Cuando estaba en el seminario, tomé un curso de electiva sobre la narración de la Resurrección en las Escrituras.
Recientemente, mientras celebramos la Pascua la cual es la piedra angular de nuestra fe cristiana, releí toda la narración de la Pascua en los cuatro evangelios.
En Mateo, el Señor se aparece a las mujeres cuando salen de la tumba, y luego se encuentra con los Apóstoles sólo antes de ascender al Cielo, dándoles la Gran Comisión de ir y hacer discípulos.
En Marcos, Jesús se aparece a María Magdalena y luego a dos discípulos mientras caminan por el campo. Los apóstoles no creen en su testimonio. Finalmente, el Señor se aparece a los Doce, reprendiéndolos por su falta de fe y luego enviándolos a proclamar la Buena Nueva.
En Lucas tenemos el amado relato de Emaús y el Señor apareciéndose a los Apóstoles, comiendo un trozo de pescado delante de ellos y mostrándoles sus heridas.
En el evangelio de Juan, ambos Pedro y Juan corren hacia la tumba en la mañana de Pascua después de que María Magdalena les dice que la tumba está vacía. Más tarde, Jesús se encuentra con María Magdalena cerca del sepulcro. Se aparece a los Apóstoles en el Cenáculo la noche de Pascua, encargándoles que proclamen el perdón y absuelvan los pecados. También tenemos la hermosa narración del incrédulo Tomás y el Señor que se encuentran con Simón Pedro y los demás en la orilla del mar, cuando Él le pregunta tres veces: “¿Me amas?”
Él ha resucitado
¿Qué nos dicen estas narraciones sobre la resurrección de Jesús? ¡Mucho!
Insisten en la corporalidad de Cristo resucitado. Jesús no es un espíritu incorpóreo ni un producto de la imaginación; Él muestra sus llagas y Tomás le toca el costado, y también Cristo come un trozo de pescado.
Sin embargo, el Señor resucitado es diferente al Jesús terrenal. Aparece y desaparece a voluntad; Él entra en habitaciones cerradas; y Sus mejores amigos no lo reconocen de inmediato.
Al mismo tiempo, una familiaridad tranquilizadora y una trascendencia misteriosa marcan las apariciones del Señor después de la Resurrección.
Esta verdad es importante, porque muestra que Jesús resucitó tanto en Su Cuerpo como en Su Espíritu, redimiéndonos así en la totalidad de nuestra humanidad: cuerpo, alma, mente y corazón.
Otro énfasis en los relatos pascuales es la incredulidad de los discípulos.
Tanto Marcos como Mateo no intentan ocultar el hecho de que los Doce no sólo no confían en el testimonio de las mujeres que encuentran al Señor, sino que incluso tienen dudas cuando Jesús está frente a ellos.
Podemos entender tales dudas, dado el hecho de que nunca antes nadie se había resucitado de entre los muertos y los Doce estaban envueltos en un sudario de dolor y miedo.
Los autores de los Evangelios no pasan por alto esta falta de fe, lo que debería darnos seguridad cuando luchamos con nuestra propia falta de fe y confianza.
Sólo cuando esos primeros seguidores de Jesús reciban la unción transformadora del Espíritu Santo en Pentecostés, llegarán a una plena convicción en la realidad del Cristo resucitado, proclamarán con valentía el Evangelio e incluso darán sus vidas en testimonio de la verdad del Domingo de Pascua.
De que se trata nuestra fe
La resurrección de Jesucristo de entre los muertos es la piedra angular de nuestra fe.
Como nos recuerda San Pablo: “Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: Ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres. Pero no, Cristo resucitó siendo el primero y primicia de los que se durmieron”. (1-Corintios 15: 17-20)
Gracias a la Pascua, nuestra identidad como hijos e hijas amados del Padre es restaurada, tenemos la promesa de la vida eterna y el perdón de nuestros pecados.
Gracias a la Pascua, nuestra vida tiene un propósito, significado y destino sobrenatural.
Como cristianos, podemos mirar cara a cara la tragedia, el dolor, el pecado e incluso la muerte, sabiendo que el Señor ha vencido impactantemente y ha vencido el poder del Maligno de manera absoluta y duradera.
Oro por todos en nuestra diócesis al comenzar la alegría de la temporada de Pascua.
Mientras hemos peregrinado juntos por el desierto en estas semanas de Cuaresma, buscando escuchar el corazón del Señor, mientras descansamos allí, hablando con nuestro corazón al Suyo, mientras hemos practicado la oración, la penitencia, el ayuno y la caridad en caminos nuevos y más profundos, limpiando nuestros cuerpos y almas, así ahora nos regocijamos con toda la Iglesia en la resurrección del Señor con una mente y corazón renovados.
Los animo a leer las narraciones de Pascua en los cuatro evangelios.
Reflexiona sobre los detalles de cada relato. Colócate en esos maravillosos encuentros con Jesús. Imagínate tocar Su costado con Tomás, desayunando con Él a la orilla del lago, sentado en el Cenáculo cuando de repente Él estaba allí.
¿Qué te dice Él? ¿Qué le dices tú? ¿Qué sientes y piensas en esos momentos?
Deja que su presencia resucitada y su misericordia llenen y expandan tu corazón y tu alma.
¡Les deseo a todos una Pascua gozosa y transformadora a medida que nos adentramos cada vez más en el Misterio Pascual y el fuego pentecostal del Espíritu Santo! ¡Cristo ha resucitado!
¡En verdad ha resucitado!