hay al menos tres espíritus que están en posesión de esta pequeña niña”. El Padre Merrin ni siquiera la había visto y tampoco había hablado con nadie, pero dijo con gran serenidad: “No Padre Damián, es uno solo”.
Llamados a la alegría en medio de la nube de la tragedia
El domingo que pasó, Domingo de Gaudete, el Señor nos llama a la alegría. Pero toda la mañana yo estuve pensando en lo que los sacerdotes de Newtown, Connecticut., iban a decirle a la gente sobre “alegrarse”. Estoy seguro de que hubo la tentación de ignorarla. No hay duda que en ese domingo cuando somos llamados de una manera particular a la alegría, una nube cubrió los Estados Unidos: una nube de de tragedia y tristeza y pena en extremo.
La gente busca todo tipo de soluciones y explicaciones para solucionar o explicar este horror. La gente viene y le pregunta a los policías, a los psiquiatras, a los comentaristas de noticias la misma pregunta que le hicieron a Juan el Bautista en el Evangelio de este domingo: “¿qué debemos hacer?” (Jn 3, 10) Hay todo tipo de respuestas que se ofrecen a todo el mundo. Hay muchas soluciones legislativas: “hagamos nuevas leyes sobre armas, eso detendrá los problemas”, “convirtamos las escuelas primarias en fortalezas con guardias armados, eso detendrá los problemas”. Se hacen todas las sugerencias, como si pudiéramos legislar para expulsar a Satanás.
“¿Qué debemos hacer?” dice la pregunta, “¿Cómo podemos explicar lo que pasó?” Hay una sola explicación y la explicación es Satanás y el mal. Y el único que puede expulsar a Satanás es Jesucristo y el poder de la fe, la esperanza y el amor. “¿Qué debemos hacer?” fue la pregunta que le hicieron a Juan el Bautista. Y la respuesta llegó: arrepiéntanse y amen, en preparación para Jesucristo.
Es doloroso ver a tanta gente que ha presionado y presionado y presionado para expulsar a Dios de las escuelas del gobierno, ponerse de pie de y decir: “¿Cómo Dios puede permitir esto?” Hemos presionado para expulsar a Dios de cualquier rincón de nuestra vida que ya no es “adoración” en una iglesia, y nos preguntamos sobre la presencia del mal, que es la pura ausencia de Dios. Como el Padre Merrin dijo en la película, hay sólo una explicación para esta presencia visible del mal: Satanás mismo, que es el príncipe de este mundo, pero no del futuro. Nuestro país, más y más, se entrega a Satanás y eso sucede de muchas formas, pero el primer paso es hacer a un lado a Dios y sus mandamientos de amor: a un lado de las escuelas del gobierno, con los Nacimientos fuera de la vida, con los árboles de Navidad rebautizados como árboles de fiestas.
Hemos estado haciendo esto por un tiempo y ya hemos visto los resultados desde el comienzo. Hemos olvidado el primer pecado de todos los tiempos, luego del pecado de Adán y Eva. Una vez que Adán y Eva hicieron a Dios a un lado y quisieron tomar su lugar, el siguiente pecado fue que Caín mató a su hermano Abel. En el momento en que la persona humana se vuelve contra Dios, la persona humana se vuelve entonces contra su hermano humano. Incluso el presidente dijo, correctamente, que hay un patrón de esta conducta violenta asesina desarrollándose en nuestro país en los últimos años.
Sin embargo, creo que la explicación de este patrón no es una falta de legislación, no es la falta de psiquiatras o psicólogos en las escuelas, para observar a cada uno de los niños. No hay explicación ni solución duradera en eso. La solución está en permitir que la verdadera belleza de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en muchas cosas hermosas y en muchas maneras hermosas, inflame el espíritu humano, para generar en él algo mucho más grande que este mundo, y llenarlo con un deseo de grandeza vivido en el amor: la belleza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Por qué pasa esto
¿Por qué pasa esto? ¿Cuál es la explicación? Jesús nos dice, de acuerdo a San Juan, que el Espíritu Santo quiere convencer al mundo de tres cosas. El Espíritu Santo quiere convencer al mundo del pecado, porque rechazan creer en Él. El Espíritu Santo quiere convencer al mundo sobre la justicia, porque Jesús vuelve al Padre y el Reino de Justicia será entonces restaurado. Y el Espíritu Santo quiere convencer al mundo sobre el juicio, porque el príncipe de este mundo está condenado.
¿Quién va a asumir la tarea de condenar al príncipe de este mundo? No puede hacerse con leyes, no con una oleada de psiquiatras sobre el príncipe de este mundo. El príncipe de este mundo está condenado por la Cruz y la Resurrección de Jesucristo. Y así, cuando se hace la pregunta “¿Qué debemos hacer?”, la respuesta es “volver a Dios, volver a la belleza, volver a la verdad, volver a lo que es bueno”.
En un nivel macro, el problema que está debajo de la degeneración social es el relativismo. Todos tienen su propia belleza, su propio bien, su propia verdad, y no hay belleza, bondad o verdad verdadera (que, de muchas formas, es como el “distintivo” de nuestra ciudad). Que Dios ayude a cualquiera que se levante y diga: “¡hay realmente una belleza, un bien y una verdad!” Pero eso es lo que tenemos que hacer, porque hay sólo una explicación. Un respetado periodista ofreció una imagen particularmente clara al final del viernes cuando dijo: “estos hermosos niños estaban esperando a Santa Claus, esperando su visita, pero en vez de ello el demonio visitó Newtown”.
Decir cuál es la respuesta es, desafortunadamente, algo que no alejará el dolor: no afecta esto. Dios usará el amor humano, el entendimiento humano y la generosidad humana para curar (con los años) a quienes han sido afectados por esta tragedia. Decir que el demonio está detrás de esto no necesariamente hará sentirse mejor a aquellos que tienen una gran pena: Nunca he pretendido eso. Pero señalar al demonio como la causa de esto, a Satanás, que está a gusto en nuestro mundo de tantas formas, es una respuesta a la pregunta “¿Qué debemos hacer?”
La solución
Debemos vivir nuestro Bautismo, debemos renunciar a Satanás y a todo su espectáculo vacío y a todas sus falsas promesas. Nuestra cultura glorifica ese espectáculo vacío de tantas formas, y lo mismo con sus falsas promesas.
El lema de Juan el Bautista durante el Adviento es “¡arrepiéntanse!”. Esa es la solución y allí es donde debemos comenzar nosotros. No con más leyes o regulaciones, no con miles de nuevos psiquiatras copando las escuelas públicas, sino con el arrepentimiento y el cambio de corazón.
Por eso temo que la solución no vaya a comenzar del todo, porque junto con Dios, esa aproximación será dejada en el olvido y todo lo demás bajo el cielo se intentará, a menos que nosotros, con nuestra legislación y nuestros esfuerzos, podamos expulsar al príncipe de este mundo. El príncipe de este mundo es condenado por el Espíritu Santo en el Señor Jesucristo y la única forma en la que podemos hacer una diferencia duradera es invitando nuevamente a Jesús para que gobierne nuestras vidas, nuestra cultura y nuestro país.
Mientras vamos quitando todas las capas del sufrimiento, pena y sorpresa ante lo que pasó en el domingo de Gaudete, al acercarnos a la Navidad, aún podemos alegrarnos. Porque, mientras muchos han sido privados de la belleza, nosotros tenemos la belleza del Pesebre. Tenemos la belleza de Cristo que derrama su sangre sobre la cruz por amor. Tenemos la belleza de la gloriosa Resurrección y de la gloriosa asunción de María al Cielo. Todos tenemos esa belleza y esa belleza hace que celebremos y nos alegremos profundamente, por encima de todos esos sentimientos que compartimos, aún hay alegría porque tenemos la belleza en la que nos alegramos, belleza para celebrar y belleza que estamos llamados a compartir: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Como nota final el Santo Padre preguntó recientemente: “¿Cuáles son los ‘síntomas’ de la alegría profunda y la belleza en una persona?” Uno de los principales síntomas, dijo, es el sentido del humor, porque una alegría profunda y duradera se expresa a sí misma de manera humana, es natural. El país y la cultura en la que vivimos ha perdido el sentido del humor y muchos incluso en la Iglesia han perdido el sentido del humor. Ciertamente la tragedia de Newtown no es un asunto para bromear, pero entre nosotros las sonrisas deben ser comunes, la risa debe ser regular y el sentido del humor debe estar vivo y bien.
Debemos estar contentos. No porque superemos cosas como Newtown o porque estemos tan duros que no dejemos que cosas como ésta nos sorprendan, sino porque cuando miramos a lo más profundo de nosotros, no hay mayor gloria ni mayor belleza que la que existe en el Espíritu Santo, que convencerá al mundo de que el espíritu de este mundo ha sido condenado. Y si el Espíritu Santo no ve esa justicia vivida en nuestra vida, en el espíritu del Adviento esperamos algo que será tan real como tú o yo.
Mientras esperamos que el príncipe de este mundo sea condenado, hagamos todo lo que podamos por darle un mal momento rechazando sus tentaciones. Nos alegramos porque el Espíritu Santo, y no Satanás, tendrá la última palabras, y Satanás será condenado por el único juez final del mundo, Jesucristo nuestro Señor.
Gracias por leer esto. ¡Que Dios los bendiga a cada uno de ustedes amados, y que dejemos que Él nos haga particularmente cercanos en este tiempo de Navidad! ¡Alabado sea Jesucristo!