Nota del editor: la siguiente es copia de la homilía del Obispo Morlino para la celebración de la ordenación diaconal del reverendo Vincent Brewer y del reverendo Garrett Kau, ambos para la diócesis de Madison.
Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Sabemos que el Espíritu Santo preside la celebración de esta noche y que en tan solo algunos minutos, el Espíritu Santo va a derramarse en sus almas y los va a transformar, Vince y Garrett, en la persona de Jesucristo, el siervo. Será un cambio de por vida al nivel más profundo en sus almas y cuando se vayan a dormir serán muy distintos a como eran esta mañana al levantarse. Y si estuvieron nerviosos por esto durante este día, eso desaparecerá, ya que el Espíritu Santo tomará como morada lo más profundo de sus almas de una manera totalmente nueva. ¡Y sin duda eso es un asunto de muchísima importancia!
En la segunda lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hech. 8, 26-40), escuchamos el pasaje del eunuco etíope que escribe el profeta Isaías, y hablando de Jesús, el siervo sufriente. Es claro que la identidad del diaconado tiene todo que ver con ser siervo, siervo de la Palabra y siervo de la caridad. Es una descripción muy interesante la que tenemos sobre el servicio de Jesús, esta descripción del siervo sufriente.
Una clase distinta de servicio
En nuestra cultura, disfrutamos mucho del servicio, de trabajadores sociales, ¡No podríamos vivir cotidianamente sin ellos! Pero es muy claro mirando la descripción de Jesucristo siervo que Él fue mucho, muchísimo más que un trabajador social y que Su servicio fue de una calidad muy diferente al trabajo social. El servicio de Jesús era descrito como el de “un cordero llevado al matadero, mudo como el cordero ante el sacrificio, no abrió para nada los labios” (Hech. 8,22-23, cf Is. 53:7-8). Y la siguiente línea habla claro de lo que se quiere decir: “en su humillación, se le negó la justicia”.
Ser siervo, en la persona de Jesucristo el siervo (lo saben bien) no es algo sencillo, significa ser vulnerable a las fuerzas del mal en el mundo, porque es a través del amor vulnerable que Jesucristo conquista a las fuerzas del mal cada uno de nuestros días. Ese es el servicio, el amor al que ustedes están llamados.
“En su humillación, se le negó la justicia…” Si piensan en esto, no se puede llegar a algo peor que esta situación. Pero no son malas noticias, porque a través de su sufrimiento Jesucristo salvó al mundo. Su sufrimiento tuvo el final más feliz de todos los finales felices. Y así el servicio de ustedes y mi servicio, en Jesucristo, trae humillación y la negación de la justicia para nosotros, y sin embargo no hay otro destino final para esa humillación y negación de la justicia que la misma Resurrección. Y por eso somos gente de alegría y esperanza.
Llamados del mundo para volver a él
Uno no tiene que mirar muy lejos –basta con leer los periódicos– para ver cómo nosotros, especialmente por ser católicos, somos humillados diariamente y también se nos niega la justicia. La negación de nuestra libertad religiosa y la negación de nuestra libertad de consciencia a causa de las regulaciones del gobierno es precisamente la negación de justicia y nuestra humillación, que emana de nuestro propio gobierno como fuente.
El poder de la Resurrección de Jesucristo no permitirá que a largo plazo triunfe la negación de la justicia o la humillación. No puede ser así. Esto no está de acuerdo a la mente de Jesucristo, Resucitado de entre los muertos, a quien pertenece la victoria y a quien pertenece la Gloria y el Poder y el Honor en la Santa Iglesia por los siglos de los siglos, ¡amén!
Nuestro servicio, nos dice el Evangelio (Jn 17:6, 14-19), nos lleva más allá del mundo en el que vivimos y la primera lectura (Num 3:5-9) lo afirma claramente. Los levitas, en la primera lectura, fueron enviados aparte y fueron consagrados como pertenecientes al Señor de una manera especial. “Os he escogido… son míos… están separados del mundo”, les dice el Señor a los levitas. Y ustedes, Vince y Garrett, son los descendientes de esos levitas. Han sido llamados a estar fuera del mundo, de una manera especial, en Cristo.
Pero entonces, como dice el Evangelio, “sin ser del mundo, ustedes vuelven al mundo”. El mundo es donde están llamados a servir, y allí es donde se da la humillación, junto con la negación de la justicia. Al recibir las santas órdenes en el grado del diaconado, para ser como Jesucristo el siervo, son formados por el Espíritu Santo para ser esa clase de siervo sufriente. Y eso es un milagro: que a esa clase de siervo le corresponda la esperanza, la alegría y la paz. ¿Qué significa hoy “que en su humillación le fue negada la justicia”? ¿Cómo diríamos eso hoy en día? Diríamos entonces que “cuando sucedió que tocaba hablar la verdad, él fue el más políticamente incorrecto que alguna vez vivió y el mundo lo apabulló por eso”. Saben, en ocasiones alguien me puede decir sobre un sacerdote o diácono: “¡a todos le agrada!” ¿Dónde está la humillación ahí? ¿Dónde está la negación de la justicia en eso? La palabra del Señor se enfrenta a las personas que son políticamente incorrectas y cuando uno es un verdadero siervo del Señor, uno habla la verdad que enfrenta a las personas en ocasiones. La gente viene y me dice cosas como “bueno, en mi parroquia no se puede hablar sobre el aborto” o “en mi parroquia no se permite hablar sobre anticoncepción artificial”. ¡Evitar tales temas significa negarse a dar toda la verdad de Jesucristo!
La verdad más básica sobre Jesucristo es que Él es el camino, la verdad y la vida y que ¡Él ha resucitado de entre los muertos! Pero aquel que es el camino, la verdad y la vida, y aquel que ha resucitado de entre los muertos nos enseña claramente que la dignidad humana no permite el aborto y que esa misma dignidad humana no tolera la anticoncepción artificial. Y cuando uno habla sobre esto, y está pasando ahora mismo y lo vemos en las noticias, nos humillan y nos niegan la justicia, como a Cristo el siervo sufriente, en cuya persona están ordenados esta noche. Vuestro llamado a ser como Cristo el siervo sufriente es un llamado a ser políticamente incorrecto cuando la verdad lo requiere y asumir entonces todas sus consecuencias.
Jesús vence al final
La Iglesia en la que nos movemos, en estos días y hacia adelante, no es la clase de Iglesia que solamente busca decir aquellas cosas que las personas pueden interpretar de manera equivocada. La Iglesia en la que nos movemos es una Iglesia bajo asalto, una Iglesia a la que nuestro país y nuestra cultura quiere humillar, una Iglesia a la que nuestro gobierno quiere negarle la justicia, eso es lo que somos. Y esta noche, con alegría, con paz y esperanza, les digo: ¡bienvenidos abordo! porque Jesucristo es el ganador cuando todo se ha dicho y hecho, y nada de lo que suceda –perpetrado o no por nuestro gobierno– puede vencer al plan salvador de Dios que Él tuvo en mente desde los comienzos del mundo.
Nada puede derrotar al poder de Jesucristo resucitado de entre los muertos. Y es allí donde reside nuestra credibilidad: somos humillados, se nos niega la justicia y sonreímos, estamos alegres y en paz, porque el Espíritu Santo nos enseña ese secreto del que el mundo no quiere saber nada, que en realidad nadie vence al final sino Jesucristo.
Y en la oración, día a día, es donde obtenemos nuestras fuerzas, allí conseguimos nuestra energía. Y la gracia sacramental que ahora reciben –se los puedo decir por experiencia propia– es tan maravillosa que mientras envejecen, si le permiten, hace crecer su alegría, su esperanza y su paz.
Promesas y sacrificio
¿Y qué los consagra y los pone aparte en el mundo más que la gracia del celibato perpetuo que reciben de Jesucristo? Hacen esta promesa esta noche y sacrifican los bienes del matrimonio por el bien del Reino de Dios y Su pueblo. A menos que estén llamados al martirio, no van a estar llamados a hacer un mayor sacrificio que dar su vida ahora al pueblo de Dios. Así que hacen ese sacrificio esta noche, con la frente en alto, un año antes de ser ordenados sacerdotes para que el Señor pueda moldearlos en ese don, para llegar a ser más completamente de Él de lo que son ahora, a través de la ordenación sacerdotal.
Jesús dice: “Los he llamado a salir del mundo y ahora los envío al mundo”. Cuando abrazan el celibato, y son llamados a salir del mundo de modo tal que el mundo no los acepta y les ofrece humillación y negación de la justicia, se da algo –entre ustedes y Jesucristo– que es tan poderoso que les da la libertad de amar a Dios por encima de todo, y de darse ustedes con todo su corazón a su novia, a la Iglesia, al pueblo amado de Dios, en un matrimonio que será el más duradero de todos.
A diferencia de la mayoría de matrimonios, este matrimonio de ustedes, esta noche, en la profesión del celibato, no termina con la muerte. Este sacrificio los pone aparte, los consagra y los hace especiales a los ojos de Jesucristo. Pero no los hace especiales si hablamos de algún tipo de predilección consentidora de la que puedan alardear. No, el hecho de que sean especiales significa que se les pedirá mucho más y que en algunos momentos de sus vidas ustedes realmente serán el siervo sufriente.
Pero la libertad del celibato es la verdadera libertad y la libertad del celibato significa que ustedes son arropados completamente por esta convicción, dada por Cristo, de que las cosas de este mundo no son el fin de todo. Y eso significa, cuando las cosas parecen estar mal en todos lados, que eso nunca puede ser el final de ustedes.
Hay un sello en sus almas, una presencia del Espíritu Santo, que hace que su don del celibato sea para ustedes alegría y fuerza. Siempre se puede decir de alguien que ha abrazado el don maravilloso del celibato porque no tiene la cara larga, sino que ha aceptado el don de la alegría, la esperanza y la paz de Jesucristo de un modo tal que el mundo jamás lo podrá arrancar.
Alistándose en el “primer equipo”
Entonces, Garrett y Vince, esta noche ingresan al “primer equipo” para asumir la victoria de Jesucristo, la victoria sobre el pecado y la muerte. Esta noche reciben lo que necesitan del Espíritu Santo para comenzar a pelear en la batalla, para comenzar a plasmar su rol. Van a asumir este rol con la seguridad de la victoria.
Y no importa que tan duro se ponga el campo de juego, siempre pueden jugar con la certeza de que van a ganar. Y esa certeza de la victoria es el signo de la presencia del Espíritu Santo de Dios haciéndolos a ti, Vince, y a ti Garrett, en la persona de Jesucristo, el mismo siervo sufriente. Y las gracias sean dadas a Dios por eso.
Y así, mientras este mes de Santa María llega a su fin, confiamos a ambos y su ministerio a la más grande de las creyentes cristianas, cuyo perfecto “sí”, rogamos, será reflejado en el de ustedes, ¡en el que dicen justo ahora!
¡Cristo ha resucitado, en verdad ha resucitado!