Estimados hermanos y hermanas en Cristo:
En el transcurso de dos mil años, la Iglesia católica ha desarrollado una pericia especial en el campo de la inmigración. Nuestra Iglesia universal ha observado y participado en emigraciones a lo largo y ancho del planeta. Hemos ayudado a millones de inmigrantes — católicos y no católicos — a prosperar en tierras nuevas. Hemos hecho esto y lo seguiremos haciendo porque vemos la imagen y semejanza de Dios en cada ser humano. Empezando con los profetas hasta las recientes enseñanzas papales, el mensaje de la Iglesia ha sido consistente: acoge al forastero (Mt 25:35).
Reconocemos que los católicos, todos con recta conciencia, tienen diferentes puntos de vista sobre las políticas migratorias de EE.UU. También sabemos que muchas personas están descontentas con el statu quo y buscan una solución viable. Nuestras enseñanzas católicas nos proporcionan principios importantes que nos sirven como guía.
Nuestro Catecismo aborda directamente el deber de las naciones prósperas, como la nuestra, de acoger a los extranjeros que buscan una mejor vida y a respetar su derecho natural de emigrar. A su vez, reconoce el derecho de los gobiernos de regular la inmigración para beneficio del bien común (Catecismo de la Iglesia Católica, nda ed., n. 2241). Este deber y este derecho no son incompatibles; es posible respetar ambos.
La mayoría de los norteamericanos reconoce que somos una nación de inmigrantes. A su vez, a muchos les preocupa profundamente el que millones de inmigrantes vivan en EE.UU. sin la autorización legal. Nosotros también compartimos esta inquietud; el obedecer las leyes es fundamental para cualquier sociedad estable. Como norteamericanos, no obstante, debemos reconocer que algunas de nuestras políticas y prácticas exteriores e interiores han contribuido al ingreso ilegal de inmigrantes.