Esta columna es la comunicación del Obispo con los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia va más allá de la intención del Obispo. |
El verano pasado tuve el honor de ser parte de la Conferencia del Napa Institute respecto al liderazgo católico. Allí me referí a la relación entre libertad, belleza y sentimientos, en el contexto de la verdad en la que la democracia requiere una libertad auténtica de parte de quienes son bendecidos con vivir en esa forma de gobierno. He tocado brevemente algunos de esos temas aquí antes, pero me gustaría examinarlos nuevamente.
En mi ponencia dije que la democracia requiere la verdadera libertad, y la verdadera libertad se da sólo cuando los sentimientos son formados por la belleza de modo que los sentimientos pueden integrar a toda la persona, su cuerpo y alma, al realizar una acción que es verdaderamente representativa sobre quién es la persona. Así, para tener libertad, que es esa integridad personal, necesitamos sentimientos que son formados por la belleza.
En la misma ponencia observé que, de lejos, la auténtica belleza y la búsqueda de ella ya no tienen lugar en nuestras vidas. Además de otras cosas, la tecnología ha reemplazado a la belleza y ahora tiene el control de muchas partes de nuestras vidas. Ciertamente la tecnología proporciona ventajas y el bien a la sociedad, pero la tecnología siempre busca el control y la eficiencia sobre todo lo demás
La belleza es algo bastante diferente. La belleza eleva nuestras mentes a lo que está arriba, sin controles, la belleza eleva nuestras mentes a la absoluta belleza. La belleza eleva nuestras mentes a Dios y añade la dimensión de misterio a vivir nuestras vidas humanas, para que haya la alegría de vivirla en integridad que es la libertad.
Abandono del control
Quien vive una vida tan abierta a ser elevado a algo que está mucho más allá de sí tiene, hasta cierto punto, una experiencia de abandono del control y de la eficiencia total. Una vida que está orientada más y más hacia el control y la eficiencia no puede estar abierta al poder transformador de la belleza. En ese mismo contexto que en una democracia en la que los sentimientos de la gente no están formados de acuerdo a la auténtica belleza, y donde los sentimientos de la gente están formados de otra manera, puede haber una falta de sabiduría en un electorado, al hacer sus opciones electorales. Aún creo eso.
Hace algunos años una encuesta reveló que la mayoría de los estadounidenses, incluyendo a muchos cristianos, no creen seriamente en la vida después de la muerte. No piensan mucho sobre el Cielo y el Infierno, no creen en un juicio. Y así, los estándares de este mundo gobiernan incluso a aquellos que dicen ser discípulos de Jesucristo y católicos. Mientras reflexiono sobre la elección que acaba de pasar, una cosa me es muy clara, y eso es que la gente (incluyendo a los católicos) votó muy de acuerdo a los estándares que están limitados a este mundo. Las elecciones han terminado, tenemos nuestras autoridades elegidas y seguimos adelante. Ese no es el punto.
Entrando al Adviento
El punto es éste: ¿realmente amamos el Cielo? ¿Pensamos en el juicio? Entramos en este tiempo de Adviento ahora y escuchamos el desafío de las Escrituras de estar listos para el día del juicio, para estar listo para lo que viene después de esta vida: prepararnos para el Cielo y, como dice tan bellamente la oración final del Primer Domingo de Adviento, “amar las cosas del Cielo”.
Tenemos que ver realmente si el amor por las cosas del Cielo está en la base de nuestra vida y si estamos haciendo lo que podemos para prepararnos para el Cielo. ¿Nos damos cuenta de que la llamada libertad que está dominada por los sentimientos pobremente formados y la tecnología, en vez de educados por la belleza, puede llevarnos al castigo imperecedero del infierno? ¿Somos católicos concentrados en el fin de la historia, en la gran venida del Señor Jesucristo? Porque el Evangelio nos asegura que seremos sorprendidos por esa venida. “Ese día”, dice el Evangelio del domingo pasado, “encontrará a todos los que viven en la faz de la tierra” (Lc 21, 35).
La venida del día del juicio
Nadie puede escapar al día del juicio. Esta es una de las más básicas verdades de nuestra fe, uno de los misterios más básicos que tenemos que creer para salvarnos. Tenemos que amar al Cielo más que a nada en este mundo, ver todo en este mundo como pasajero no como el fin de todo, ver nuestro destino final en el Cielo (o en el Infierno, si lo escogemos). Eso es el fin de todo.
Algunos pueden reaccionar asombrados por estos pensamientos, porque muchos han olvidado o han sido impulsados a pensar que estos misterios no son reales o no importan. Tal vez algunos estarán molestos con la Iglesia por permitir que tales partes alarmantes del Evangelio sean leídas cuando todo lo que quieren tener son “pensamientos felices” en Navidad. Pero estos son, de hecho, pensamientos jubilosos, si los tratamos como debemos, porque el Adviento es el tiempo de la venida de Cristo y no sólo lo es la Navidad. El Adviento es un tiempo para recordar lo que realmente esperamos: la segunda venida de Cristo en majestad, como juez.
No osemos olvidarnos del juicio. No osemos olvidar el Cielo o el Infierno. Preparémonos, a través de la continua educación de nuestra libertad, a través de la belleza, para que podamos sobrevivir la gran tribulación y estar seguros ante el Hijo del Hombre.
¡Alabado sea Jesucristo!