Queridos amigos:
Mucho se desprende de nuestra celebración de Semana Santa, culminando, por supuesto, en la celebración de la Resurrección. La celebración de Pascua, en la que nos encontramos ahora, verdaderamente es el centro y manantial de todo nuestro año.
Uno de los eventos en el corazón de la Semana Santa es la Misa Crismal, cuando junto a mis hermanos sacerdotes y fieles de la diócesis nos unimos para bendecir y consagrar los Santos Óleos que serán usados en los sacramentos para el próximo año. Es un momento intenso y un buen inicio considerando nuestra misión de Pascua.
Sacerdocio de los bautizados
Durante la consagración de los óleos rezamos lo siguiente: “dejemos que el esplendor de la santidad brille en todo el mundo, desde cada persona, lugar o cosa ungida con estos Santos Óleos”. Dense un momento para leer esta hermosa oración otra vez: “dejemos que el esplendor de la santidad brille en todo el mundo, desde cada persona, lugar o cosa ungida con estos Santos Óleos”. Esto se refiere a la iglesia, al altar, a los diáconos y sacerdotes que han recibido las Sagradas Órdenes, y se refiere también a ustedes, los bautizados y confirmados, que tienen su propio tipo de sacerdocio. Cada uno de los bautizados está llamado al sacerdocio, un hermoso tipo de sacerdocio que es muy distinto al sacerdocio ordenado. Pero ambos son necesarios y hermosos. Pasemos revista a eso.
En la Oración del Prefacio de la Misa Crismal rezamos: “Cristo ha dado da la dignidad real del sacerdocio al pueblo que ha hecho suyo…”. Aquí nuevamente la Iglesia enfatiza el sacerdocio real de los bautizados. ¿Qué significa eso? Significa que todos los ungidos en el Bautismo tienen un rol que jugar, “dejando que el esplendor de la santidad ¡brille ante todo el mundo!”
Cumpliendo la misión de caridad y amor
La dignidad real del sacerdocio conferido en el Bautismo y a través de la Confirmación los llama a cumplir una hermosa misión en la Iglesia y en el mundo. Primero que nada, es una misión de caridad, una misión de amor verdaderamente generoso. Esta es la primera forma en la que los bautizados brillan con la santidad de la Iglesia, ¡por nuestra caridad y nuestro amor!
Lo más hermoso de la Iglesia, que todo el mundo debe ser capaz de ver, es nuestra caridad, expresada de uno a otro, de ese servicio generoso. Si no mostramos esa caridad, entonces el esplendor de la santidad no se ve. Y si estamos divididos, como desafortunadamente lo estamos, es muy complicado entonces cambiar el mundo.
En la Iglesia, con frecuencia nos vemos como si estuviéramos peleando todo el tiempo, como los políticos en la televisión y por todo Internet. Y cuando hacemos eso, no es de extrañar que nos encontremos siendo tratados como políticos, en vez de ungidos por el Señor.
Estamos siendo terriblemente tratados como si fuéramos políticos en estos días, mientras nuestra libertad religiosa, nuestra libertad de conciencia es amenaza en una situación increíble en la que nos encontramos. Pero, las amenazas que enfrentamos respecto a esto se hacen más feroces y aquellos que nos amenazan logran dividirnos más de lo que ya estamos.
A este punto, por primera vez en buen tiempo, todos los Obispos en los Estados Unidos se han unido en una sola verdad y visión. Y no me sorprendería si Dios permitiese que esta crisis de libertad de consciencia ocurra, para que podamos curar nuestras propias divisiones, con Su Gracias, y luego ser capaces de lograr más efectivamente que el esplendor de nuestra santidad brille ante todo el mundo.
Misión para los laicos de la Iglesia
Es la caridad y su acción transformadora en el mundo, incluso en el mundo de la política, lo que constituye la misión de los laicos en la Iglesia. No está puesta para que los sacerdotes salgan a la esfera política y “lo saquen todo”, sino que está allí para los laicos, con un real sentido de su misión, para hacer lo mejor que puedan para hacer la voluntad de Cristo en el mundo.
Así es como el esplendor de la santidad brilla desde todos los laicos bautizados y confirmados. La caridad y la acción política –que es su vocación– hace que ensucien sus manos, si así fuese, con asuntos terrenales, para que el esplendor de la santidad emerja, brillante, más y más, desde el desorden y en medio de lo que nos toca vivir hoy.
Es hermoso cuando los bautizados y confirmados, por la gracia de Dios, cumplen su misión. Y agradecemos a Dios por esa misión, que permite que el esplendor de la santidad brille ante todo el mundo. Pero esa es una misión distinta a la del sacerdote ordenado, quien puede y debe hablar sobre principios, pero no debe meterse en política partidista. Ese es el trabajo de los laicos, hacerlo con fuerte voy y con claridad, y hacerlo especialmente ofreciendo razones.
Sin razones y fundamentos en principios sólidos, estamos peleando una batalla perdida (aunque a veces incluso las buenas razones no son aceptadas por la gente). Es una gran batalla la que debe ser peleada, y los bautizados y confirmados están en primera línea. Pero, el esplendor de la santidad brilla en el mundo cuando estás en misión por la gracias del Espíritu Santo y estás haciendo lo mejor que puedes al mejor de los niveles.
¡Jesucristo ha resucitado de entre los muertos! ¡Ha logrado la victoria! Si aceptas al Espíritu Santo y lo haces de la mejor formar, ¡la victoria está garantizada! La belleza de la santidad brilla en ti cuando, a través del poder del Espíritu Santo, cumples tu misión como laico católico con energía y entusiasmo. El mundo necesita ser cambiado dramáticamente y la única cosa que puede cambiarlo es el poder de la Resurrección de Jesucristo, y ese poder de la Resurrección está vivo en TI a través del Bautismo y la Confirmación, ¡y ese es tu sacerdocio! Es un sacerdocio orientado hacia el sacrificio para cambiar al mundo, el sacrificio de la caridad, el sacrificio de la acción política.
El hermoso ministerio del sacerdocio ordenado
“… No solo Jesús dio el sacerdocio real a la gente que Él ha hecho suya, sino que con amor de Hermano, escoge a los hombres para compartir Su Sagrado Ministerio, por la imposición de las manos”. Cuando los fieles laicos cumplen su sacerdocio real, es hermoso. Aquellos que han recibido al Espíritu Santo en la Ordenación, por la imposición de las manos, también tienen otro hermoso ministerio que cumplir, enfocados siempre en la caridad, pero de una forma muy especial, enfocado en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y centrado en el templo.
El “sacerdocio de los fieles” no se refiere a que debemos tener la mayor cantidad posible de laicos en el templo en la Misa, porque allí no es donde se desarrolla el ministerio de los laicos. Pensar eso sería malentender la hermosa misión laica, como la enseñó el Concilio Vaticano II. El sacerdocio de los creyentes se da en casa, en familia, en tu lugar de trabajo y afuera en el mundo.
La responsabilidad del sacerdote ordenado está en templo, donde ofrece el Sacrificio Eterno de Jesús en la Cruz y luego les trae el Cuerpo y la Sangre de Cristo como comida para su camino como peregrino de este mundo. El sacerdote enseña principios, aconseja, perdona los pecados, celebra los sacramentos, los nutre para que puedan manejar y cambiar el mundo. El sacerdote ordenado se les envía a los hombres y mujeres laicos, y ustedes son enviados al mundo.
La Carta de San Pablo a loa Hebreos dice que el sacerdote ofrece el sacrificio a Dios y se relaciona con Él en representación de todo el pueblo. El sacerdocio no es una vocación entre muchas. Este es otro malentendido frecuente que tenemos. Con mucha frecuencia pensamos en el sacerdocio, y rezamos por él como su las vocaciones al sacerdocio, la vida religiosa, el matrimonio y la soltería fueron solo cuestión de opción de entre varias vocaciones, todas iguales.
Es cierto que cada uno tiene un llamado vocacional particular, para que el que hemos sido creados y a través del cual encontramos la felicidad y la santidad, pero el sacerdocio no es solo una de ellas. La vocación al sacerdocio es discernir, coordinar y gobernar a las otras vocaciones, así es como el sacerdocio sirve a las otras vocaciones. El sacerdote sirve a las otras vocaciones, las coordina y sí, las gobierna.
Los sacerdotes ordenados merecen apoyo y oraciones
Se dijo durante nuestra reciente visita Ad Limina a Roma que hay una crisis en la Iglesia con respecto a la función de gobierno de los sacerdotes. Ahora, tenemos algunos sacerdotes maravillosos y están haciendo su mejor esfuerzo cada día. Tienen buenos y malos momentos y están dispuestos a sufrir por lo que el sacerdocio les exige hoy.
Nuestros sacerdotes merecen nuestro apoyo y nuestras oraciones así como nuestro aliento. Esto no es un asunto de culpar a alguien por algo. Pero la facultad de gobierno de nuestros sacerdotes está en crisis, y hay muchos otros que quieren asumir esa capacidad. (Y en nuestros días y nuestra época, incluso la Casa Blanca quiere involucrarse en convertirse en la oficina de gobierno para los laicos y ciertos grupos de religiosas que están de acuerdo con sus políticas).
En un vacío de gobierno, algunos han decidido que la oficina de gobierno de la Iglesia no tiene nada que hacer con los sacerdotes y que, especialmente, no tiene nada que hacer con los obispos. ¡Los obispos no tienen esperanza!
Los Obispos son la autoridad de gobierno de la Iglesia
Pero, de acuerdo a Jesucristo, ¿dónde está la autoridad de gobierno en la Iglesia? La autoridad de gobierno son los obispos, los sucesores de los Apóstoles, en comunión con el Papa. Todos los creyentes, a través del Bautismo y la Confirmación, tienen el donde del Espíritu Santo, pero no tienen el don del espíritu de gobierno, que está reservado para los obispos y aquellos sacerdotes con quienes los obispos escogen compartir ese espíritu, que es la justa enseñanza de la Iglesia. Incluso nuestros maravillosos sacerdotes no lo comparten, pero lo hacen solo con los obispos, ¡a pesar de no merecerlo!
Y así, la belleza del sacerdocio está unida a nuestra voluntad para gobernar en caridad. La belleza del sacerdocio está enlazada de manera especial a la liturgia, y es responsabilidad del obispo y del sacerdote –de nadie más, al final de cuentas– de asegurarse que esa liturgia nunca sea nada menos que hermosa.
Hacer hermosa la liturgia
¿Cómo aseguramos esto? Vemos al Santo Padre y nos acercamos mucho a lo que está haciendo y razonablemente puede. Por mi parte, trato de seguir el ejemplo litúrgico del Santo Padre, no tengo “mi propio estilo”, trato de tener el estilo del Santo Padre. Y esa es la forma en la que la belleza llega a la liturgia, cuando todos los sacerdotes aceptan el ars celebrandi –el arte de la celebración– que atestigua el Papa Benedicto. Entonces así siempre es hermosa.
El esplendor de la santidad en nuestra Iglesia es la belleza de nuestra gente, la belleza de la creación debidamente entendida, y por encima de todo, la belleza de la liturgia. Esa es nuestra misión y será nuestra misión por un largo tiempo. Las cosas no cambian de un día para otro. Estamos haciendo lo mejor que podemos, por lo que estoy muy agradecido, pero siempre debemos avanzar y no retroceder. Avanzamos con nuestro Santo Padre, lo amamos y rezamos por muchos años más para él.
Convicciones como esta nos alientan juntos y nos permiten una Pascua llena de alegría: una liturgia bella, la belleza de la creación, pero principalmente la belleza de nuestra caridad, que es la fuerza vinculante en todo esto, y lo que lo hace posible.
Reflexionemos seriamente sobre la situación que tenemos en el mundo y en nuestra Iglesia y asegurémonos de que vamos a cumplir nuestro sacerdocio, ya sea si es el sacerdocio de los bautizados o el de los ordenados.
Asegurémonos de que cumplimos nuestro sacerdocio fiel y amorosamente, para que las palabras de la Escritura se cumplan para nosotros: “¡qué hermosos sobre las montañas son los pies del que trae buenas nuevas, predicando la paz (Is 52:7)!” ¡Esos somos nosotros!
¡Alabado sea Jesucristo! ¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!