Queridos amigos en Cristo:
Hace ya un tiempo que no escribo mis reflexiones en forma de columna. Pese a ello sepan que han estado siempre en mis pensamientos y oraciones, especialmente ahora que se acerca Navidad.
Esta semana me gustaría compartir con ustedes mi homilía en la maravillosa ordenación sacerdotal que tuvimos la fortuna de celebrar la semana pasada. En esta ordenación el Señor nos bendijo con dos grandes y jóvenes sacerdotes que ahora son dos nuevos hijos.
Dirigí esta homilía a los sacerdotes P. John Putzer y P. Chad Droessler, pero creo que estas palabras son una buena reflexión para todos nosotros sobre el sacerdocio y la gran Gracia con la que el Señor nos bendice a todos.
Queridos Chad y John, hijos míos. Esta noche se convierten verdaderamente en mis hijos y estoy muy agradecido a sus padres, especialmente a los papás, por mostrarles en qué consiste la paternidad, porque de modo especial me convierto en su padre esta noche a través del sello sacramental de las Santas Órdenes y ustedes asumen también el rol de “Padre” esta noche. Un lazo espiritual los une a los obispos en una de las formas más profundamente espirituales que existen: una relación realmente profunda y maravillosa de un hijo con su padre. Aprecio eso y los aprecio.
En las lecturas de esta noche el Señor le dice a Jeremías: “He puesto mis palabras en tu boca”. Esa es una verdad muy pero muy importante. Al ser ordenados, el Señor pone Sus palabras en sus bocas. Es solo un ejemplo sobre como, desde este momento, ya no son simplemente Chad y John, sino Cristo. Él habita en ustedes. Su “yo”, su “ego” se convierte en “no yo” en un modo muy significativo.
En solo un momento, el Espíritu Santo tocará sus almas y las cambiará para hacerlos a imagen de Cristo Sacerdote, algo muy bueno para ustedes, pero algo que es terriblemente importante para el pueblo de Dios, porque necesitamos desesperadamente una presencia sacerdotal de Cristo. Todos necesitamos eso. Como dice la oración, necesito su ayuda y se que siempre puedo contar con ustedes. Y hoy quiero que sepan que pueden contar conmigo.
La palabra de Dios en tu boca
“He puesto mis palabras en tu boca”, dice la lectura. Esa “palabra” es también la “palabra” de la Escritura que se hace su palabra y la distinción entre sus mentes y corazones en las Verdades de la Escritura ahora se desvanece. La Palabra de Dios y la de Cristo en la Escritura se convierten ahora en vuestras palabras. Jesús les da –imaginen eso– en sentido real que la “posean”. La ordenación para convertirse en “otro Cristo” es muy real. No es simplemente que se les trate como si fueran otro Cristo, son otro Cristo. Y eso es el increíble y milagroso poder de este Sacramento esta noche.
“He puesto mis palabras en tu boca” también tiene algo que ver con los nuevos textos litúrgicos que serán usados en todas nuestras parroquias en un año. Con este cambio tenemos que ver cada vez más a la liturgia como un don. La liturgia consiste en las palabras del Señor colocadas en vuestras bocas sacerdotales, a través de la Iglesia. La liturgia nunca puede convertirse en “vuestras palabras” o “mis palabras” o “nuestras palabras”. La liturgia engloba las palabras del Espíritu Santo que se nos es dado como don. ¡Y si realmente apreciamos un don, lo protegemos! Al colocar Dios Sus palabras en tu boca, se convierten no en amo en sentido alguno, sino en servidores de la liturgia, así como mis hermanos sacerdotes y yo tenemos que serlo.
Obediencia a Cristo
En la segunda lectura escuchamos que Jesús aprendió la obediencia a través de lo que sufrió. Hay mucho sufrimiento en la vida matrimonial, mucho sacrificio, y también hay mucho sacrificio en la vida sacerdotal. Pero es a través del sufrimiento con lo que se aprende la fe. La obediencia es la obediencia de la fe, y el mismo Jesús apreció la obediencia, nos dice la Carta a los Hebreos, por medio de lo que sufrió en la cruz. Si Jesús no evadió la escuela del sufrimiento para aprender la obediencia tampoco podemos yo o ustedes.
Esta noche renuevan su promesa de obediencia y respeto al Obispo y esa promesa confía el resto de sus vidas, día a día, a las manos de Jesucristo, a través de la Iglesia. No es que el Obispo quiera convertirse en amo y a ustedes en esclavos, sino que el Obispo tiene que obedecer al Santo Padre, y ustedes están llamados a respetar y obedecer al Obispo como el Obispo hace lo propio con el Santo Padre. Estamos en esto juntos.
Una de las áreas principales en donde están llamados a la obediencia es en vivir, día a día, su promesa de celibato. El celibato es solo una forma de expresar su obediencia a Cristo. Él les ha dado un don misterioso, y nuevamente, si es que es apreciado, tiene que ser protegido. Desde un punto de vista protegemos la liturgia, para que sea siempre el don de Dios, y al mismo tiempo recibimos con alegría el don del celibato que tiene que ser protegido como parte de nuestra vida de obediencia.
Es realmente hermoso que puedan ver a los ojos a Jesús esta noche y decir: “aquí está mi cheque en blanco, llénalo tú Señor Jesús”. Nunca sabemos exactamente dónde terminaremos ni lo que estaremos haciendo, ni los desafíos que enfrentaremos, pero es más importante para nosotros vivir en Cristo que tener nuestro propio modo de proceder. De esta forma, la obediencia y el celibato cuando son plenamente vividos son prueba de la existencia de Dios: más fuerte que cualquier otra prueba, y el Señor los ama tanto que confía la vida de esa prueba a sus manos esta noche.
“¿Me amas?”
Finalmente, en el Evangelio incluso Pedro es preguntado tres veces: “¿Me amas?” Pedro escucha eso y cree que el Señor no confía en él la primera y la segunda vez. Casi le quiere decir al Señor, podemos imaginar, “¿Cuántas veces tienes que preguntar? hago lo mejor que puedo”, Pero, de hecho, con Pedro y como a Pedro – no solo tres veces sino todos los días – el Señor nos preguntará a ti y a mí: “¿Me amas?” Nos preguntará eso ante la tentación. Nos preguntará eso en la debilidad o la confusión sobre nuestra propia fe. Encontrará mil formas de preguntarnos todos los días: “¿Me amas?”
¿Amamos al Señor especialmente a través de la oración diaria? Allí es donde la pregunta se hace y se responde: en nuestras oficinas, nuestra meditación, nuestra hora santa, nuestro rosario, todo culminado en el ofrecimiento del Santo Sacrificio de la Misa, que ofrecemos en la persona de Cristo, para que nos sacrifiquemos con Él. “¿Me amas?” nos pregunta el Señor todos los días. Si lo haces, entonces te sacrificarás todos los días, porque sacrificio es la mejor traducción de la palabra amor.
Como el sacerdote solía decir a los recién casados, hace años, “están llamados a una vida de sacrificio. El sacrificio es siempre difícil y molesto. Solo el amor puede hacerlo fácil, y el amor perfecto lo puede hacer alegre”. Y eso es lo que tendrán en la persona de Cristo, ¿cómo podría ser de otra forma? Jesucristo es el acto vivo de agradecimiento al padre, Él es el cumplimiento de toda alegría, una alegría que el mundo no puede dar ni arrancar. Con esta maravillosa gracia sacramental del sacerdocio, esa alegría de Cristo mismo se convierte en suya, es de ustedes. Ese es otro maravilloso don que es suyo, para que con él nunca caigan en el desaliento.
Jeremías dijo: “Señor, soy muy joven” y en el camino ustedes dos han dicho: “Señor, tal vez para esto, o eso, o por otra razón, debería pensar en algo distinto”. Era normal para Jeremías y es normal para ustedes. Pero ustedes han hecho su compromiso final y definitivo. Y con esto llega la alegría final y definitiva si se abren a ella, si la atesoran y la protegen. Que sea así esta noche, que sea así cada bendito día por el resto de sus vidas sacerdotales.
Gracias por leer esto. ¡Encomienden al P. Chad y al P. John en sus oraciones, así como a los diáconos Jorge y Tim, a quienes, Dios mediante, ordenaré esta primavera! ¡Recen por mí y por todos nuestros sacerdotes también, y sepan que están también en mis oraciones!
¡Alabado sea Jesucristo!