Esta columna es la comunicación del Obispo con los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia va más allá de la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
El domingo pasado, nuestro Santo Padre se refirió al tema preciso en el que he estado meditando la semana pasada, el hecho de que cómo el encuentro con Jesucristo afecta nuestras vidas.
Como recordarán, en mi columna previa hice referencia a nuestra misión diocesana, que es “servimos para asegurar que todos los individuos en esta diócesis de 11 condados sean amablemente invitados todos los días a encontrarse cara a cara con Jesucristo, resucitado de entre los muertos, y que sean transformados por Él”.
El Papa Francisco, en sus palabras antes del Ángelus, comenzó preguntando dónde es que se encuentra nuestro tesoro, “¿cuál es la realidad más importante para mí, la realidad que atrae mi corazón como a un magneto?”
Debe ser, dijo el Santo Padre, nuestro amor por Dios. Enfatizó la realidad de que donde está nuestro tesoro allí está nuestro corazón, pero que para recibir el verdadero tesoro, necesitamos realmente tener un corazón que desee. “Realmente es un hombre pobre, quien no tiene deseos”, dijo. Debemos tener corazones que sean guiados por el deseo, no corazones que estén muertos o “anestesiados” por todo aquello con lo que hemos llenado nuestras vidas. ¿Entonces, deseas? ¿Y estás listo para buscar aquello que verdaderamente responderá a tus deseos?
Amar y servir a otros a través de Cristo
Las formas en las que nos entumecemos son incontables –ya sean drogas o alcohol, dinero o bienes materiales, placer o aventuras, juegos y medios– y no todas son malas en sí mismas, algunas son moralmente neutrales y otras son incluso buenas, pero ninguna saciará completamente nuestros deseos.
El más grande deseo de nuestros corazones es amar y ser amados, y la fuente y culmen de todo amor es Dios mismo. Para enfatizar este punto, el Papa Francisco usa algo que es un bien innegable: la familia. El Papa considera a la persona que dice: “pero Padre, no puedo hacer que mi relación con Dios sea mi deseo más importante. Tengo trabajo y familia. Lo más importante es que provea para ellos”.
De hecho esto es importante, admite el Papa, “¿pero cuál es la fuerza que mantiene unida a la familia? Es el amor, y quien pone el amor en nuestros corazones es Dios… es el amor de Dios el que le da sentido a las pequeñas tareas cotidianas y que también ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre”.
El Santo Padre continua: “y el amor de Dios no es algo vago, genérico, un sentimiento. El amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo”.
Este debe ser el más grande deseo en nuestros corazones: conocer a la persona de Jesucristo, el rostro de Amor mismo, el rostro de la misericordia y el perdón. Cuando nos encontramos con Jesús, cuando Lo conocemos, y Lo amamos, recibimos el más grande tesoro que hay, y surge el deseo de hacer todo lo demás a partir de ese encuentro.
Nuestro amor por los otros también se transforma, se transforma en algo más entregado – con y como el amor de Cristo – y no podemos sino servir a otros, primero y principalmente invitándolos a conocer a esta persona que ha cambiado nuestras vidas tan profundamente. Entonces, nuestro servicio a otros, ya sea que sean nuestros familiares, vecinos o extraños, o ya que sea que sea materialmente ricos o pobres, se verá transformado completamente.
Ordenación al diaconado de transición
El viernes tuve la bendición de tener la oportunidad de ordenar cuatro hombres al diaconado de transición. El próximo año tendré la bendición también de ordenar a estos cuatro (junto a uno más) al sacerdocio de Jesucristo, ¡Dios mediante! Mientras tanto, sin embargo, es “trabajo” de estos cuatro hombres ingresar más plenamente al servicio que caracteriza la vida del diácono, el servicio de la caridad hacia todos.
De manera especial, el diácono es ordenado por el Obispo para ser su ayudante especial actuando como servidor de todos. ¿Y cómo es el servicio del diácono? Debe servir haciendo que todo acto de su servicio lo lleve a hacer vivo el ícono de la persona de Cristo el servidor. Este es un servicio que habla la verdadera caridad, el verdadero amor.
Servir a otros como católicos a través de Cristo
Varias veces el Papa Francisco ha hablado ahora sobre el peligro de convertir el servicio que damos en una “ONG” más. Una ONG es una organización no gubernamental y son conocidas en todo el mundo, especialmente en aquellos lugares del mundo que son menos afortunados, y estas entidades están allí tratando de ayudar. Ellas intentan tener algún tipo de efecto positivo en las poblaciones y las naciones, mientras evitan tener conexiones con autoridades del gobierno o partidos políticos. Su trabajo, básicamente, es ser una entidad que hace el bien, entidades que se dedican al trabajo social.
No es que el Papa esté tratando de ser crítico del trabajo social de las ONGs, ¡para nada! Sino lo que dice es que la Iglesia está llamada a ser algo mucho más grande: la Iglesia debe ser una comunidad viva animada por Jesucristo.
Cuando alguien conoce a un trabajador de una ONG, puede irse con gratitud diciendo: “esa persona fue muy eficiente y útil en el trabajo. Me alegra haberla conocido”. Pero cuando una persona se encuentra con alguien que predica en nombre de la Iglesia, cuando una persona se encuentra con uno de nuestros cuatro diáconos, deben poder decir “esa persona me amó. Hay algo más grande en mi encuentro con ella”. Debe ser Jesucristo a quien vean en su encuentro con nosotros.
Estos nuevos diáconos deben ser líderes en este servicio de caridad, pero es un servicio al que todo cristiano está llamado. Y así, con el Papa Francisco yo pregunto, ¿tienes un corazón que desea? ¿Quieres conocer a quien cumple todos tus deseos?
El culmen se debe encontrar en la persona de Jesucristo, resucitado de entre los muertos. Él desea conocerte y transformarte, ser más como Él y luego amar a los otros del mismo modo, sirviendo no solo como amor humano, sino con un amor que es divino, que es generoso y que se sacrifica a sí mismo.
Gracias por darse el tiempo de leer esto y de considerar estas preguntas. Por favor sigan rezando por mí y por nuestros diáconos recién ordenados. ¡Que Dios siga bendiciéndolos mientras nos acercamos al final del verano! ¡Alabado sea Jesucristo!