Esta columna es la comunicación del Obispo con los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia va más allá de la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
Mi abuela con frecuencia me decía. “Bobby, envejecer no es para cobardones”. La abuela vivió hasta los 96 y recién tengo 65, sin embargo puedo confirmar que en esto (como en casi todo), ella sabía de que estaba hablando.
La semana pasada fui a Baltimore para la asamblea anual de los Obispos de los Estados Unidos. Recién estábamos comenzando con nuestras reuniones cuando sentí un mareo y caí (con todo mi peso) de cara contra el pavimento. En la caída sufrí varios cortes, me rompí la nariz y mi rodilla quedó muy golpeada. ¡Gracias a Dios no fue peor!
Afortunadamente había otro Obispo y dos sacerdotes a mi lado y me llevaron al Mercy Hospital, donde los doctores decidieron trasladarme al University of Maryland Medical Center. Si pudiésemos escoger el momento de nuestros accidentes, habría preferido, por supuesto, estar con mi excelente doctor en St. Mary’s, pero como sucedió, la atención que recibí fue realmente de primera y sigo agradecido a todos esos excelentes hombres y mujeres, a todos y cada uno de ellos.
Las heridas fueron lo que fueron, pero se hicieron más serias debido a los anticoagulantes que he tomado desde mi cirugía al corazón. Nuevamente, “¡envejecer no es para cobardones!” Estoy muy bien y muy agradecido a Dios por eso. Perdí algunas reuniones y estaré más cerca a casa para Acción de Gracias, pero todo está bien. Gracias a todos por sus oraciones, buenos deseos, llamadas y notas.