Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
Ya ha pasado casi un mes desde nuestra celebración de Semana Santa y Pascua. Desde entonces, muchos me han preguntando y me han escrito algo sobre lo que mencioné acerca de la “vida eucarística” en la Misa de la Cena del Señor el Jueves Santo. En aproximadamente un mes celebraremos la fiesta del Corpus Christi –Cuerpo y Sangre de Cristo– y a nuestro alrededor, de parroquia en parroquia, celebramos muchas primeras comuniones, así que parece un buen momento para reflexionar sobre este tema.
La celebración de la Primera Comunión en una parroquia proporciona una excelente oportunidad para que reflexionemos sobre el gran don que se nos da en la Eucaristía. ¿Quiénes somos para merecer tan grande don? La respuesta es simple: somos los amados de Dios. Somos aquellos que, pese a no merecer nada, hemos recibido el tremendo don de Dios mismo real y verdaderamente presente, ¡así de grande es su amor por nosotros!
La presencia real de Cristo
Durante un tiempo hubo algo de confusión sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y eso ha generado un problema realmente grave, porque muchos católicos no creen en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, para nada.
Muchos católicos quieren creer en esto, tratan de hacerlo, son de buen corazón, incluso dicen que lo hacen, pero cuando vemos lo que sucede cuando muchos vienen a comulgar, allí nos damos cuenta de que no creen realmente. Algunas veces esto es tan negativo que, justo antes o justo después de recibir la comunión, algunos hablan con sus amigos en las primeras bancas, cuando el Señor del Cielo y la Tierra está aún en sus manos o en sus bocas. Esto no puede significar que crean o comprendan la real presencia de Cristo en ese momento. Nadie actuaría así si el presidente o la reina viniese a estar con ellos, ¿entonces por qué es así con el Rey de reyes?
Ahora, excepto en circunstancias muy específicas, nadie quiere hacer o decir cosas malas o irreverentes, y esto no significa que se condenen. Lo que estoy señalando es simplemente una realidad para hacer una pregunta: ¿si realmente creemos que Jesucristo está presente, no debería eso afectar nuestras respectivas acciones o actitudes?
Vida eucarística
Aquí es precisamente donde entra la hermosa historia del lavatorio de pies. No es accidental que en el Evangelio de Juan el lavado de pies aparezca justo en medio de la Última Cena, cuando en los Evangelios tenemos también la institución de la Eucaristía. Los signos del pan y vino son la forma en que apreciamos a Cristo resucitado, en la realidad del misterio sacramental de la Eucaristía. Pero el levado de pies es lo que podemos llamar el primer ejemplo de conducta eucarística, de vida eucarística.
Tenemos el don de celebrar la Eucaristía, tenemos la hermosa práctica de adorarla y tenemos nuestro llamado diario a la vida eucarística, a la que estamos todos llamados fuera de Misa y fuera de los confines de nuestras iglesias.
Creo que muchas personas tienen problemas para creer en la presencia real de Jesús en la Eucaristía en estos días, porque no están involucrados en la conducta eucarística. Además, el mundo tiene el problema de creer en la presencia de Cristo, en la tierra y en la Iglesia, porque no nos ven –sacerdotes, obispos y religiosos, entre los cristianos– consistentemente comprometidos en la conducta eucarística. Eso, creo, es donde radica el problema.
¿Y la solución? Si pudiéramos vivir regularmente la conducta eucarística, nuestra reverencia por la presencia real se manifestaría sola. Si la gente asumiera el servicio reverente como su actitud hacia otros, también tendrían esta actitud de servicio reverente hacia Cristo. Y, si mostráramos el servicio reverente a otros como una consecuencia de nuestra reverencia por Cristo, el mundo entero podría ser transformado.
Lavar los pies de los otros
Jesús lavó los pies de los Apóstoles y luego les pidió salir y lavar los pies de otros, especialmente entre ellos. Es muy fácil ver la forma en que los sacerdotes viven la conducta eucarística al lavar los pies de su comunidad católica. El rol del servicio de nuestros sacerdotes, especialmente al servicio de la Verdad, está bien definido. Pero así también, cada último discípulo de Cristo está llamado a salir y vivir una vida con conducta eucarística precisamente igual a la del servicio en la que, con el verdadero cuidado, uno puede ayudar a los otros y viceversa. Y este tipo de servicio a la manera de Cristo no significa simplemente verse bien para los demás, no porque de alguna forma o en alguna circunstancia recibiremos algo a cambio o alguna recompensa, sino porque realmente nos importa.
La conducta eucarística, el lavado de pies, en las muchas formas que tiene, es necesaria para una adecuada actitud de reverencia ante la Eucaristía en Misa y en la Adoración Eucarística. Y, así, mientras nos acercamos más reverentemente ante el Señor en la Eucaristía, debemos crecer en nuestra reverencia entre nosotros en la vida eucarística. No se puede tener una sin la otra.
No puede haber una real adoración de la presencia Eucarística, celebración real del sacrificio eucarístico sin conducta eucarística. Y si la conducta eucarística falta, la actitud de estar listo para lavar los pies del otro, entonces la fe en la presencia real en la Misa y la Adoración inevitablemente caerá, porque la fe está incompleta sin la conducta eucarística que siempre la acompaña.
Nuestra responsabilidad de testimoniar
Ahora algunos de ustedes son bien conocidos por su profunda fe, acompañada por la conducta eucarística, y eso es maravilloso, pero se nos ha dado una gracia, que también tenemos que dar. La fe en la presencia real en la Misa y en la Adoración solo va a crecer en la gente si hacemos la conexión entre fe y la conducta eucarística que debe ser vivida las 24 horas del día, los siete días de la semana.
El problema no es un asunto sencillo de corregir, de hecho es mucho más fácil hablar de él. Ciertamente debemos hablar de él, pensar en él, rezar para que se soluciones, pero actuemos también. Testimoniemos amorosamente este estilo de vida eucarístico, que solo podrá tener credibilidad al final para creer en la presencia de Jesucristo bajo los signos de pan y vino.
Recemos también y apoyemos a todos nuestros niños y niñas que reciben a Jesucristo por primera vez en sus vidas en la Eucaristía en estos días, y reflexionemos en estos misterios y póngamelos por obra mientras llegamos al domingo del Corpus Christi.
Gracias por dares el tiempo de leer esto. Que Dios los bendiga a cada uno. ¡Cristo ha resucitado, en verdad ha resucitado!