Esta columna es la comunicación del Obispo con los fieles de la diócesis de Madison. Cualquier divulgación más amplia va más allá de la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
Mientras escribo esta columna, llegamos rápidamente al feriado por el Día del Trabajo. Es, de varias formar, un hito agridulce para mí cada año, porque es señal de que están por acabar los días de sol y calor (¡aunque este año cualquier quiebre con el extremo calor es bienvenido!), y antes de que nos demos cuenta, estaremos en medio del invierno.
Al mismo tiempo, con gran velocidad cada año, Acción de Gracias parece correr luego del Día del Trabajo, y luego la Navidad, que es con seguridad un tiempo bendito.
El Día del Trabajo, sin embargo, no permite respirar y nos da una oportunidad para examinar nuestros esfuerzos y, yo propondría, para volver a aplicar en nuestro trabajo –sin importar lo que sea– el hecho de santificarlo alrededor nuestro. Todos y cada uno de los trabajos, ya sea criar a los hijos, trabajar como maestro, como vendedor, abogado o mecánico, debe ser un medio por medio del cual encontremos a Dios y testimoniemos Su preocupación por el mundo: y ese es mi primer punto.
Co-creadores con Dios
En su providencia, Dios ha creado a los hombres y a las mujeres de tal forma que somos capaces, con Su gracia, no sólo de sostener nuestras vidas y proveer nuestros apetitos más simples, sino también de ser co-creadores con Él, construyendo la humanidad y elevando nuestros esfuerzos –por más mundanos que parezcan– a estar en armonía con Su plan. Los trabajos de los hombres y las mujeres pueden ser un compartir en la ecología de la naturaleza humana, que Dios ha planeado desde todos los tiempos y ha escrito en nuestros corazones. El trabajo puede ser un medio para recordarnos que estamos separados de las demás criaturas y que nuestro destino es el cielo, y no simplemente este mundo.
Como nota al margen, este propósito trascendente del trabajo también hace más importante que sigamos rezando por nuestros hermanos y hermanas que están desempleados o subempleados. Además a la realidad con la que luchan para satisfacer sus necesidades básicas, también ven negada la oportunidad de vivir plenamente una parte de lo que hace único al hombre, con el trabajo fructífero para el mundo.
De ese modo entonces, nuestro trabajo, si se dirige adecuadamente hacia el fin para el que existe, tiene el propósito de elevar nuestras labores y de levar el mundo a nuestro alrededor. Esto no convierte al trabajo duro en algo menos complicado, pero ilumina este peso al elevar cada uno de los esfuerzos a un noble propósito. Depende de nosotros, sin embargo, intentar cada día (y cada momento, especialmente cuando el trabajo es estresante) dedicar nuestro trabajo a los propósitos para los que Dios lo pensó.
Y no siempre es fácil. Cuando estás en medio de una mañana alimentando a los animales de la granja, o en la décima interacción de un proyecto, la mente no necesariamente se dirige a los nobles propósitos para el cual el trabajo existe. Pero, a través de la oración y de nuestra consciencia cotidiana, podemos tener en cuenta el plan de Dios y buscar participar en él, y ese es mi segundo punto.
Mirando al Año de la Fe
En tercer lugar, sin embargo, quiero aprovechar esta oportunidad para reflexionar de una forma muy preliminar sobre el Año de la Fe en la Iglesia, que comenzará en un mes. En los siguientes meses, seguiré reflexionando sobre el Año de la Fe y la forma en la que este promoverá la “Nueva Evangelización”. Tendré la oportunidad de hablar a nuestros sacerdotes, a nuestros directores de educación religiosa y otros líderes parroquiales, y a cada uno de ustedes a través de estas columnas y homilías, pero quisiera mencionar brevemente el tema general aquí, en relación al Día del Trabajo.
Para nuestro Año de la Fe estoy proponiendo que nosotros, como familia diocesana, consideremos la forma en la que la verdadera belleza nos puede acercar a la presencia de Dios y puede ser un medio para nuestra evangelización del mundo.
De la misma forma en la que lo que puede ser visto como actividad mundana en términos de nuestro trabajo en este mundo puede ser elevado a un propósito más alto, así también toda la creación eleva nuestras mentes y corazones a la maravilla de algo más grande que nosotros mismos, a Dios que es la misma belleza. Y así como podemos perdernos en nuestro mundo del trabajo cotidiano, reduciendo nuestra labor simplemente a “hacer el trabajo” o trabajar por nuestro cheque del salario, así también las cosas a nuestro alrededor pueden reducirse a algo menos que hermoso, a algo que satisface nuestros apetitos más básicos: sin atender a lo que apunta a algo más alto, algo más hermoso.
Encontrando ese “algo más”
El Año de la Fe puede proporcionarnos la oportunidad de preguntarnos y de proponer la pregunta al mundo: “¿No hay algo más?” Y estaremos buscando oportunidades, como Iglesia, de ofrecer ejemplos de belleza y misterio a un mundo que necesita belleza y misterio para llamar la atención de la vista y el oído, y apretujar el corazón, llevándonos hacia ese algo más.
Como ya dije, en los siguientes meses reflexionaré sobre estos temas con más profundidad, pero este Día del Trabajo nos da la chance de un pequeño descanso, con suerte una oportunidad de hacer una pausa, descansar y reflexionar. ¿Para qué trabajamos? ¿No hay algo más? ¿Y ahora cómo podemos encontrar y dar ejemplos de belleza en y al mundo?
Gracias por tomarse el tiempo para leer esto. ¡Que Dios bendiga a cada uno de ustedes! ¡Alabado sea Cristo!