Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
Con la llegada del Día del Trabajo y el comienzo del año escolar en muchas escuelas, hemos llegado al final no oficial del verano. Rezo para que este tiempo haya sido de descanso y solaz para ustedes y los suyos, y le agradezco a Dios que así haya sido en mi caso.
Cada año, el Papa Benedicto pasa algunos días hacia finales de agosto con un grupo de académicos, la mayoría de los cuales fueron sus alumnos cuando él era maestro universitario.
Este grupo, adecuadamente llamado los “Schülerkreis” del Papa o “círculo de estudios” dedica algo de su tiempo a ayudar al Santo Padre a hacer lo que él considera más reparador y revitalizante: es decir, leer, debatir, estudiar y orar sobre un tema durante una semana más o menos. Esta probablemente no es la idea que tienen ustedes de unas vacaciones “divertidas”, pero nos da una hermosa luz sobre el interior del hombre que es nuestro Santo Padre, y le damos gracias a Dios por él.
El tema del encuentro de este año fue uno que aparece en el mismo corazón del pensamiento del Papa en estos días: la “Nueva Evangelización”. El Beato Juan Pablo Magno fue el primero en alentar una nueva evangelización que se ha convertido en algo muy claro en el Papa Benedicto que lo ha hecho suyo. De hecho, en meses recientes ha creado una nueva oficina en el Vaticano para la nueva evangelización.
En el corazón de este llamado a la nueva evangelización está la realidad de que mientras existen algunos lugares de misión en donde el mensaje del Evangelio aún no ha sido escuchado, y otras tierras en donde la fe recién ha comenzado a echar raíces, hay territorios en donde poblaciones enteras en donde el Evangelio se difundió y echó raíces, en donde ahora, el sentido de Dios y de Cristo presente ante ellos se ha perdido e incluso olvidado.
Esta es la población en la que el Papa Benedicto quiere enfocarse de una nueva manera: son aquellos que necesitan escuchar la Buena Nueva otra vez y ver el rostro de Cristo. Y Europa y partes de las Américas están justo al centro de esta perspectiva.
Llamado a examinar nuestra conciencia
Al final de este periodo de reflexión, nuestro Santo Padre con frecuencia hace públicas algunas de sus conclusiones, y eso es precisamente lo que hizo al final de la semana pasada. El Santo Padre usó el salmo del día para recordarnos que nuestras almas anhelan a Dios, como la tierra reseca y agostada, que necesita agua.
Esto, dijo el Santo Padre, es precisamente la experiencia de buena parte del mundo hoy en día, y esa es precisamente la razón por la que necesitamos una nueva evangelización para darle al mundo nuevamente el Agua Viva.
Sin embargo, el Santo Padre no solo habló de cosas generales, sino que también, de alguna manera, nos habló a cada uno de nosotros haciendo un llamado a una especie de examen de conciencia y arrepentimiento. Aquí dijo algo que me sorprendió y sobre lo que quisiera reflexionar con ustedes. Dijo:
“Nosotros los que hemos conocido a Dios desde que éramos jóvenes, debemos pedir perdón, porque le damos a la gente muy poco de la luz de Su rostro, porque de nosotros proviene tan poca certeza de que Él existe, de que está aquí, y que Él es Aquel a quien todos siempre esperan”.
Dense cuenta, primeramente, que el Papa no está divagando o señalando a nadie con el dedo, nos están alentando a hacer un examen de conciencia en el que él mismo se ha incluido. Ciertamente veo al Papa Benedicto como un ejemplo de cómo debo ser más entregado en una vida de servicio y sacrificio. Sé que estoy lejos de una vida perfecta como esa (y si lo olvido, con mucha rapidez lo recuerdo luego).
Así que, si el Papa Benedicto está llevando a cabo su propio examen de conciencia con respecto a cómo él da testimonio de la realidad de Dios, no creo que ninguno de nosotros deba sentirse excluido cuando nos implora a cada uno de nosotros hacer lo mismo.
“Nosotros los que hemos conocido a Dios desde que éramos jóvenes, debemos pedir perdón”, nos dice. Pero ¿esto qué quiere decir sobre lo que ya hemos hecho y lo que estamos haciendo ahora? Cuántas veces nos hemos detenido y hemos pensado “hago demasiado”, “he servido desde que era acólito”, “fui a una escuela católica durante un número x de años”, etc.
Todas estas son grandes cosas, entonces, ¿por qué tendríamos que pedir perdón? Porque sin importar cómo sirvamos, honestamente siempre hay más por hacer para llevarle a la gente la luz de Su rostro, para decirles confiadamente que Él existe, que está allí, y que Él es Aquel a quien todos están esperando. Tú y yo sabemos que cada día perdemos oportunidades para dar ese testimonio.
Nos llama a la acción concreta
Miremos a nuestro alrededor: ¿podría haber alguien que cuestione acaso que el mundo, nuestra familia, nuestra parroquia o nuestra Iglesia necesita de algo o de ALGUIEN? Ciertamente no podemos negarlo. No, el mundo está –de muchas formas: global, localmente, en nuestra Iglesia y nuestras familias– como tierra reseca, que clama por agua. ¡Y nosotros la tenemos! ¡Tantos de nosotros la hemos tenido desde que nuestros padres nos la pasaron a nosotros!
Y así, en este momento (y cada día) el Santo Padre nos llama a cada uno de nosotros no solamente a un momento para pedir perdón, sino a la acción. Un momento de reflexión no es un momento para golpearnos a nosotros mismos y “sentirnos mal”. No. La reflexión sobre nuestros errores debe siempre ser un llamado en una manera positiva y esperanzadora, para retornar a Cristo.
El retorno a Cristo es el primer paso que podemos dar para asumir la tarea de la nueva evangelización. Si estamos “llevándole a la gente tan poco de la luz de Su rostro”, eso sucede porque no estamos verdaderamente convencidos de Su presencia, o porque no nos estamos encontrando con Cristo de una forma que cambie la vida cada día.
¿Cómo podremos dar entonces a otros lo que nosotros no tenemos? ¿Cuántas veces nos hemos recordado esta convicción de emprender nuevas formas de servicio para llevar a Cristo a alguien más, sólo para perder luego nuestra energía y nuestro celo?
Esa es la razón por la cual el retorno a Cristo de nosotros mismos debe ser fortalecido en Él. Lo que esperamos llevarle al mundo no es algo de nosotros, sino de Él. Y así, primero nos encontramos con Él a través de los sacramentos y a través de nuestra oración comunitaria en la Misa, y luego entonces con nuestro tiempo personal con Él cada día.
Pasar el tiempo con Cristo
Una manera muy concreta que me gustaría alentar para que pongamos en práctica es pasar tiempo con Jesús, verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento. El Santo Padre nos dice al respecto que hay en nosotros “tan poca certeza de que Él existe, de que está allí y que Él es Aquel al que todos están esperando”. Para nosotros los católicos, Cristo nunca está más presente en esta vida, que cuando está en la Eucaristía. Y así nos toca sentarnos con Él en la Adoración Eucarística, y permitirle construir en nosotros la certeza de Su existencia.
El mes pasado celebré con la comunidad de Fennimore 15 años de Adoración Eucarística ininterrumpida, a aquel verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento. Sé también que cada vez más parroquias han vuelto a la práctica de la Adoración para reclamar para sí el reconocimiento de la presencia de Cristo, la misma presencia que esperan llevar al mundo. Aliento a todos a que aprovechemos estas oportunidades que se nos presentan, ya sea en nuestras propias parroquias o en aquellas parroquias cercanas, para encontrarnos con Jesús cara a cara en la Eucaristía.
Mientras somos fortalecidos en nuestra certeza de la presencia de Dios en nuestras vidas, esa confianza no puede dejar de ser demostrada en todo lo que hacemos o decimos, en cada momento, con nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos, nuestras parroquias y nuestras familias, poniendo a un lado las distracciones y sin esconder nuestra confianza en Cristo, apartando la negatividad.
Tantos a quienes nos encontramos diariamente están inmersos en un “desierto”, anhelando algo que calme su sed. ¡Ustedes y yo hemos recibido el Agua Viva que es Cristo! No nos atemoricemos de compartirla. No tengamos miedo de buscar la reconciliación en nuestras familias, no dudemos de llevar el agua viva a nuestras parroquias, no dudemos tampoco en llegar a nuestro prójimo con el agua que necesite, y testimoniemos a todos que hemos encontrado y que conoces a Aquel que ellos están esperando.
Lo que ofrecemos puede ser rechazado, así como Cristo mismo lo fue, pero si luchamos para ofrecer lo que tenemos, en el amor, estamos haciendo lo que se nos ha pedido.
Gracias por leer esto. Gracias por darse el tiempo de reflexionar en estas palabras y por alentar a otros a reflexionar y actuar. Que el Señor los bendiga a todos y cada uno de ustedes. ¡Alabado sea Jesucristo!