Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
El domingo pasado celebramos la Fiesta de la Ascensión cuando, nos dice el Evangelio, Jesús tomó su lugar a la derecha del Padre. Tomó su lugar como el Eterno y Sumo Sacerdote. Esto significa algo muy poderoso y muy real para nosotros hoy en día, porque Jesús asciende y convierte en el Eterno y Sumo Sacerdote que lleva a la creación en la Eterna y Divina Liturgia de adoración de Dios Padre, en comunión con el Espíritu Santo.
En nuestro Evangelio de la Ascensión, escuchamos a Jesús que les dice claramente a los 11 Apóstoles que quedan, lo que significa su partida para ellos. Les dice que van a recibir un poder de lo alto, refiriéndose al Espíritu Santo (y el domingo que viene celebramos la venida del Espíritu Santo en Pentecostés). Jesús les dice a los 11 que van a recibir el Espíritu Santo de lo alto, con el poder, el poder de “manejar serpientes”.
Conocemos, claro está, la imagen de la serpiente por las Escrituras, incluso desde el mismo comienzo –la antigua serpiente que hizo caer a Adán y Eva– y así sabemos que los Apóstoles de Jesús recibieron el poder para “manejar”, en efecto, las fuerzas del mal. Y aún estamos llamados a hacer esto, especialmente cuando se necesita en el rito del Exorcismo. Pero de manera general, incluso hasta nuestros días estamos llamados a manejar esas serpientes mortales, los demonios que buscan arruinar las vidas de las personas para ser testigos en la cultura de muerte