Esta columna es la comunicación del Obispo con los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia va más allá de la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
En estos últimos días del Adviento, antes de nuestra alegre celebración de la Encarnación de Cristo y del tiempo de Navidad, hemos probado algo de la alegría (en este tiempo penitencial) con el domingo de Gaudete.
En el libro de Nehemías, pero también en el libro de las Crónicas, hay una oración que dice simplemente: “Dejemos que la alegría del Señor sea nuestra fortaleza” (Neh 8:10).
De hecho, en muchas de las traducciones de la Misa (en español e italiano, por ejemplo) la frase se inserta en la despedida final. “La Misa ha terminado, que la alegría del Señor sea nuestra fortaleza, podemos ir en paz”.
Antes de la nueva traducción en inglés, yo mismo usaba esa despedida. El Beato Juan Pablo II nunca dejaba de usarla cuando celebraba Misa en privado. “Que la alegría del Señor sea nuestra fortaleza, podemos ir en paz”, que es la actitud perfecta con la que debemos salir de Misa.
“Dejemos que la alegría del Señor sea nuestra fortaleza” resume la idea de la primera lectura del pasado domingo (Is 35:1-6a, 10). Celebramos que irrumpe la alegría e inmediatamente escuchamos “fortalezcan sus débiles rodillas”, “fortalezcan sus débiles rodillas”, “¡sean fuertes, no teman!” La alegría y la fortaleza van juntas. ¡Dejemos que la alegría del Señor sea nuestra fortaleza`!