Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Vivimos en un mundo el que mucha, mucha gente se ha convertido a sí misma en “Dios” o han llegado a pensarlo por el engaño de otros. El impacto de esta realidad toca también todo aspecto de nuestras vidas y sacude los cimientos de nuestra sociedad y ciertamente de nuestra Iglesia.
Nuestro Santo Padre ha hablado varias veces sobre lo que ha llamado “Dictadura del Relativismo” es decir, sobre el hecho de que no hay verdad objetiva. Decir eso es decir que no hay Dios. Ambas afirmaciones son lo mismo, porque cuando uno dice que no hay verdad objetiva, en efecto está diciendo “Yo soy Dios” y por lo tanto “creo el mundo en el que vivo”. Si no hay verdad objetiva o una manera objetiva para las cosas, entonces las cosas son del modo en que uno piensa que son. Eso permite que uno diga “Creo mi propio mundo, mi propia burbuja, que es distinta a la burbuja de todos los demás”.
Esa es la razón por la que, en nuestra sociedad, hay un sentido profundo de aislamiento y soledad. No compartimos el mundo. Y nuestro anhelo de comunión con otros no puede saciarse al mismo tiempo que creamos nuestro propio mundo, porque no hay mundo objetivo y no hay Dios para que lo compartamos.
El amor se ha reducido a una palabra desechable
Una de las principales bajas de esta manera de ver el mundo es la palabra “amor”. El “amor” se ha reducido a una palabra desechable porque se ha convertido en “lo que sea que creo que es, en un momento particular”. Mi concepto de amor puede variar día tras días, mes a mes, año a año. El amor es lo que quiero que sea, sin poner en peligro mi propia burbuja.
Esta destrucción del amor es la principal causa de la tragedia de tantas parejas que en un momento dicen: “te amaré y honraré todos los días de mi vida” para que unos años más tarde digan “debemos terminar, ya no vivimos el amor, no estamos enamorados”. Probablemente cuando usaron la palabra “amor” mientras decían sus votos matrimoniales le dieron un significado muy diferente a lo que les parecía al momento del divorcio o la separación.
Esto es algo de lo que todos somos víctimas en nuestra sociedad: las palabras simplemente ya no tienen significado, porque cualquier palabra puede significar cualquier cosa. También tomamos palabras religiosas y las hacemos significar cosas totalmente diferentes. Un buen ejemplo de esto es “retiro”. Los grandes negocios ahora tienen “retiros”, adonde van a trabajar para maximizar sus esfuerzos.
Entonces las cosas juegan en contra de aquel que quiera admitir que Dios es Dios y que él o ella no lo es. Todo juega en contra de quien desea admitir que existe una Verdad de Dios, que es la verdad objetiva. Ese es el contexto para leer el Evangelio que leímos el pasado fin de semana.
La palabra “amor” puede significar cualquier cosa, como hemos establecido, pero Jesús, la perfecta copia de Dios Padre, dice que el amor no significa cualquier cosa que uno quiera que signifique. Él nos “dice” lo que el amor significa enseñándonoslo. Jesús nos dice “ámense los unos a los otros como yo os he amado”. Y esa frase “como yo os he amado”, como nuestro Santo Padre destacó la semana pasada, es la razón por la cual Jesús llama a este mandamiento, un “nuevo mandamiento”. La frase “ámense los unos a los otros” no es nueva, claro está. Pero decir, “ámense los unos a los otros como yo os he amado”, es donde está la novedad. En Su Resurrección, Jesús nos garantizó esa novedad. Él, nos dijo en una visión mística “contemplen que hago todas las cosas nuevas”. De todo aquello que Jesús hace nuevo, Él se refiere específicamente al amor.
El verdadero significado del sacrificio
Por supuesto, la primera cosa que Jesús hizo para hacer todas las cosas nuevas fue resucitar de entre los muertos. Celebramos ese triunfo sobre un mundo de burbujas, individualista, aislado y solitario, y su transformación a uno de comunión de amor que solo es posible con la Resurrección.
“Ámense los unos a los otros como yo os he amado”, ¿Qué significa? ¿Cómo nos amó Jesús? Él dijo, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” y luego se sacrificó por el bien de todos, para que hubiera misericordia. Eso es lo que significa el amor: amar como Jesús significa esencialmente sacrificio. Todas las demás ideas de la gente sobre el amor –de ayer, de hoy, de mañana, del otro mes, del próximo año– son superadas. Amor significa sacrificio.
Sólo en una cultura de relativismo, donde las palabras no significan mucho, la palabra “sacrificio” tampoco significa mucho. Incluso dentro de la Iglesia la palabra sacrificio no significa mucho actualmente. Con un espíritu de mala interpretación desde el Concilio Vaticano II, la palabra “sacrificio” ha ido desapareciendo. Por ejemplo, el Santo Sacrificio de la Misa es ahora básicamente una “celebración de una comida de la comunidad”. Cuando las personas piensan en ir a Misa, no piensan en ofrecer un sacrificio, sino en ir a una comida comunitaria.
Algunas de las cosas que nuestra Iglesia ha hecho (con toda la mejor intención del mundo) han tenido consecuencias inesperadas. Una de esas ha sido el uso errado de las Misas del sábado para reemplazar la obligación dominical. La Iglesia hizo posible la Misa de Vísperas de sábado con la intención de ayudar a aquellos que nunca pueden ir el domingo, o para ayudar a las familias que no pueden ir a Misa en un domingo en particular. La esperanza de la Iglesia era que las Misas del sábado por la noche tuvieran poco público, porque quería conservar la belleza del domingo.
La no intencionada consecuencia es que la gente pensó –operando en nuestra cultura sin considerar las propias faltas– que la Iglesia estaba haciendo las cosas más convenientemente para ellos. Pensaron, en efecto, “bueno, eso está bien, la Iglesia está tratando de hacer el sacrificio más fácil”.
Y desde entonces hay muchas cosas que han bajado la varilla, para las que la Iglesia tenía buenas razones, pero que sin intención han absuelto a las personas del sacrificio haciéndoselo “fácil”. Otro ejemplo sería el hecho de que muchos ya no se abstienen de comer carne todos los viernes del año. La Iglesia tenía una muy buena razón para eso: a algunos les encanta el pescado y la Iglesia quería hacer posible para todos el sacrificio de un modo en que fuera efectivamente sacrificial, invitando a todos a la verdadera penitencia los viernes. La Iglesia pidió que la penitencia del viernes sea más adecuada y personal. Pero para muchos eso consistió en otra instancia para hacer el sacrificio más fácil o no esencial.
No hay modo “fácil” para el sacrificio
Algunas veces esa actitud se aprecia en la forma en la que la Misa es celebrada. La Misa es celebrada, y se dicen las cosas, de modo que la gente sólo tenga sentimientos felices al final. Sienten que la han celebrado sin mucho desafío. Pese al hecho de que la Misa sigue siendo un Santo Sacrificio, el pensamiento del sacrificio difícilmente entra en las mentes de muchos. Debo venir a Misa a ofrecer el sacrificio, para que una alegría profunda y desbordante me envuelva. No debo ir a saltar con una alegría superficial cuando escucho esta o aquella canción, o cuando me sirven algún cóctel litúrgico innovador que es lindo o que me enciende. Voy a Misa a saltar de alegría porque Cristo ha resucitado de entre los muertos, y eso significa que voy con una actitud de oración y acción y vuelvo de igual modo. Ir a ofrecer el sacrificio no es la misma cosa que ir a pasarla bien.
Muy pronto habrá un tiempo de cambios de sacerdotes. Con la transferencia de sacerdotes veremos la migración de la gente de una parroquia a otra. “La paso mejor con ese sacerdote que con aquel otro”, dirá la gente. No se piensa en el hecho de que en la Misa se ofrece un sacrificio. Muchas cosas han sucedido en la Iglesia que han tenido la consecuencia no buscada de hacer el sacrificio más fácil, el sacrificio hecho fácil no es sacrificio.
Amor es sacrificio. Jesús dijo: “Ámense como los he amado”. El sacrificio hecho fácil no es sacrificio. Así, la palabra sacrificio se ha convertido también en una palabra desechable. De vuelta al ejemplo del matrimonio, la gente debe considerar que el matrimonio tiene todo que ver con el sacrificio y no con éste hecho fácil, que no es para nada sacrificio.
El sacrificio nunca es fácil. El sacrificio es sufrimiento. Por eso el Papa Juan Pablo escribió tan bellamente en una de sus cartas apostólicas (Salvifici Doloris) que la verdad del sufrimiento prueba la verdad del amor. Sin sufrimiento no hay sacrificio y sin sacrificio no hay verdadero amor. Amor, sufrimiento, sacrificio. “Ámense unos a otros”, dijo Jesús, “como yo os he amado”. Un amor que es en sí mismo sacrificio y un amor que alegremente acepta el sufrimiento cuando Dios lo permite en nuestras vidas. Ese es el amor de Jesucristo y ese es el amor de cada uno de sus seguidores que realmente creen en Él y en Dios, su Amado Padre y en la comunión del Espíritu Santo.
Gracias por leer esto. Mis oraciones y bendiciones para ustedes y sus seres queridos. ¡Cristo ha resucitado! ¡Alabado sea Jesucristo!